.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo segundo.+.+.+.+.+.+.
Ya eran cerca de las once, y las puertas de la casa eran
cerradas a las nueve en punto. Pero ella tenía una tolerancia de media hora que
no dudaba nunca en emplear, una tolerancia que había terminado por darle un
exceso de confianza que acababa de meterla en problemas.
Todos esperaban algo, se notaba en sus rostros, cuya
expresión se intensificaba gracias a la luz de la chimenea. Los tres tenían, o
parecían tener, grandes expectativas en las palabras de apertura. ¿Quién abriría?
Ninguno parecía querer hacerlo. Ariana odiaba en ese momento esa chimenea, que
hacía de las circunstancias más tenebrosas, y odiaba también la pequeña sala;
su deseo más sincero entonces era que ésta se ampliara para así alejarse de su
indignada tía, que la observaba vorazmente, presta a decir mil cosas e
imponerle un castigo sin siquiera escucharla por un segundo.
>>— Lo siento... —murmuraba entre sueños.
— Lo siento... —dijo tímidamente.
Su padre se limitaba a mirar a su cuñada, la señora De
Freed o, como solían llamarla los pocos que lograban verla—desconocidos para
ella o tal vez conocidos que prefirió luego olvidar—, la Viuda de Freed.
La mujer miró hacia la mesita de noche, a las dos tazas
de café que hasta hace un momento habían acompañado una de sus más entretenidas
conversaciones en mucho tiempo. Cogió la suya y la colocó sobre sus piernas,
como si fuera a beber de ella pronto, pero ya no tenía más que una mancha en el
fondo, la cual observó por varios segundos, tal vez intentando predecir el
futuro, Suspiró.
— Ya es tarde, Ariana —dijo sin levantar la mirada—. Ve a
dormir.
La muchacha se extrañó por esto y pensó que quizás la
presencia de su padre tenía algo que ver, así que le dio un fuerte abrazo y
procedió a subir las escaleras que llevaban a su habitación.
— Las puertas seguirán cerrándose a las nueve — vociferó
de repente su tía, algo preocupada.
>>Soñó con su pasado, aquellos días alegres con sus
padres, aquella utopía que contrastaba demasiado, y para mal, con sus últimos
días. “Lo siento” repetía en sueños, como si ella fuera la culpable, como si no
fuera lo suficientemente inocente.
>>Al despertar, la invadió de inmediato un extraño
sopor. “¿Habrá sido un sueño?”, pensó como si una simple pregunta como ésa
fuera a cambiar la realidad, su realidad, y se encogió, como queriendo negar el
mundo…como si se hubiera contestado ya a sí misma.
La voz de su padre fue lo primero que escuchó al día
siguiente. Llamaba a la puerta, pero nada era más audible para ella que su voz.
Los pequeños golpes en la puerta no eran más que un acompañamiento que le
anunciaba su presencia. Pero su voz... "Te esperamos para el
desayuno", le dijo. Entonces se levantó rápidamente, tomó un baño y se
vistió adecuadamente para salir con su padre, porque saldría con él, a menos
que su tía se opusiera... y vaya que sí tenía razones para impedirlo.
Al bajar la escalera los encontró a ambos sentados a la
mesa. "No le gusta discutir mientras come", recordó Ariana algo
aliviada, pero todavía insegura. Papá le sonrió. "Buenos días", dijo
a ambos, y se sentó donde siempre, a la derecha de la mujer, la única
diferencia era que hoy tenía a su padre enfrente.
>>Al fin decidió levantarse, decidió que era inútil
morir insatisfecha; se arregló lo suficiente y fue al supermercado. Caminó algo
desanimada, ida, como arrastrada por sus propios pasos, como automática... Todo
debido a su mente en blanco.
>>— ¿Qué desea, señorita? —miraba tan fijamente a
la cajera, incluso terminadas sus compras, que ésta no podía evitar la
pregunta.
>>— No es nada, gracias —sonrió, aparentando que
nada pasaba, y se fue. Obviamente la mujer no se lo creyó, pero hay cosas más
importantes para ella actualmente, como su trabajo.
>>En el camino, vio a una niña caminar de la mano
de su padre. Parecían felices, ¿lo era ella?, ¿lo sería?, ¿pudo serlo en algún
momento de su vida? Claro que sí, recuerda también a sus padres, aquellos días
en los que nada más importaba que tenerlos a ambos. Aquellos días... la
llenaban de nostalgia. Su vida actual carecía de esa felicidad. Aquella niña y
su padre, los perdió al doblar una esquina. Ella, al igual que la cajera,
también tenía sus asuntos: debía regresar a casa.
>>Su apartamento era pequeño y sin embargo
acogedor, lo máximo que podía pagar con su sueldo. No es que se quejara, tenía
dos habitaciones, a diferencia de hacía un año, pero siempre se requiere de más
espacio, y ya andaba buscando un lugar más grande. "Pero no tan
pronto", quería disfrutar un tiempo más de ese lugar. Llegar a casa y
encontrarse con el desorden de todos los días, la sala-cocina-comedor que tanto
se movía al punto de ser irreconocible la repartición de los espacios, si es
que siquiera existía. Llegar, la mañana después de una noche triste y
prepararse una tortilla con unos pocos ingredientes, lo suficiente para saciar
su apetito en sus días libres, porque hoy no trabajaba, hoy no había ido a
trabajar. ¡Dios!, no había ido a trabajar.
>>Buscó el teléfono en su cartera y llamó a la
oficina. "Espero que me perdonen esta" porque seguramente todos entendían
su situación sentimental, y todos sufrirían por dentro como ella al verla
llegar. Ocurrencias que nacen de esperanzas vanas. Nadie le contestaba. Terminó
su desayuno de inmediato y se arregló para el trabajo. Una hazaña. Volvió a
llamar, el mismo resultado. Y ante un apuro como el suyo, un ascensor que nunca
termina de subir. A por las escaleras entonces. Solo son cuatro pisos, no hay
mucha diferencia. Y ya estaba en la calle.
>>Alzó un brazo para llamar un taxi mientras
realizaba una vez más la llamada.
>>— A la compañía *** —le dijo al chofer entrando
al auto.
>>— ¿Trabaja hoy, señorita? —preguntó el hombre, un
anciano de aspecto noble.
>>— Hoy... —repitió extrañada. Volvió los ojos al
teléfono y confirmó su inmediata sospecha: era domingo. Estaba perdida. Hacía
una vez más el ridículo, como más temprano en el supermercado.
>>— ¿A dónde la llevo, señorita? —dijo el anciano
luego de una leve risa— ¿viajará o no? —insistió sonriendo.
>>— Vamos a la Plaza —contestó. Un poco aliviada,
tal vez, de que el hombre no se enojara. A la Plaza, lo dijo sin pensarlo, nada
tenía que hacer allá.
>>—
Muy bien, a la Plaza, entonces —encendió el auto y partieron.
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Así que terminó el segundo capítulo... Bueno, tengo un poliptoton para ustedes: espero que esperen el próximo. Y esperen también el artículo de febrero, a cargo de Anónimo Conocido; estará listo a mediados de ese mes. Eso es todo por ahora, agur! ;D
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