Mientras veía una película y me entretenía surgió una idea que se extendió... Listo, no tengo idea de que más decir. Soy pésimo poniendo títulos, quizás no debí ponerle uno; pero se lo puse. No estoy satisfecho con él, pero qué más da, el título es lo de menos. Allí está, sean libres de ponerle el nombre que gusten.
La próxima historia que me dé tiempo de escribir será algo relacionado con la reencarnación. Claro, lo escribiré en paralelo a lo del mes de marzo.



El escritor del amor


La última vez que te vi cruzando esa puerta, es una imagen tan intensa que a veces dudo que sea un recuerdo. Nuestra última discusión… Siempre había discusiones esperadas, discusiones inesperadas, todas eran discusiones a espera de una reconciliación.
Ella totalmente colérica y yo, como siempre, tan paciente tratando de escucharla y entenderla, hasta que ya no podía mantener la cordura y ambos estallábamos en improperios en los cuales salían a relucir todos nuestros defectos.
Odiaba todo eso, no podía soportar el sentir haber fallado en algún punto, en que yo fuera el único culpable de todos esos infiernos que se desataban. No siempre se puede estar en paz, al menos no cuando estás casado. Uno debería estar siempre enamorado y no casarse.
Me llamaban, todos los que me leyeron, el escritor del amor. Algunas verdades producto de la experiencia, algunas ficciones productos de lo que he leído. En todas las formas de escritura posibles: en cartas, en poemas (en prosa y en verso), en cuentos, en novelas, hasta en ensayos. De todos los temas: al primer amor, a relatos juveniles, amores sin estación, amores de primavera, desamores, reconciliaciones. También escribí sobre la hermana gemela del amor, con la que nos solemos confundir: la pasión.
Exploté el tema, es verdad. Siempre fui un romántico, siempre fui sincero; pero ahora al leer o pensar en todo lo que escribí, todo eso me sabe a farsa.
Los cuentos y anécdotas vinieron producto de vivencias de adolescente, en las que era un soñador y estaba dispuesto a hacer algunas tonterías. Un escritor y un personaje fueron los culpables: Bécquer y Werther guiaron mi pluma hacia mis escritos más intensos. Cuando recién empezaba a conocer a mi esposa, cuando cada día era un descubrimiento, ella inspiró los poemas, quizás lo más sincero de todo lo que escribí y escribiré. Luego vinieron las novelas, pero esas vinieron después del matrimonio. Para hablar de pasiones, bueno, recurrí a otras musas, en épocas de distanciamiento, un breve placebo para soportar el dolor de su ausencia. Algunos caprichos producto de mi inmadurez a mis treinta y cinco años. Ella siempre me decía: “Eres un niño inmaduro”. Yo siempre sonreía y respondía con ironía: “Gracias, me haces sentir más joven”. Siempre trataba de evitar discusiones provocando sonrisas. Es curioso, conversaciones como esas, tonterías, son ahora lo que más extraño de esos días. Cuando yo lavaba los platos y ella los secaba, cuando ella barría y yo sacudía. También esos pequeños detalles que ella conocía de mí y que yo conocía de ella: intimidad.
La gente siempre comentaba: “Su matrimonio debe ser perfecto”, “No conozco ningún hombre más enamorado”. Me los tragaba todos, hasta comentarios de señoras que en verdad me daban ganas de mandarlas al carajo: “Ojalá todos los hombres fueran como usted”. No podía soportar que con sus comentarios me restregaran en la cara constantemente cosas que nunca fueron ciertas. Mientras mis historias ganaban cada vez más adeptos, más solo yo me encontraba.
Estaba tan inmerso en ese mundo ficticio de historias perfectas que nunca tuve tiempo para vivirlas. Mi silencio derivo en indiferencia, mis horas de trabajo en tu soledad. Qué idiota fui, nunca pude entender que cada una de nuestras discusiones eran un intento tuyo para tratar de rescatar lo poco que quedaba, para encontrar una solución.
Recuerdo la primera vez que te hablé, no recuerdo las palabras, pero aún es latente. En cambio recuerdo las últimas palabras que te dije, quizás porque son muy dolorosas, porque me desconozco, porque me aborrezco cada vez que sus ecos retumban en mi cabeza: “¡No te necesito, lárgate!”. Soy el mayor cobarde, nunca te amé más que a mí mismo.
Desde hace meses que no escribo ninguna historia que no empiece con perdón. ¿El escritor del amor? Me río hasta las lágrimas ¡Soy el mayor traidor! Yo conocí el amor y le di la espalda por estas palabras que ahora no significan nada.
Te dejé ir, huiste con lágrimas en lo ojos de este ser que una vez dijo que te amaba y que te hizo tanto daño.
Será acaso que herir a las personas que más amamos es algo inherente en nosotros, algo inevitable… Y de ser así, de igual manera: ¿Todo puede ser enmendable?
De repente pienso en estrujar, en romper en mil pedazos esa carta que estaba a punto de firmar. En mandar al carajo todos mis proyectos. A ser uno de mis personajes y hacer de mi vida junto a ti mi historia más importante. En salir corriendo de este lugar e ir hacia donde te encuentres. Y gritar, gritar frente a tu puerta: “¡No firmaré!”, “¡Te amo!”, ¡”Todavía no es tarde”! En empezar y comenzar una nueva vida lejos de los errores del pasado, en algún lugar que tú y yo volveríamos a llamar hogar. Mas todo eso es tan solo otra historia que más tarde o quizás mañana u otro día escribiré…
Mucho ha pasado esta semana. Especialmente entre ayer y hoy. Todo por este capítulo de Ariana. Sí, Ariana me provocó algunos cuestionamientos con respecto a su nuevo capítulo. Y me acosó toda la noche de ayer, miércoles... Tanto que tuve que detenerme mucho a pensarlo y provoqué una especie de confusión con respecto a ella entre ciertas personas... —nada grave, nada grave—. Al fin, hoy revisé el texto y lo modifiqué hasta que me sentí convencido de que era al menos aceptable. Tal vez Ariana me lo dijo al oído... tal vez.

.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo sexto.+.+.+.+.+.+.


>>— Mira, hija —decía emocionado mientras señalaba una reproducción de pterodáctilo suspendida en el aire, sostenida por cadenas— ¿No es acaso impresionante esta escultura de pterodáctilo en tamaño real? Me intriga pensar solo en el tiempo que le han dedicado… y no es solo ésta. Todas las esculturas tienen la misma calidad. ¿Ves?
>>Ariana veía. Pero su atención era fácilmente quebrantada por el dodo. Y… ¿ahora un pterodáctilo? ¡Dios quiera que no empiece a moverse! Pero no se movía por mucho que lo mirara. Solo el dodo, que la seguía y seguía, como un curioso.
¿Que qué era ese lugar? Un taller. Ni más ni menos que el taller del anciano. Pero lo más curioso era que se parecía demasiado a como Ariana lo había imaginado en su niñez… o tal vez no se parecía, sino que era el mismo que había imaginado —producto de su imaginación, es decir—. Y ahora ella ya no estaba sorprendida ni anonadada, ahora estaba emocionada, tal vez hasta feliz.
A su izquierda había un gran tablero de madera con varios juguetes por terminar: algunas de las muñecas que no llegó a tener, caballitos con ruedas, autos a medio pintar, y así. Una vasta lista de cosas curiosas. A la derecha, además del anciano, había también un tablero, aunque más chico, y, al lado, una puerta. Muchas herramientas debajo de ambos tableros, dentro de algunos cajones de madera.
— Fantasía... —musitó.
El anciano le indicó hacer silencio.
Sonó una campanilla y la puerta se abrió.
— Parece que ya es hora de trabajar —dijo el juguetero. Y dos hombres pasaron al taller.
— ¡Vaya lío! Creo que me he salvado. Mi mujer ya casi no me tolera.
— Vamos, no seas pesimista —le contestó el segundo.
— No lo soy. Soy “realista”. Y sé que aquí me va mejor que en casa. En serio.
— Ya, hombre, mejor terminemos con lo de hoy o nos iremos a la quiebra.
Ambos rieron y comenzaron a trabajar. Trabajaban juntos en el tablero derecho. Uno se encargaba de tallar y pintar las piezas de los juguetes mientras que el otro las lijaba y armaba una vez listas.
Luego llegaron más. Unos cuatro más, que trabajaban individualmente. Uno de ellos llevaba una radio.
— La he sacado de allí. Ahora nadie nos puede alcanzar este artefacto así que creo que debería quedarse aquí — sonrió, la colocó a su lado y la encendió. Pronto el taller se llenó de alegría.
— Son buenos, ¿no cree? —preguntó Ariana. Pero no obtuvo respuesta. El anciano, en cambio, le señaló observarlos cuidadosamente.
Ella no veía nada, por supuesto, más que un grupo de hombres trabajando, algunos entonando la canción de la radio. ¿Qué quería el anciano que viera? ¿Algún detalle?, ¿acaso pasaría algo interesante entonces? Hizo esta última pregunta pero pareció no ser escuchada, así que no lo volvió a hacer. Se limitó a ver y esperar a que sucediera algo. El anciano, luego de unos minutos, se compadeció de su acompañante.
— Cierra los ojos —le dijo. Y ella lo hizo—. Ahora ábrelos.
Entonces vio. Vio a un niño que cogía del brazo a uno de los hombres, buscando llamar su atención. Y a una mujer que le gritaba al de su costado. Y a un débil anciano apoyarse en otro. Y a dos hombres que se burlaban del siguiente. Curiosamente, estas presencias ajenas al taller, no tenían voz, y, es más, tampoco parecían tener cuerpo. Eran como fantasmas. Y lo más extraño era que a dos de los trabajadores nadie los acompañaba de esa manera.
La música de la radio era lo único que Ariana escuchaba, además de las voces de los hombres del taller. Parecían alegres —una ironía para algunos, que estaban siendo presionados por algún fantasma—. Y ella se intrigaba por aquellos dos hombres, que parecían solitarios en medio de esa multitud.
— ¿Quieres verlos a ellos dos? —preguntó el anciano. Ariana asintió.
La banca de parque entonces comenzó a deslizarse por el piso, hasta el fondo del taller, donde estaban los dos a quienes querían ver.
Ya más cerca, pudo advertir que un perro se paseaba alrededor de la silla de uno de ellos. El otro, que era el que había traído la radio… no tenía nada en absoluto. Ningún fantasma.
— Todos tienen una razón para venir aquí —empezó a decir el anciano—, un fantasma que los sigue a donde vayan…
— ¿Y aquél?
— Él es un caso especial —sonrió. Y su sonrisa la calmaba cada vez más. Era una sonrisa que ocultaba gentilmente cosas prometidas de ser descubiertas luego. No necesitaba más respuesta. Una sonrisa le aclaraba muchas cosas.
El hombre sin fantasma trabajaba fervientemente, en silencio. Muy concentrado en lo que hacía, a pesar de la música, que sin embargo disfrutaba.

.+.+.+.+.+.+.+.+.+.+.+.+.
Así es. El capítulo más problemático ha terminado. Los veo en el séptimo [ ;D ] Gracias por leer. ¡Adiós!

¿Alguna vez han hecho volar su imaginación? —no entremos en temas de adicción, por favor...—, ¿alguna vez han visto algo que no existe?, ¿alguna vez han negado la existencia de algo obvio solo porque les dijeron que no existe?, ¿alguna vez se han creído algo tonto y han resistido neciamente a cualquier tipo de comprobación solo por miedo a verse ridiculizados? Pues bien, de eso no hablaremos hoy (risa malévola...). Así es, no hablaremos de eso, porque esta entrada está dedicada al Capítulo quinto de Ariana, y porque posiblemente este proyecto les diga algo con respecto a esos temas —ya saben que la imaginación es valiosa... Si no lo saben, están ciegos.
En fin, como cada semana, hoy les presento un nuevo capítulo de esta serie (¿?) llamada Ariana. Disfruten si les está permitido, y... solo eso. Aquí la tienen...

.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo quinto.+.+.+.+.+.+.


Sí, estaba en una vitrina cercana. Aunque en realidad era la misma vitrina, solo que al extremo —las vitrinas eran largas, cubrían todas las paredes, como suele pasar en los museos—, y ella ahora dirigía su atención hacia otro lugar. Por eso ahora era “una vitrina cercana”.
La impresión fue enorme. Ariana dio un salto por el susto.
— ¿Qué sucede, hija?
— Ah… —se mostró avergonzada, y más porque cuando regresó la vista el ave ya no estaba—. Ehmmm… no es nada.
Su padre volvió a inquirirla, pero ella volvió a negarse.
— Bueno, entonces continuemos.
Su padre avanzaba más rápido que ella. Ariana tardaba un poco más debido a que se cercioraba de que el dodo no apareciera nuevamente en esa vitrina —porque aún podía verla— o de que, mágicamente, los esqueletos de los dinosaurios o esculturas empezaran a tomar vida en el Museo de Historia Natural. El solo imaginarlo la asustaba, así que no podía evitar mirar un poco más las muestras. Después de todo, nada perdía haciéndolo.
Entonces, cuando estaba por perder de vista la vitrina debido a que el pasillo doblaba hacia la izquierda, lo vio. Lo vio, pero esta vez no se le acercó, solo se sobó los ojos con las manos una y otra vez, pensando en que desaparecería. No funcionaba. Era real, o eso le parecía a ella en ese momento. Cuando se convenció, solo se quedó mirándolo, perdiéndole la atención a su padre, que parecía hablarle sobre algunos caracoles fosilizados —él también estaba emocionado, aunque no había visto al dodo. Ahora le hablaba al aire, claro, porque su hija lo había olvidado por un momento—. Entonces fue testigo del intento desesperado del dodo por salir por un extremo de la vitrina: golpeaba con su enorme pico y gritaba como solían hacer los dodos. La escena la conmovió tanto que, por un instante, deseó que el animal pudiera ser capaz de atravesar aquel vidrio que le obstaculizaba el paso. Luego se retractó, porque tuvo miedo, fue casi inmediato. A pesar de que los dodos no eran tan peligrosos… ella no sabía más que lo que su padre le había dicho.
¡Taaak! ¡Slash! ¡Shurrmmmm! Y el dodo estaba fuera. Había atravesado el vidrio, pero no lo había quebrado… tampoco lo había desplazado… Ariana supo en seguido lo que pasó, porque el ave corrió hasta la vitrina siguiente, golpeó el vidrio con el pico, y estuvo dentro. Supo que era mágico; el dodo atravesaba los vidrios como si de arbustos se tratara… Ahora no tenía complicaciones.
El dodo corrió a través de las vitrinas, pasando en medio de muchas muestras históricas, algunas veces evitando hábilmente —y era algo que podríamos loarle, dada su contextura—, otras chocando torpemente y tumbando las muestras, desordenándolas. Tal desorden debía causar algún tipo de problema en el museo, y más el advertir que una de sus muestras había cobrado vida. Ariana solo sabía que quería salir de ahí, aunque se tratara de una alucinación suya, aunque fuera un sueño el que estuviera allí con su padre… En serio temía.
Cuando el ave estuvo cerca, ella ya había avanzado algo más. El dodo saltó de una de las vitrinas hacia el exterior —lo mismo de siempre, un picotazo y ¡slash!, ¡shurrmmmm!, atravesaba la pantalla de vidrio—, se acercó rápidamente. Ella corrió hacia su padre; no quería ser atacada, y no lo fue. El ave pasó a la siguiente vitrina, y, desde ahí, luego de haber causado un extraño desorden en las muestras, se mantuvo observándola.
>>Ariana no podía hablar. No porque el anciano juguetero fuera un hechicero y la hubiera encantado, sino porque no podía creer lo que veía: un mundo vacío, lleno de blanco, lleno de negro, lleno de… lleno de… lleno de algún tipo de transparencia, aunque nada se veía a través. Sin embargo, sabía que no era un mundo opaco, sabía que estaba purificado, que no había nada más, que era lo único que existía… Y creyó eso por unos tres segundos, lo único que duró.
De pronto se preguntó “¿Si acaba de salir del cascarón… por qué ahora tiene ese tamaño?”
>>El espacio entonces se tornó más opaco, más cálido. Frente a ellos podía ver una ventana, que estaba demasiado cerca, por cierto, de modo que era como si alguien los hubiera hecho a un lado o como si unos niños hubiesen empujado el asiento hasta ese lugar con el fin de ver a través de la ventana, muy alta para ellos. Ariana sintió claustrofobia, a pesar del color melón de la pared, por lo que volteó inmediatamente. El anciano se levantó de su asiento y se ubicó al lado, siempre manteniendo las manos pegadas al éste —en realidad a los brazos de éste. Se sabe que las bancas de parque tienen ese tipo de cosas.
>>—No te retires de la banca. No lo hagas, o tendremos problemas —advirtió el anciano al ver que Ariana intentaba levantarse. Ella asintió y decidió arrodillarse sobre la banca, sosteniéndose del respaldar, como los niños que juegan en las bancas de los parques.
— Papá… —hay un dodo vivo, quiso decir, pero calló al ver que no pretendía hacerle daño.
El dodo tenía un tamaño anormal para haber nacido hace poco. Lo sabía, y la idea la acosaba. La acosó los treinta y tres segundos que estuvo en ese punto y la siguió acosando cuando empezó a moverse para seguir a su padre, mientras que el ave andaba a su paso y la seguía con la mirada, siempre detrás del vidrio.

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Entonces el dodo... No, no les iba a continuar la historia... No empezaría el sexto así... [ =/ ]. Pero ya saben... Ojalá les haya gustado, y nos vemos en el próximo capítulo —recuerden mis cámaras [ ;) ]—. Gracias. Au revoir!!

Hello! Hello! Lamento coincidir con la antojada publicación de Anónimo conocido, pero no podía evitarlo: era ahora o nunca. Si no lo hacía, el mundo sería destruido y.... Bueno,  hablaremos de eso en otra ocasión. Lo que ahora me compete es saludarlos: Hello! Hello! Bien, creo que repetí el mismo saludo ridículo del inicio... Lo siento...
Por cierto, ¿qué les pareció el capítulo tercero de Ariana? ¿Empiezan a creer que estoy loco, que me drogo o algo por el estilo? Si es así, mi respuesta es "...". Sí, puntos suspensivos, para que vean el grado de mi indignación... [u.u]. Pero como quiero reforzar esa idea loca en ustedes, publico aquí el Capítulo cuarto, para que sean testigos de mi estado delirante...

.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo cuarto.+.+.+.+.+.+.+.


El rostro la miró fijamente, Ariana lo miró fijamente. Ambos se miraron fijamente. Entonces, aquél pareció intentar acomodarse. Pronto fue obvia su intención, ya que su cuello se hizo visible, y luego su esternón, y sus brazos… Finalmente utilizó estos últimos para impulsar su salida. Obtuvo sus piernas y logró despegarse de la escultura.
Ariana parecía sorprendida —solo lo parecía, pues ya había pasado el tiempo de la sorpresa. Ahora estaba más bien anonadada, es decir, en un estado de sorpresa extendido—. El hombre-escultura se desplazó por entre los pequeños obstáculos de piedra caliza que tenía en la parte inferior —parecía un peñasco, aquello—, llegó al agua… y cuando hizo contacto con ésta, su apariencia rocosa desapareció: parecía un hombre de verdad. Era un hombre de verdad, un humano y no una escultura, según la percepción de Ariana. El hombre se le acercó.
Ella sabía quién era, como ya se dijo antes, pero se preguntaba qué hacía esa persona allí: no era un patriota, o un mártir, o un héroe, o un ilustre. No era un hombre celebérrimo con todas las letras de esa palabra; sin embargo, había salido de esa escultura. Cualquiera que reconociera a aquel hombre y lo viera en esa pileta se creería loco, especialmente porque no se le otorgan méritos de héroe a un hombre por ser el dueño de una casa de juguetes.
Aquél ya estaba muy cerca de ella. Ella no se movía, solo lo observaba, como si fuera un espectáculo, como si ese hombre fuera la estrella principal del acto. Se agachó y le compartió una sonrisa.
”Juguetes Fantasía, hacen divertida tu vida… —empezó a cantar—. Juguetes Fantasía, mucho color y alegría… Juguetes Fantasía, hacen tu mundo especial… Juguetes Fantasía… ¿qué esperas para jugar?”
Ariana sonrió. Había tenido razón, aquél hombre era quien ella creyó desde un principio: no era un héroe de la nación ni un mártir ni un ilustre, pero era el que había alimentado sus ilusiones de niña. La canción de ese hombre y la magia de sus juguetes, de los cuales solo pudo obtener un par a pesar de sus grandes deseos y de haber sido una buena niña, siempre la habían animado cuando se sentía triste en algún momento. Buscaba entre todos una hermosa muñeca de trapo —de un gran valor artesanal—, que era su favorita, además de la primera de sus dos juguetes de la fábrica Fantasía, y recordaba esa canción, porque no sería una buena niña si ignoraba a su linda muñeca, y menos aún si olvidaba que el solo tenerla era algo especial, y no tanto porque fuera parte de la colección de Fantasía, sino porque era un regalo de su madre. Eso la hacía sentir bien, y mucho.
El hombre era un anciano y, según sabía Ariana, se había dedicado toda su vida a la producción artesanal de juguetes, aunque con el tiempo también acopló lo industrial a su trabajo —esto precisamente porque el comercio empezó a decaer—, pero siempre le dio más importancia a lo primero. Tenía la coronilla calva y un gran bigote blanco. Vestía un pantalón negro, una camisa blanca color beige y un pequeño chaleco de cuero. Y, por supuesto, llevaba anteojos… aunque acababa de ponérselos. Sí, al parecer su acercamiento se había debido a su falta de vista —tal vez era algo terco con eso y se quitaba los anteojos por momentos, aparentando ser un héroe—, pero luego necesitó utilizarlos —era inevitable—. Los sacó del bolsillo de su camisa y se los colocó.
—Ah… tú eres la niña de la muñeca de trapo —dijo sorprendido y algo emocionado. Tal vez porque ahora veía mejor, tal vez porque ella era una antigua cliente— ¿Cómo está ella? ¿Aún la tienes? —Ariana solo asintió con la cabeza— Mmmm… —pareció pensativo. Se cogió la barbilla con una mano como si tramara algo— Ya veo —dijo de repente— ¿Por qué no me acompañas a dar un paseo? —sonrió.
Ariana estaba menos sorprendida ahora. Más bien parecía intrigada… Sí, intrigada, y tanto que el anciano pudo notarlo rápidamente.
— ¿Prefieres permanecer aquí? —no dejó de ser afable—, entonces veremos todo desde aquí, ¿qué dices? Es buena idea, ¿no? —echó una leve carcajada— Al parecer no estoy tan viejo.
Se sentó a su lado y luego de unos segundos de silencio íntegro le hizo una pregunta que en ese momento a ella le pareció algo extraña.
— ¿Lista? —dijo. Pero ¿qué es más extraño que ver salir al dueño de una juguetería de una escultura a los patriotas? Ella pensó que ya nada la sorprendería, pero se equivocó. De pronto empezó a soplar un viento fuerte, tan fuerte que se fue llevando el mundo que tenía alrededor y trajo uno nuevo, algo que para ella también era conocido.
>> Ya con su padre, empezó a olvidar el huevo de dodo. Pero esto fue evitado por aquella ave. Sí, aunque parezca descabellado, un dodo pequeño se le apareció en una vitrina cercana.

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Fiuuuuuuuuuu! Qué extraño este tipo... ya me asustó lo que escribe... [ xD] Los espero en el 5to. Adiós!

Desde hace algunas noches me he percatado de que se me hace dificil dormir o, como algunos dicen, conciliar el sueño.

Llega la noche y me encuentro más lúcido que en el resto del día; aquella mañana, media mañana y tarde en la que si no estoy sentado frente a mi computador esperando a que se publique la última noticia de moda en una red social - o que el facebook me cuente una historia acerca de personas que no veo frecuentemente, algunas de las que solo recuerdo el saludo y otras tantas sin rostro real - estoy siendo invadido por la pereza y ociosidad, el olor a cama sin tender, el sueño del que no quiero despertar; no puedo dormir y posiblemente a causa de las "actividades" anterioremente mencionadas, aunque también puede deberse a los efectos secundarios de mi medicación... pero no, la ciencia médica no es la culpable.

Y no hay persona a la cual culpar, mas sí a un sustantivo femenino porque sino no tendría sentido adjudicarle aquel adjetivo de culpabilidad (No refuren, sé que puede sustantivarse ese adjetivo así como adjetivarse un sustantivo). El problema, o la culpabilidad, es más bien a causa de un sentimiento. No se preocupen, ni enamorada no me ha dejado y no es por eso que publico en este blog. Un sentimiento de culpa es el que tengo. Culpa por no publicar en mucho tiempo.

Siento que dos bandidos se están robando el protagonismo en esta novela llamada Errror de Imprenta, por eso este es un grito desesperado que reclama por atención.

"Quiero que me miren, me lean, me quieran y piensen en mí."

De esta manera quiero asfixiar ese sentimiento de culpa, para así poder dormir.
Aquí les dejo parte de algo que escribí hace unos años.

Charlotte


Era un primer día de clases, llegué tarde y desconociendo cual era mi salón, lugar o destino. Dicen que la primera impresión es la que cuenta. Llegué tarde. ¿Qué impresión di entonces?
Al ingresar al aula todos los lugares en los que pudiese ubicarme estaban ocupados. La profesora me ve. «Alumno, siéntese allí››, dice indicando una carpeta en la que ya estaban sentadas cuatro personas. "Bueno, una persona más no hará la diferencia", pensé.
Las clases eran clases y yo seguía siendo yo. Es típico que el primer día de clases no se hable mucho (a menos que seas un hablador), ya que casi todo mundo es un extraño, al menos eso pienso. Pero, debía de hacer el intento, ya que venía de unas inexistentes relaciones interpersonales. La historia no debía de volver a repetirse, pero por más que intentaron (ellos) no me sentía en confianza como para charlar fue por eso que solo crucé unas cuantas palabras de contacto. No logré (tal vez quise) algo nuevo.
El día acabo como cualquier otro. El sol seguía ocultándose por el oeste y nada nuevo llego a mi vida, tan solo los conocimientos que debían de llegar por inercia. No recuerdo muy bien ese día. Tan solo recuerdo que una vez culminadas las clases descendí rápido por las escaleras; caminé por la acera continua sin ver si tropezaba contra alguna persona; iba mirando hacia el suelo, esa era la costumbre; abordé el primer carro que se aventuraba a transitar en ese momento; y me senté tras el copiloto.
Antes de cerrar los ojos para dormir – ya que me sentía cansado – me sumergí un momento en mí. Vi por la ventana el camino que sería parte de mi nueva rutina por los siguientes meses. Cerré los ojos y pensé. “Hoy comienzo algo nuevo que espero hacerlo bien. No debo de acostumbrarme a las personas ya que dentro de algunas semanas nos cambiaran de ubicación, es probable que a las personas que vaya conociendo no las vuelva a ver. – Fue así en una etapa anterior. Nos cambiaban de salón cada dos o tres semanas – No caeré en la costumbre. Cierro este día. Mañana comienza otro y hoy no creo en Dios, ayer tampoco desde ya más de un año ni creo que mañana lo haré. Hoy no conocí el amor y sigo sin riesgos. Todo tranquilo y sin sobresaltos. Creo que seguiré así.”

Luego de esto descubrí que era una moda y que este "sentimiento de culpa" es solo otra manera de mantener mi orgullo.

Adiós.

¿Saben? Los días pasan y yo no me doy ni cuenta. Estoy aquí, ahora mismo, escribiendo esto, y lo demás me importa poco. Probablemente sea esa la razón por la que me limito a saber la hora a pesar de que tengo un calendario a un doble clic en la esquina inferior derecha de la pantalla (barra de inicio) —incluso mantener el puntero en esa área me revelaría la fecha...—. He llegado, por eso, a pensar, muchas veces, que se trata de una enfermedad, pero el daño no es mayor —exceptuando ciertas tareas, aunque sería un delito aminorar mi disfrute por la escritura—, así que lo dejo ser. Y así como dejo ser esta aparente insania mía, también dejo ser a mis proyectos. Ariana no es la excepción —a pesar de que me apresura un poco el hecho de que debo publicarlo en el blog—, y es por eso mismo que, cuando me siento lo suficientemente listo como para continuar la historia, lo hago. Eso pasó precisamente ayer, y, obviamente, he continuado la historia. Es por eso que hoy se la presento, es por eso que hoy les comparto una parte de mi locura.

.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo tercero.+.+.+.+.+.+


Terminando ya el desayuno, que había sido, para la suerte de Ariana, menos silencioso y agobiante que las usuales comidas que compartía con su tía —aunque, podríamos decir que ya se había acostumbrado a ello— debido a las constantes consultas y comentarios de su padre, ambos salieron.  “A la Plaza”, había dicho su padre cuando le preguntó a dónde irían. La señora de Freed recordaba su reciente falta a las reglas de la casa, pero castigarla era injusto, considerando que su padre estaba presente y que no lo había visto desde hacía casi un año. “Es trabajo”, le había dicho a Ariana cuando partió, y ella estaba acostumbrada a los viajes, pero nunca la habían dejado sola o a cargo de alguien, como pasaba ahora, por tanto tiempo.
>>— Ya estamos aquí, señorita. La Plaza —dijo el anciano conductor.
>>— Gracias —contestó ella algo tímida mientras le pagaba el viaje.
>>Bajó del taxi y notó que se sentía diferente. Creerse en aprietos le había despejado la mente, y, probablemente, si hubiera decidido no viajar, su malestar habría incrementado. Tomó asiento en una de las bancas que había por ahí cerca y comenzó a observar.
>>La plaza era un lugar muy concurrido, tenía en el centro una pileta con una escultura bastante peculiar: una tabla enorme de piedra caliza sobre la que estaban tallados los rostros de varios hombres y mujeres celebérrimos de la historia. Todos miraban hacia la derecha, donde, más allá, estaba ubicada una bandera del país —esto tal vez indicara que fueron patriotas—. El agua brotaba ligera desde unos agujeros en la parte alta, casi imperceptibles por el detalle de la escultura. La parte baja daba la impresión de que ésta había surgido de repente, como por arte de magia. Alrededor de aquello había un gran parque, y, rodeando el perímetro, muchas tiendas y museos. Era un buen lugar para pasar el rato, o al menos eso pensó Ariana desde que era una niña, aunque muchas cosas habían cambiado hasta entonces.
— No ha cambiado nada, ¿no crees, hija? — Ariana observó con detenimiento. Había estado ahí hacía poco, por no decir la noche anterior, pero nunca en toda su vida se había sentido allí. Nunca, en toda su vida, había sentido las voces de la gente como voces ajenas. Nunca. Nunca se sintió antes una simple espectadora. La sensación la emocionaba al punto de sentirse como una niña de nuevo, aunque aún lo era: una niña que decía no serlo. No dijo nada.
—Vayamos al museo de Historia primero, ¿qué dices? —ella simplemente asintió, pero su padre pudo percibir su entusiasmo. No por nada era su padre.
Llegaron al museo. No tardaron demasiado, pues estaba muy cerca. Allí, Ariana se emocionó muchísimo más al ver los restos fósiles que permanecían inertes detrás de las vitrinas que protegían las piezas. Le llamó la atención especialmente un huevo de dodo que descansaba sobre una especie de trípode de base cónica hecho de cerámica, al lado del cual, y más abajo debido a su estatura, se encontraba una reproducción en tamaño real de una de estas aves —y tal vez no hubiera pasado lo que sucedió entonces si hubiera leído la leyenda. Pero no lo hizo, por eso pasó.
Le emocionó tanto ver ese huevo fosilizado que, cuando su padre avanzó para seguir viendo más cosas en esa amplia vitrina, ella se preguntó si había alguna forma de que de aquél pudiera nacer un dodo. Claro está que no era una pequeña niña —aunque sí lo segundo— y que sabía qué era un fósil, pero la curiosidad la invadió por completo y comenzó a imaginar. Sí, por su mente, mientras sus pasos se alejaban del dodo y sus ojos se resistían a quitarle la mirada, empezó a hacer conjeturas sobre las posibles formas en que un dodo podría salir de aquel huevo: un grupo de científicos podría copiar su ADN y traerlo de vuelta a la vida —como en las películas que había visto hacía un tiempo—, la magia oscura de algún hechicero loco —esto sí era bastante poco común en ella, pero lo pensó… y mucho—, tecnología extraterrestre… Incluso llegó a pensar que esa especie podía existir aún escondida a la vista de los hombres. Todo esto la emocionaba de una manera inexplicable.
De pronto, por el miedo natural de no saber hacia dónde se va, lo perdió de vista. Al regresar a verlo otra vez, se llevó una sorpresa: el huevo ya no estaba en el trípode, sino a un lado, y quebrado en dos. La curiosidad la hizo detener sus pasos y su mirada se sostuvo desde lejos, mientras se disponía a acercarse. Pero antes debía confirmar la ubicación de su padre. Volteó hacia él —no quería perderlo a él de vista tampoco— y regresó sus ojos al huevo con más detenimiento: y ahí estaba, pero intacto. No podía creerlo, o quizá sí, pero decidió ir con su padre antes de que éste fuera a buscarla.
>>Los rostros de los héroes y patriotas dejaron de lado aquella bandera y dirigieron su mirada hacia Ariana. Ella reaccionó. Los miró atentamente: se observaban entre todos, como si discutieran —incluso movían los labios—, y parecían querer adoptar otro orden. Las cabezas se acomodaban, todas, como dándole paso a una de ellas —Ariana lo advirtió al poco tiempo—. Los héroes y patriotas se habían ubicado en los bordes de la piedra lo más que podían, dejando en el centro, en un amplio espacio, solamente a uno. Ariana sabía quién era.

.+.+.+.+.+.+.+.+.+.+.+.+.
Así termina este capítulo. Espero que les haya agradado. Hasta el próximo... y gracias por leer ;D