Llega la noche y me encuentro más lúcido que en el resto del día; aquella mañana, media mañana y tarde en la que si no estoy sentado frente a mi computador esperando a que se publique la última noticia de moda en una red social - o que el facebook me cuente una historia acerca de personas que no veo frecuentemente, algunas de las que solo recuerdo el saludo y otras tantas sin rostro real - estoy siendo invadido por la pereza y ociosidad, el olor a cama sin tender, el sueño del que no quiero despertar; no puedo dormir y posiblemente a causa de las "actividades" anterioremente mencionadas, aunque también puede deberse a los efectos secundarios de mi medicación... pero no, la ciencia médica no es la culpable.
Y no hay persona a la cual culpar, mas sí a un sustantivo femenino porque sino no tendría sentido adjudicarle aquel adjetivo de culpabilidad (No refuren, sé que puede sustantivarse ese adjetivo así como adjetivarse un sustantivo). El problema, o la culpabilidad, es más bien a causa de un sentimiento. No se preocupen, ni enamorada no me ha dejado y no es por eso que publico en este blog. Un sentimiento de culpa es el que tengo. Culpa por no publicar en mucho tiempo.
Siento que dos bandidos se están robando el protagonismo en esta novela llamada Errror de Imprenta, por eso este es un grito desesperado que reclama por atención.
"Quiero que me miren, me lean, me quieran y piensen en mí."
De esta manera quiero asfixiar ese sentimiento de culpa, para así poder dormir.
Aquí les dejo parte de algo que escribí hace unos años.
Charlotte
Era un primer día de clases, llegué tarde y desconociendo cual era mi salón, lugar o destino. Dicen que la primera impresión es la que cuenta. Llegué tarde. ¿Qué impresión di entonces?
Al ingresar al aula todos los lugares en los que pudiese ubicarme estaban ocupados. La profesora me ve. «Alumno, siéntese allí››, dice indicando una carpeta en la que ya estaban sentadas cuatro personas. "Bueno, una persona más no hará la diferencia", pensé.
Las clases eran clases y yo seguía siendo yo. Es típico que el primer día de clases no se hable mucho (a menos que seas un hablador), ya que casi todo mundo es un extraño, al menos eso pienso. Pero, debía de hacer el intento, ya que venía de unas inexistentes relaciones interpersonales. La historia no debía de volver a repetirse, pero por más que intentaron (ellos) no me sentía en confianza como para charlar fue por eso que solo crucé unas cuantas palabras de contacto. No logré (tal vez quise) algo nuevo.
El día acabo como cualquier otro. El sol seguía ocultándose por el oeste y nada nuevo llego a mi vida, tan solo los conocimientos que debían de llegar por inercia. No recuerdo muy bien ese día. Tan solo recuerdo que una vez culminadas las clases descendí rápido por las escaleras; caminé por la acera continua sin ver si tropezaba contra alguna persona; iba mirando hacia el suelo, esa era la costumbre; abordé el primer carro que se aventuraba a transitar en ese momento; y me senté tras el copiloto.
Antes de cerrar los ojos para dormir – ya que me sentía cansado – me sumergí un momento en mí. Vi por la ventana el camino que sería parte de mi nueva rutina por los siguientes meses. Cerré los ojos y pensé. “Hoy comienzo algo nuevo que espero hacerlo bien. No debo de acostumbrarme a las personas ya que dentro de algunas semanas nos cambiaran de ubicación, es probable que a las personas que vaya conociendo no las vuelva a ver. – Fue así en una etapa anterior. Nos cambiaban de salón cada dos o tres semanas – No caeré en la costumbre. Cierro este día. Mañana comienza otro y hoy no creo en Dios, ayer tampoco desde ya más de un año ni creo que mañana lo haré. Hoy no conocí el amor y sigo sin riesgos. Todo tranquilo y sin sobresaltos. Creo que seguiré así.”
Luego de esto descubrí que era una moda y que este "sentimiento de culpa" es solo otra manera de mantener mi orgullo.
Adiós.
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