.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo tercero.+.+.+.+.+.+
Terminando ya el desayuno, que había sido, para la suerte
de Ariana, menos silencioso y agobiante que las usuales comidas que compartía
con su tía —aunque, podríamos decir que ya se había acostumbrado a ello— debido
a las constantes consultas y comentarios de su padre, ambos salieron. “A la Plaza”, había dicho su padre cuando le
preguntó a dónde irían. La señora de Freed recordaba su reciente falta a las
reglas de la casa, pero castigarla era injusto, considerando que su padre
estaba presente y que no lo había visto desde hacía casi un año. “Es trabajo”,
le había dicho a Ariana cuando partió, y ella estaba acostumbrada a los viajes,
pero nunca la habían dejado sola o a cargo de alguien, como pasaba ahora, por
tanto tiempo.
>>— Ya estamos aquí, señorita. La Plaza —dijo el
anciano conductor.
>>— Gracias —contestó ella algo tímida mientras le
pagaba el viaje.
>>Bajó del taxi y notó que se sentía diferente.
Creerse en aprietos le había despejado la mente, y, probablemente, si hubiera
decidido no viajar, su malestar habría incrementado. Tomó asiento en una de las
bancas que había por ahí cerca y comenzó a observar.
>>La plaza era un lugar muy concurrido, tenía en el
centro una pileta con una escultura bastante peculiar: una tabla enorme de
piedra caliza sobre la que estaban tallados los rostros de varios hombres y
mujeres celebérrimos de la historia. Todos miraban hacia la derecha, donde, más
allá, estaba ubicada una bandera del país —esto tal vez indicara que fueron
patriotas—. El agua brotaba ligera desde unos agujeros en la parte alta, casi
imperceptibles por el detalle de la escultura. La parte baja daba la impresión
de que ésta había surgido de repente, como por arte de magia. Alrededor de
aquello había un gran parque, y, rodeando el perímetro, muchas tiendas y
museos. Era un buen lugar para pasar el rato, o al menos eso pensó Ariana desde
que era una niña, aunque muchas cosas habían cambiado hasta entonces.
— No ha cambiado nada, ¿no crees, hija? — Ariana observó
con detenimiento. Había estado ahí hacía poco, por no decir la noche anterior,
pero nunca en toda su vida se había sentido allí. Nunca, en toda su vida, había
sentido las voces de la gente como voces ajenas. Nunca. Nunca se sintió antes
una simple espectadora. La sensación la emocionaba al punto de sentirse como
una niña de nuevo, aunque aún lo era: una niña que decía no serlo. No dijo
nada.
—Vayamos al museo de Historia primero, ¿qué dices? —ella
simplemente asintió, pero su padre pudo percibir su entusiasmo. No por nada era
su padre.
Llegaron al museo. No tardaron demasiado, pues estaba muy
cerca. Allí, Ariana se emocionó muchísimo más al ver los restos fósiles que permanecían
inertes detrás de las vitrinas que protegían las piezas. Le llamó la atención
especialmente un huevo de dodo que descansaba sobre una especie de trípode de base
cónica hecho de cerámica, al lado del cual, y más abajo debido a su estatura,
se encontraba una reproducción en tamaño real de una de estas aves —y tal vez
no hubiera pasado lo que sucedió entonces si hubiera leído la leyenda. Pero no
lo hizo, por eso pasó.
Le emocionó tanto ver ese huevo fosilizado que, cuando su
padre avanzó para seguir viendo más cosas en esa amplia vitrina, ella se
preguntó si había alguna forma de que de aquél pudiera nacer un dodo. Claro
está que no era una pequeña niña —aunque sí lo segundo— y que sabía qué era un
fósil, pero la curiosidad la invadió por completo y comenzó a imaginar. Sí, por
su mente, mientras sus pasos se alejaban del dodo y sus ojos se resistían a
quitarle la mirada, empezó a hacer conjeturas sobre las posibles formas en que
un dodo podría salir de aquel huevo: un grupo de científicos podría copiar su
ADN y traerlo de vuelta a la vida —como en las películas que había visto hacía
un tiempo—, la magia oscura de algún hechicero loco —esto sí era bastante poco
común en ella, pero lo pensó… y mucho—, tecnología extraterrestre… Incluso
llegó a pensar que esa especie podía existir aún escondida a la vista de los
hombres. Todo esto la emocionaba de una manera inexplicable.
De pronto, por el miedo natural de no saber hacia dónde
se va, lo perdió de vista. Al regresar a verlo otra vez, se llevó una sorpresa:
el huevo ya no estaba en el trípode, sino a un lado, y quebrado en dos. La
curiosidad la hizo detener sus pasos y su mirada se sostuvo desde lejos,
mientras se disponía a acercarse. Pero antes debía confirmar la ubicación de su
padre. Volteó hacia él —no quería perderlo a él de vista tampoco— y regresó sus
ojos al huevo con más detenimiento: y ahí estaba, pero intacto. No podía
creerlo, o quizá sí, pero decidió ir con su padre antes de que éste fuera a
buscarla.
>>Los rostros de los héroes y patriotas dejaron de
lado aquella bandera y dirigieron su mirada hacia Ariana. Ella reaccionó. Los
miró atentamente: se observaban entre todos, como si discutieran —incluso
movían los labios—, y parecían querer adoptar otro orden. Las cabezas se acomodaban,
todas, como dándole paso a una de ellas —Ariana lo advirtió al poco tiempo—.
Los héroes y patriotas se habían ubicado en los bordes de la piedra lo más que
podían, dejando en el centro, en un amplio espacio, solamente a uno. Ariana
sabía quién era.
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Así termina este capítulo. Espero que les haya agradado. Hasta el próximo... y gracias por leer ;D
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