.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo undécimo.+.+.+.+.+.+.
Poco a poco, cuando todos hubieron visto la actitud
animada de la locomotora, se fue haciendo silencio.
“¡¡¡¡Fiiiiuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu…!!!!”,
silbaba. Un gran “¡Oh!” por parte del público y un paso hacia atrás. Luego el
silencio, un paso hacia adelante, y nuevamente lo mismo. Algo de nunca
terminarse si el hombre de negocios no intervenía.
El hombre de negocios, que vestía smoking, salió de entre
la multitud, se quitó el sombrero, se dirigió a los rieles y, siguiendo el
camino que le trazaban, dio pasos seguros hacia la locomotora hasta encontrarse
a unos dos metros. Hubo un gran silencio. Nadie tenía idea de qué era lo que
iría a hacer aquél extraño hombre de negro en ese momento, pero tenía un aura
de hombre experimentado, de gran labia y un espléndido poder de convencimiento.
Parecía no temerle a nada, ni siquiera a que la locomotora avanzara y lo
arrollara —amén de que se cumplieran las habladurías de cierta mujer. Salvo que
esta vez no podría culpar al conductor.
El silencio seguía. El hombre rebuscó en su saco, cogió
un cigarrillo y luego un encendedor. Hizo fuego. Fumó.
— ¿Gustas de uno? —preguntó.
— Eh… Sí, gracias —se acercó el conductor.
— No era a usted, señor —el conductor retrocedió. El
hombre de negocios guardó el encendedor y en ese momento se escuchó un gran
silbido, seguido de muy continuos parpadeares de las luces delanteras—. ¿Será Morse?
—pensó en voz alta, dio vuelta hacia la multitud, que seguía inmóvil—. ¡Hola!
—dijo de pronto—, tal vez creas que estoy loco al hablarle a una locomotora. Yo
pienso lo mismo. Pero he venido a negociar, así que dejemos eso a un lado.
Tengo cosas qué hacer, ¿sabes?, y no puedo estar perdiendo mi tiempo por el
capricho de una locomotora parlante. No te lo tomes a mal, pero así es como
están las cosas ahora: nosotros perdemos tiempo, tú no ganas nada… ¿O piensas
(si es que acaso eres capaz) que conseguirás algo con esto? Es ridículo. No
pasará nada. Seamos breves, ¿está bien? Toda esta gente está impaciente —se oyó
un nuevo silbido—. Oye, tranquilízate que esto no es un circo de rarezas.
Pongamos las cosas en claro. Éste—cogió el cigarrillo y se lo mostró—, si eres
capaz de verlo, es para hablar de igual a igual. Yo también soy capaz de echar
humo, mira. ¿Le faltarás a un hombre que considera tu naturaleza antes de
dirigirse a ti? Eso sería horrible, te lo digo…
Y continuó hablándole por un buen rato. De pronto, ésta
ya no silbaba ni echaba humo. “Buen trato, amigo. Veo que nos entendemos”,
decía el hombre de negocios. La gente lo ovacionó, o eso creyó él, como si se
tratara de un héroe. Él tiró el cigarro ya consumido al suelo y lo pisoteó.
“Así es como se hacen negocios, hombre. Trate mejor su capital” se dirigió al
conductor. “Ahora sí, vamos todos, pueden entrar. Retomaremos el viaje” gritó
éste como ignorándolo.
— ¿Cuánto tiempo hemos estado varados? —preguntó Ariana a
su padre ya dentro del tren.
— Ehmmm… casi dos horas —contestó mientras miraba su
reloj pulsera—. No hará mucha diferencia, no creo que tu tía se enoje. Pero ya
podremos llamarla cuando lleguemos, no te preocupes —adquirió una actitud
pensativa—. Una locomotora animada… Vaya… Debe haber sido una ilusión
colectiva, seguro algo le falló… Porque, si era verdad…
— Yo la oí silbando…
— Sí, hija, todos la oímos y nos sorprendimos bastante.
— Pero decía algo en su silbido.
— No. Para nada, solo era un simple silbido. Solo no
entiendo la locura del hombre del smoking.
Pero Ariana no lo sentía así. Ella había escuchado algo
especial en los silbidos, y creía que el conductor también, y probablemente el
hombre del smoking. No era seguro, pero no había otra forma para que el
conductor le estuviera hablando a un objeto que se suponía inanimado. A menos
que estuviera loco, claro, o que le tuviera mucho cariño a la máquina. Entonces
ella sería la loca, porque sería la única capaz de escucharlo. Ya no era raro
para ella con todo lo que había visto esa mañana en el museo, pero esto era
diferente… Esto afectaba a todos, todos podían ver que el tren silbaba por
cuenta propia. Solo esperaba que a su padre le hubiera faltado atención a
aquello. Así no sería una enferma
mental.
Sin embargo, estaba tanto tiempo divagando que no se daba
cuenta de que el tren no avanzaba. Y tal vez todos hayan estado en lo mismo
hasta ese momento, porque nadie lo advirtió, que el tren tardaba demasiado en
partir. Sonó un silbido, señal de movimiento, volvió a sonar de inmediato. Las
nubes de vapor pasando por las ventanas… pero nada más que eso. El tren no se
movía.
— ¡¿Qué demonios?! —exclamó el hombre de negocios.
Parecía sorprendido, algo avergonzado. Sentía que hacía el
ridículo… Y no era raro, acababa de hablar con una locomotora por un tiempo
prolongado, de vanagloriarse de sus dotes de orador y su gran capacidad de
convencimiento frente a un gran público. Estaba derrotado, ridiculizado. Sentía
que no servía como negociante.
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Eso ha sido todo por esta semana. Muchas gracias por leer este capítulo. Adiós ^^
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