Cartas Azules: Desde algún lugar en Oriente
«¿Alguna vez te has preguntado por la edad de las estrellas? Digo, obviamente que tienen más que los hombres y demás seres vivos que podamos encontrar. En libros y la televisión dicen que tienen miles de millones, ¿o acaso se referían a la distancia en años/luz de éstas? Quizás a ambas. En fin eso resulta algo impreciso para alguien que se la pasó oyendo rock, consumiendo snacks, durmiéndose en clases y saliendo, eventualmente, con chicas lindas como…»
Guardo silencio y no me muevo. Sigo echado en la arena y alrededor de la fogata en esta noche que llama al frío. Mi acompañante en este viaje, aunque más parezco ser yo el acompañante de él ya que no sé ni a dónde vamos, sigue ocupado con sus apuntes, pieles y comida nocturna. En medio del desierto y alguna parte del Oriente – supongo –, dos hombres nos ponemos a charlar para que el fuego ni la noche hagan silencio. Gabriel me lanza uno de esos panecillos que no son panecillos a los que ya me he acostumbrado, me lo como en silencio, pese a ser horribles y que no tengan comparación a esos snacks picantes de maíz que tanto me gustaban. Al parecer no me está escuchando o es que lo he molestado con algo que dije.
« ¡Claro!, además de eso… dudo que alguien que tuvo la cabeza sumergida en centenares libros de literatura sepa algo sobre ellas…» «Son millones de años/luz de distancia. Con respecto a la edad la Biblia dice que son como unos 5 mil, pero lo más probable es que tengan más de 7 mil millones de años. A pesar de eso muchas de ellas no mueren, continúan su extenso ciclo y conservan las características de forma regular por mucho tiempo. Por ejemplo el sol que vimos hoy es mucho más joven que el que viste hace unos 2 años pero eso no marca ninguna diferencia ya que sus cualidades son las mismas.», dice mientras se acuesta junto a su camello. Ya dejó el papeleo y se dispone a descansar.
Callamos. Solo dejamos las llamas de la fogata flamear y rodear con su luz ese pequeño espacio en la noche. Oímos el viento que sopla en silencio y dejamos de sentir agrado por unos momentos.
«Lo siento. No quise decir eso…» «Descuida. Entiendo perfectamente. Ya debería estar acostumbrado a esto. Tanto como con estas… cosas. – termino murmurando mientras sostengo “el panecillo” – Buenas noches, me iré a escribir.» «No entiendo por qué quieres hacerlo.» «Te dije que era para no olvidar. – Sigo acostado en la arena. Me cubro con un abrigo viejo y le doy la espalda como buscando algo de privacidad. – Nos vemos en la mañana, Gabriel.» «Nos veremos, Morrison.»
Desde algún desierto oriental.
Comienzo a escribir esta especie de carta, digo especie porque carece de todo lo formal que debería tener: No tiene destinatario, ya que dudo que algún momento llegué a tus manos, no tiene remitente, ya que mi verdadero nombre no es Morrison (me reconocerás cada vez que me leas), no tiene lugar de origen ni fecha ya que no sé donde estoy parado (Gabriel nunca me da ese tipo de datos) y no la pondré en un sobre ya que me da pereza el fabricar uno. Sigo siendo el mismo, para tu desagrado. Sonríe, yo también lo estoy haciendo.
Llegué a este lugar hace un par de años. Lo último que recuerdo, antes de conocer a Gabriel, es que caminaba sobre el desierto y luego de eso, debido al cansancio y lo despiadado del sol, perdí el conocimiento. Una vez despierto, me di cuenta de que estaba en una especie de casucha, maniatado y que frente a mí se encontraba un tipo, el que me sacó del desierto, quien se presentó bajo el nombre de "un buen samaritano".
«Gracias por todo. Por cierto, las ataduras fueron un gran detalle. Puedes llamarme Jim Morrison», no pude contenerme y se lo dije de manera sarcástica. Al parecer, el sol no pudo contra mi espíritu. Comenzó a reír de forma calmada. Pese a eso, no pude notar la alegría que lo envolvía. Dijo que me soltaría, pero que antes tendría que hablar un buen momento conmigo. Me dio de beber algo de agua, necesitaba re-hidratarme, y comenzó con su discurso.
«Recuerdo aquel rayo, aquel estruendo luminoso, lleno de silencio y lejos de acompañar a una tormenta. Recuerdo que estaba en casa releyendo una crónica de Tlön e imaginaba una manera más de refutar su idealismo. En ese momento pensé que me hubiese gustado ser parte de la empresa de su invención. Tomé cinco libros del estante en la sala, mis más recientes adquisiciones, y los llevé a mi biblioteca personal. Quise guardarlos. Encendí las luces de aquel oscuro pasadizo y luego… vi destellos, vi silencio, enseguida estaba en el suelo – en otro suelo –, fuera de casa y de todo lugar conocido. Alrededor de mí se acercaron una gran cantidad de personas que hablaban en un idioma extraño. Pienso ahora que haber sido profesor de literatura me ha sido de mucha utilidad. De todas las palabras que oí aquel día solo pude reconocer unas tres voces: cielo, extranjero y dios.», me decía todas esas cosas y yo sin entenderlas. Le dije que eso no tenía relación conmigo, que no sabía dónde estaba y que me ayudase a volver a la capital, a casa.
Continuó con su – hasta ese entonces para mí – parloteo. «¿Crees estar cerca? En primer lugar, geográficamente… lo dudo, y temporalmente no lo dudo, estoy seguro de que estas muy lejos del lugar del que viniste.»
Seguía sin entender, probablemente me daba a la idea de lo que estaba sucediendo, pero se me hacía raro y no quería hacerlo.
«Cuando vi ese destello, la noche anterior, sabía que eso volvió a suceder. Me dirigí hacia donde surgió la luz. A la mañana siguiente (hoy, casi al mediodía) te encontré. No sabes la felicidad que me causa eso. Necesitaba con quien compartir parte de la cultura contemporánea – ahora que recuerdo esas palabras me parecen muy graciosas –. Ya me había cansado de charlas triviales, hablar del clima, de la comida y demás superficialidades.»
No quise ser grosero, pero volví a sentir sed y hambre. Le dije que estaba cansado, que me liberase. Le pedí que vaya al grano. Me dijo que, “en síntesis”, éste ya no era el siglo XX, que por lo que había visto en estos lugares no hay referencias sobre la cristiandad y que por eso, probablemente, estemos estancados en algún momento histórico antes de Cristo. Al oír eso no pude evitar que se me escape una sonrisa burlesca, luego de eso me liberó. No dijo ninguna palabra al respecto, sólo se quedo viéndome, al parecer, algo decepcionado. «Si quieres sal y corrobora lo dicho.» Le dije que buscaría a alguien que hablase español o inglés, que buscaría un teléfono. Y me fui sin olvidar darle las gracias.
«Eres un buen samaritano, algo loco, pero bueno al fin y al cabo.»
Salí de paseo por el pueblo, pero no encontré nada de lo planeado. Recordé muchas de sus palabras. Robé un trapo blanco y con barro escribí EE. UU o USA, pero nadie parecía saber lo que había trazado. Tomé 2 maderos viejos e improvisé una cruz. La arrastré como si fuese Jesucristo, pero a nadie pareció importarle, nadie volvió la mirada hacia mí. En el camino de regreso a casa del samaritano me percaté de que no había rastro alguno de lo que llamaba tecnología, ni una rudimentaria lámpara a kerosene.
Toqué la puerta, la abrió enseguida y con una sonrisa en el rostro dijo: «Soy Gabriel Estrada y eres bienvenido.» «Puedes seguir llamándome Morrison. Dame un tiempo a solas, tengo mucho en qué pensar.»
Y hasta ahora sigo pensando, creo que es algo peligroso que lo haga, ya que me voy percatando de muchas cosas.
Allison, te extraño.
Llegué a este lugar hace un par de años. Lo último que recuerdo, antes de conocer a Gabriel, es que caminaba sobre el desierto y luego de eso, debido al cansancio y lo despiadado del sol, perdí el conocimiento. Una vez despierto, me di cuenta de que estaba en una especie de casucha, maniatado y que frente a mí se encontraba un tipo, el que me sacó del desierto, quien se presentó bajo el nombre de "un buen samaritano".
«Gracias por todo. Por cierto, las ataduras fueron un gran detalle. Puedes llamarme Jim Morrison», no pude contenerme y se lo dije de manera sarcástica. Al parecer, el sol no pudo contra mi espíritu. Comenzó a reír de forma calmada. Pese a eso, no pude notar la alegría que lo envolvía. Dijo que me soltaría, pero que antes tendría que hablar un buen momento conmigo. Me dio de beber algo de agua, necesitaba re-hidratarme, y comenzó con su discurso.
«Recuerdo aquel rayo, aquel estruendo luminoso, lleno de silencio y lejos de acompañar a una tormenta. Recuerdo que estaba en casa releyendo una crónica de Tlön e imaginaba una manera más de refutar su idealismo. En ese momento pensé que me hubiese gustado ser parte de la empresa de su invención. Tomé cinco libros del estante en la sala, mis más recientes adquisiciones, y los llevé a mi biblioteca personal. Quise guardarlos. Encendí las luces de aquel oscuro pasadizo y luego… vi destellos, vi silencio, enseguida estaba en el suelo – en otro suelo –, fuera de casa y de todo lugar conocido. Alrededor de mí se acercaron una gran cantidad de personas que hablaban en un idioma extraño. Pienso ahora que haber sido profesor de literatura me ha sido de mucha utilidad. De todas las palabras que oí aquel día solo pude reconocer unas tres voces: cielo, extranjero y dios.», me decía todas esas cosas y yo sin entenderlas. Le dije que eso no tenía relación conmigo, que no sabía dónde estaba y que me ayudase a volver a la capital, a casa.
Continuó con su – hasta ese entonces para mí – parloteo. «¿Crees estar cerca? En primer lugar, geográficamente… lo dudo, y temporalmente no lo dudo, estoy seguro de que estas muy lejos del lugar del que viniste.»
Seguía sin entender, probablemente me daba a la idea de lo que estaba sucediendo, pero se me hacía raro y no quería hacerlo.
«Cuando vi ese destello, la noche anterior, sabía que eso volvió a suceder. Me dirigí hacia donde surgió la luz. A la mañana siguiente (hoy, casi al mediodía) te encontré. No sabes la felicidad que me causa eso. Necesitaba con quien compartir parte de la cultura contemporánea – ahora que recuerdo esas palabras me parecen muy graciosas –. Ya me había cansado de charlas triviales, hablar del clima, de la comida y demás superficialidades.»
No quise ser grosero, pero volví a sentir sed y hambre. Le dije que estaba cansado, que me liberase. Le pedí que vaya al grano. Me dijo que, “en síntesis”, éste ya no era el siglo XX, que por lo que había visto en estos lugares no hay referencias sobre la cristiandad y que por eso, probablemente, estemos estancados en algún momento histórico antes de Cristo. Al oír eso no pude evitar que se me escape una sonrisa burlesca, luego de eso me liberó. No dijo ninguna palabra al respecto, sólo se quedo viéndome, al parecer, algo decepcionado. «Si quieres sal y corrobora lo dicho.» Le dije que buscaría a alguien que hablase español o inglés, que buscaría un teléfono. Y me fui sin olvidar darle las gracias.
«Eres un buen samaritano, algo loco, pero bueno al fin y al cabo.»
Salí de paseo por el pueblo, pero no encontré nada de lo planeado. Recordé muchas de sus palabras. Robé un trapo blanco y con barro escribí EE. UU o USA, pero nadie parecía saber lo que había trazado. Tomé 2 maderos viejos e improvisé una cruz. La arrastré como si fuese Jesucristo, pero a nadie pareció importarle, nadie volvió la mirada hacia mí. En el camino de regreso a casa del samaritano me percaté de que no había rastro alguno de lo que llamaba tecnología, ni una rudimentaria lámpara a kerosene.
Toqué la puerta, la abrió enseguida y con una sonrisa en el rostro dijo: «Soy Gabriel Estrada y eres bienvenido.» «Puedes seguir llamándome Morrison. Dame un tiempo a solas, tengo mucho en qué pensar.»
Y hasta ahora sigo pensando, creo que es algo peligroso que lo haga, ya que me voy percatando de muchas cosas.
Allison, te extraño.
Tras escribir eso me voy a dormir. Gabriel dijo que pronto llegaríamos a otra ciudad. Escribiré desde donde esté.
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