Ariana: Capítulo 8

Respiras. Miras con cuidado. Estás decidido. Tomas un impulso y comienzas a leer esto en serio. Aunque tal vez no tan en serio, por el modo extravagante en que he comenzado a escribirlo. Pero ahí lo tienes —¿o aquí?—: ya has empezado a leerlo en serio. Sea porque te empecé a caer mal o porque crees que diré algo interesante al respecto.
Lamento desilusionarte, no diré nada al respecto. Pero sí a mi respecto habitual en este blog, a saber, Ariana.
Tal vez algunos ya estén hastiados de tanta Ariana, pero ¿qué puedo hacerle?, es una obsesión que esta historia no quede tan inconclusa como lo era al inicio. Así pues, los dejo con...

.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo octavo.+.+.+.+.+.+


“No te retires de la banca. No lo hagas, o tendremos problemas…” eran las palabras del anciano que resonaban en su mente ahora confundida por la soledad. Que tal vez estaría perdida, que estaría encerrada en esa línea temporal para siempre —porque había creído desde el principio que viajó al pasado con el fin de aprender algo de ello y superar su estado de melancolía. De lo contrario, solo hubiera pensado que tenía que salir de ahí y volver a casa—, que sería una especie de fantasma que nadie nunca vería: que estaría sola hasta la muerte, si es que morir se le permitía en ese estado. Eran solo las primeras desgracias de una larga lista que parecía no dejarla tranquila. De pronto, escuchó que la puerta por la que acababa de entrar se abría.
>>— ¿A dónde quieres ir ahora? —preguntó su padre. Ariana no sabía, porque el día anterior había ido de compras a la Plaza y había paseado un poco, luego de lo cual salió a la casa de una amiga y estuvo a punto de ganarse un castigo por llegar tarde a casa. ¡Gracias a su padre estaba salvada! Y éste se imaginaba algo así debido a la actitud de su hija en ese momento—. Ya sé —dijo entonces—. Todavía es temprano. ¿Qué te parecería salir al campo?
>>Hacía mucho que Ariana no iba al campo —y lo extrañaba de algún modo—, así que accedió de inmediato con una gran sonrisa. Y esta vez no era forzada.
>>No obstante, era necesario mencionarle a De Freed sobre esto, así que buscaron un teléfono. Lo hallaron rápido: una caseta telefónica a unos veinte metros; solo hizo falta mirar hacia los lados. El padre hizo la llamada. Necesitó unos diez minutos para convencer a su cuñada, tiempo magistral considerando que la señora De Freed era bastante resistente a la opinión de los demás. Su mayor virtud, su mayor defecto. Entretanto, Ariana observaba a su alrededor: un hombre que paseaba a la fuerza a su dobermann, un niño que lloraba por un dulce, una mujer que bajaba de un taxi, y otra, y luego dos personas que parecían ser novios, y así…—esto era común. Llegó a contar, por el ocio, cerca de treinta personas que desembarcaban en el lugar—. De pronto, observó un evento bastante inusual. Mucha gente se comenzó a reunir en el centro de la plaza, como si algo digno de atención hubiera tenido lugar. Su padre la llamó.
>>— Listo —dijo sonriendo—. Ha sido arduo, pero lo he conseguido.
Era el hombre sin fantasma con un nuevo juguete entre manos, terminado, pero ella no alcanzaba a ver de qué se trataba porque el hombre era muy bajo. Solo llegaba a verle la parte superior del busto y la cabeza. Era como si lo estuviera viendo desde un lugar alto, o… como si se hubiera vuelto pequeña. La idea no tardó en poseerla y miró hacia abajo. ¡¿Qué demonios?! Estaba parada sobre un bloque verde de madera que servía para exhibir juguetes. Y sus pies… No tenía pies, solo una tela negra cubría la parte inferior de sus piernas, dando la impresión de que sí. Pero no los tenía, ni pies ni dedos ni talones.  En ese momento lo supo, que no era ella misma, que se había convertido en algo más, y le aterraba la idea de que el anciano aquél acostumbrara a hacer eso: raptar gente indefensa y convertirla en juguetes que pudieran ser vendidos. Siendo la Plaza tan concurrida debería haberlo hecho ya muchas veces. Muchas…
>>A pesar de eso, ambos emprendieron su camino a la estación de tren, que estaba a unos cuatro kilómetros de la Plaza. Sin embargo, Ariana no podía evitar voltear de cuando en cuando hacia aquella pequeña concentración de personas. “Debe de ser algún espectáculo en vivo o algo parecido. Suele pasar, no tienes por qué preocuparte” había dicho su padre, pero a ella no le convencían sus palabras. Hubiera querido ir a comprobarlo por sí misma.
>>Doblaron en una esquina y tomaron un taxi en una calle paralela a la que acababan de abandonar. El viaje no duró mucho, pero hizo que Ariana olvidara lo de la aglomeración. Incluso lo del dodo.
>>Llegados a la estación, su padre le compró una bebida y fue a por los boletos. Ella aguardaba en los asientos de espera. Nada extraño sucedió hasta su llegada. Lo más extraño había sido que se pusiera a observar atentamente, y sin parpadear, el piso del lugar. El piso estaba adornado con losetas cuadradas blancas y negras, dispuestas en un orden aparentemente estético; las líneas que marcaban el territorio de cada uno de los cuadrados desaparecían por breves segundos cuando lo hacía.
>>Su padre llegó pronto y conversaron un rato sobre la hora de salida del tren —dentro de unos quince minutos— y la aproximada hora en que llegarían a su destino.
>>Se hizo la llamada. El viaje había comenzado.
Pero no solo eran sus pies. Su cabeza también estaba inmovilizada, todo su cuerpo, excepto sus ojos —o eso le parecía, pues podía mirar de un lado a otro—. Quiso gritar por ayuda. Lo intentó, pero solo era la voz interna de sus pensamientos. Después de todo, su boca era un largo hilo que dibujaba una sonrisa. Ella era una muñeca, una muñeca de trapo. Una que a simple vista parecía un gran trabajo artesanal, pero que de cerca daba la impresión de ser perfecta. Como la mayoría de los juguetes de la fábrica.

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Esto ha sido todo por hoy. Sé que el capítulo pasó muy rápido, muy pocas cosas para un capítulo, pero no pude evitarlo. Ya verán lo que sigue en el próximo. Gracias por la lectura. Adiós!

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