Por mientras, iré con Ariana... ella seguro no me acosa [ u.u ]
.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo décimo.+.+.+.+.+.+.
El sonido de las ruedas avanzando, la sensación de
estarse moviendo sin moverse. Un silbido chimeneesco. El pasar lento y mínimo
de nubes de vapor por las ventanas, y las nubes desaparecen mientras la
sensación de moverse es mayor y se hace cada vez más normal, más inmóvil.
Gritos, ovaciones, llantos: despedidas. Era imposible evitar todo eso al viajar
en tren. Formaba parte del viaje. Y Ariana imaginaba que si algún día faltaban
las despedidas, algún hombre cuerdo saldría a reclamarlas. Eran parte del
viaje. Por algo se pagaba. Y ella lo veía hermoso. Un genial cuadro de un
excelente pintor. La nobleza humana en una de sus expresiones más nobles, por
redundante que esto suene.
El tren pronto se alejó lo suficiente de la estación,
cortando de una vez todas las despedidas —posiblemente le fastidiaba que los
humanos se despidieran todo el tiempo con las mismas lágrimas, los mismos
gemidos, las mismas palabras, o tal vez él mismo no podía soportar el
sentimentalismo humano, que estaba por contagiársele y hacerlo llorar. ¿Y quién
ha visto un tren llorón? Tal vez podría venirnos a la mente el silbido antes de
la partida. Tal vez podríamos preguntarnos “¿será que llora?” Pero el hecho es
que el tren ya había partido y las despedidas quedaban atrás.
Encontró divertidas las conversaciones con su padre. Él
estaba muy entusiasmado —bastante. Hasta hacía muecas con las manos mientras le
contaba sus días en el trabajo o sus aventuras juveniles cuando iba al campo
con sus amigos—. Ariana reía y le hacía preguntas. Todo era tan normal como
debía serlo siempre. Pero no lo fue por mucho. Es decir, no es que un llavero
de dodo saliendo del bolsillo del pantalón de un hombre sea algo raro, lo raro
era que se movía y paseaba por el asiento y regresaba a él. ¡Y no cargaba
baterías! Ariana pensó que causaría un alboroto si el llavero se escapaba y era
visto por otros, sin embargo, solo seguía la ruta hace poco comentada, y a
veces parecía escuchar la conversación. Así que no le prestó atención, pero
empezó a perderse entre las palabras de su padre.
Ciertamente, llega un momento en una conversación en el
que todo pierde el sentido y empiezas a querer silencio. Eso le pasaba a Ariana,
aunque no lo quisiera, pero ya estaba algo hastiada de las historias de su
padre. Eso la hacía sentirse mal con él, pero era inevitable.
Entonces fue que pasó. El silbido —o llanto— del tren, la
sensación de ir en reversa, las nubes nuevamente visibles… y el tren ya no se
movía. Y comenzaron los murmullos, que pronto se convirtieron en conversaciones
altisonantes y, por momentos, en gritos —estos últimos por parte de gente
bastante apurada—. “¡Ay, Dios mío!, ¿qué habrá pasado?”, decía una anciana,
“Ojalá no se haya averiado”, un joven con sombrero de scout, “No creo que sea
tan grave, seguro en un momento vuelve a andar”, un hombre de negocios, que
parecía querer calmar a los que estaban cerca de él. Pero no volvía a andar, en
serio. Todo el mundo dentro del tren se preocupaba por la situación allá
afuera, pero nadie sabía nada. Solo escuchaban, por momentos, el silbido del
tren. “Debe haberse vuelto loco el conductor, ¿qué hace tocando eso a cada
momento?, ¡me crispa los nervios!”, la misma anciana, “Señora, no se preocupe,
ya verá que partiremos pronto”, nuevamente el hombre de negocios, que se había
levantado y dirigido hacia donde la anciana. Al parecer, temía que provocara
histeria colectiva, y no era algo justificable porque, según él, el tren se
movería pronto.
Ariana, como muchos, observaba por su ventana, esperando
ver algo que le ayudara a comprender la situación, pero no había nada de eso,
solo a veces lograba ver la sombra de un hombre haciendo una serie de gestos
con las manos, muy probablemente el conductor.
La incertidumbre llevó a las personas a bajar de sus
vagones. Los del vagón de Ariana bajaron luego de que vieron a más gente
afuera. Todos se habían ido a hablar con el conductor, a pedirle una
explicación lógica para el incidente. La multitud, como vería Ariana al bajar del
vagón, estaba siendo controlada por un joven que decía ser el asistente del
conductor. Este sujeto les impedía a los demás pasar muy hacia adelante, como
si quisiera ocultar algo.
— No es necesario que vayan hasta la locomotora. No hace
falta, en serio… —se le veía algo nervioso—. El conductor se está haciendo
cargo… no hace falta que vayan… —pero las personas se mostraban cada vez más
enojadas, le gritaban o intentaban empujarlo para pasar más allá.
— No habrán atropellado a alguien, ¿no? —dijo una mujer—
¡Santo Dios! Por eso no nos deja pasar —el ayudante cayó en un total
nerviosismo, la voz se le cortaba ahora.
— ¡N-no! —dijo reclamando— ¡Cálmense!, p-porfav-vor. No
ha pasado… nada de eso… —luego se resignó. Se dio cuenta de que no podía con
ellos— vayan y vean… si es lo que quieren.
Así fue que se movilizaron hacia el frente, a la
locomotora, donde se suponía que estaba el conductor. Caminaron entre
murmullos, algunos quejándose de la incompetencia del asistente, otros
compadeciéndolo y dándole la razón, y otros más renegando de que el conductor
utilizara a alguien más para “hacer de las suyas”, aunque no entendieran muy
bien a qué se referían con eso. El asistente los siguió en silencio.
Cuando llegaron, no mucho después, escucharon algo
insólito, además de los constantes silbidos, al parecer automáticos, de la
locomotora —porque al pasar, comprobaron que nadie estaba en la cabina—. Las
personas empezaban a lanzar gritos de asombro. La multitud detrás de los
primeros era también curiosa y quería experimentar la misma sorpresa, por lo
que empezaron a empujarse por un rato. Interesante forma aleatoria de ver
alguna atracción, interesante forma de recibir golpes indirectos también, pero
eso no importaba, la curiosidad está primero. Ariana, debido a este sistema de
turnos, no pudo ver nada por un rato, sólo escuchaba los silbidos y la voz de
un hombre, aparentemente la del conductor, que hablaba con alguien. “Vamos, no
podemos quedarnos aquí. Debemos irnos. ¿No puedes dejarnos viajar como
siempre?” decía, y luego un silbido. Y escuchó cosas como esa y más silbidos
por un buen rato. Luego los comentarios de que el conductor estaba demente o
que la locomotora estaba maldita.
Una vez
el poco seguro sistema de turnos le permitió ver lo que sucedía, se sorprendió.
Aquél, el hombre, el conductor, estaba conversando con la locomotora. Y ésta le
contestaba con un silbido. De pronto, pudo ver también cómo los faroles se
encendían y apagaban, como si fueran ojos que se abren y se cierran. Y, luego
de escuchar tanto los silbidos, comenzó a comprender que no eran simples
silbidos. El hombre no estaba loco, de verdad hablaba con su locomotora.
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¡Ya! ¡Ya! Basta... no me sigan [ u.u ]
Bueno, dejando a un lado el tema del acoso... Gracias por leer. Adiós [ >=) ]
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