Pero en fin. Vayamos a lo que nos importa —porque a ti te importa si quieres seguir leyendo, y a mí porque espero una incierta crítica al respecto—. Este nuevo capítulo trae algunas sorpresas que salvan la trama y no la dejan volverse fea como seguramente será vuestra lectura... No. No se crean, era broma, en serio [ =) ]. Ahora sí los dejo solos con el capítulo. Enjoy —if it is possible.
+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo séptimo.+.+.+.+.+.+.
Y la continuó persiguiendo por mucho tiempo. Por todos
los pasillos del museo, ya que siempre había una vitrina cerca.
Así, Ariana ya estaba algo acostumbrada —aunque no
hubieran pasado más de treinta minutos—. Por momentos le parecían graciosos los
movimientos del ave, y empezó a importarle poco el desorden que pudiera causar
yendo de un lado a otro. Después de todo, nadie parecía notarlo, excepto ella.
Sin embargo, empezó a molestarle la idea de que la
siguiera hasta la salida. Se preguntaba si el dodo sería capaz de seguirla. Ya
que andaba siempre de vitrina en vitrina, llegó a considerarlo una necesidad
suya, lo cual la tranquilizaba. Y como comúnmente sucede, las ideas placenteras
desplazaron a las demás al verse en las más altas probabilidades. De esta
manera, ello no le preocupó y empezó a mirar lo que le faltaba del museo sin
mucho miedo, haciéndole más caso a su padre. De vez en cuando buscando al dodo,
solo para asegurarse de que aún la seguía. Y siempre era así.
>>— Bueno, ya es hora de irnos —el anciano
interrumpió la observación casi adictiva de Ariana, que le buscaba un fantasma
al hombre que no lo tenía. Ella lo miró. Él le sonrió otra vez—. ¿Estás lista?,
esta vez no iremos muy lejos.
>> La banca de parque se deslizó hacia la puerta de
salida.
>>— ¿Tan pronto? —cuestionó Ariana—, ¿qué hay con
ese hombre? —otra vez, el anciano contestó con una austera sonrisa.
>>El anciano abrió la puerta. La banca se desplazó
a través de ésta, atravesó un largo corredor… y parecía que estaba a punto de
chocar con la puerta que llevaba al exterior, pero ésta se abrió de pronto,
dejándolos pasar a lo que parecía…, o era, la tienda de Fantasía.
Así fue que casi llegó a olvidar al dodo, hasta que salía
del museo con su padre y ella le sonreía al ave como despidiéndose, como
deseándole suerte en la cautividad del museo. Como feliz porque ya no lo
volvería a ver.
El dodo se acercaba lo más que podía a Ariana, pero su
vitrina tenía un fin, y éste se encontraba a unos diez metros de la salida
principal. Ella se hacía cada vez más lejana; él, cada vez más solo. Entonces
¡Taaak! ¡Slash! ¡Shurrmmmm! Ariana estaba a la mitad del camino y el dodo no
era más rápido que ella o su padre. Sin embargo, ellos no tenían prisa. Al
menos no hasta que Ariana, al darse cuenta, apuró a su padre sin dar
explicación.
Ya estaban casi fuera, pero el dodo los alcanzó. Ella
quiso advertir a su padre:
— Papá, el dodo…
Pero el ave los evitó y saltó contra un hombre vendedor
de recuerdos.
— ¡Allá! —exclamó entonces. Su padre creyó entender.
El hombre de los recuerdos estaba a salvo, a decir
verdad. Y no había rastro de ningún dodo a su alrededor, a excepción de un
llavero con la figura de uno caricaturizado.
Ariana sabía lo que significaba. El ave se había convertido en un llavero para
seguirla, o algo parecido. Y su padre creyó que era lo que ella quería: creyó
que su hija estaba bastante emocionada o incluso cautivada por esa ave, lo
suficiente como para querer a gritos aquel recuerdo. Como si fuera la niña que
era. Compró el recuerdo y se lo entregó con una sonrisa. Nada podía hacer. Así,
pensó que todo había sido idea suya y se
obligó a aceptarlo.
>>— Ya debes saberlo, pero de todas formas: ésta es
la juguetería Fantasía —anunció el anciano— y aquí es donde los niños escogen a
sus preferidos. Ellos nunca los traicionarían —empezó a referirse a los
juguetes—, son muy buenos compañeros. Y no solo de juegos, sino que también
pueden ser muy buenos amigos. En cualquier circunstancia. ¿No lo crees? —y su
ya conocida sonrisa salió a relucir.
— ¿No lo quieres, Ariana? —preguntó su padre al ver su
actitud. Ariana cambió rápidamente su estado y buscó una salida.
— Es que no tengo bolsillos… —dijo. Y era verdad. La ropa
que llevaba puesta no traía bolsillos y la llave se la había dejado porque
consideró que era suficiente con la que tenía su padre. Él entendió y le
sugirió guardarla hasta que volvieran a casa.
>>—
Ella te hizo mucha compañía, ¿verdad? —le escuchó decir al viejo juguetero
repetidas veces, como si fuera un eco. Y, como un eco, el sonido se hacía cada
vez más débil, insinuándole que el anciano ya no estaba ahí. Porque ya no
estaba ahí cuando volteó a verlo. Solo estaba la tienda aún vacía. Y había
muchos juguetes hermosísimos. No obstante, se percató de algo raro, algo que la
asustó sobremanera: ella estaba de pie, y la banca de parque, al igual que el
anciano, había desaparecido.
.+.+.+.+.+.+.+.+.+.+.+.+.
Así terminamos con la serie... En realidad no. Todavía le queda algo de historia [ ;D ]. Gracias por su lectura. Au revoir!
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