Hasta hace un momento me preguntaba por qué me sentía tan cansado pero no tenía ganas de irme a dormir. Por suerte recordé a tiempo que había cambiado el día de publicación de Ariana a los viernes. Eso es lo que me ha traído hasta aquí a esta hora —además de otras situaciones extrabloggeras—. Pero el hecho principal es que aún es viernes y les presentaré el capítulo siguiente de Ariana. El décimo cuarto. Así pues, los dejo a solas con él.
Por cierto, Ariana les manda saludos [ ;D ]
Por cierto, Ariana les manda saludos [ ;D ]
.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo décimo cuarto.+.+.+.+.+.+.
— ¿Escuchas? —dijo con la voz entrecortada—, ¿escuchaste
lo que dijo?
— Siempre… —contestó Ariana.
— Ja… —se acercó a ella y tomó sus manos—. Entonces, no
estoy loco… —murmuró, y soltó una leve carcajada—, no estoy loco…
Ariana se sintió algo intimidada. No tenía idea de qué
decir en ese momento. Después de todo, nunca había visto ese tipo de emoción en
una persona. Estaba paralizada, no podía pensar claramente. Lo único que dijo
fue “No estás loco”.
El hombre de negocios permaneció en silencio por unos
minutos. Parecía consolarse a sí mismo. Reconstruía su quebrantado orgullo,
sacaba ánimos de esas tres palabras tan estremecedoras y tan simples que eran
“no estás loco”. Alguien más se lo había dicho. Ahora no cabía duda. No era más
él quien se lo decía, no había ya que sospechar que no fuera consciente de su
propia cordura. Alguien más estaba ahí reforzándola. Pero… ¿era real? Fijó su
mirada en los ojos de Ariana.
— ¿Cómo sé que no eres parte de mi locura? —dijo algo más
decidido.
— Yo… —Ariana temió. No tenía forma de demostrarlo— no lo
sé, pero puedo irme si gustas. No quiero molestar —el hombre no dijo nada. Ella
se dispuso a irse. Él no la detuvo.
La siguió con la mirada hasta detrás de un asiento. Luego
fue hacia allá, con intención de comprobar su presencia. Y ahí estaba. Esa
jovencita, que cogió el saco de su padre para cubrirlo, preocupada por su
sueño.
— Esto es suficiente —musitó el hombre de smoking—, te
creo que existes.
Ariana lo tomó del brazo y lo llevó fuera del vagón.
— ¿Qué haremos? —preguntó el hombre, interesado.
— Hablaremos con él.
— Pero ahora está inactivo, los silbidos han cesado.
Podríamos despertar a todos.
— ¿Duermen los trenes? —dijo extrañada.
— No tengo idea… mejor vamos.
Y se dirigieron a la locomotora, esperando tener suerte.
No obstante, se detuvieron un vagón antes de llegar. El conductor y su ayudante
seguían revisándolo todo en busca de una avería incierta.
—Si siguen ahí no vamos a poder hacer nada —murmuró el
hombre de negocios.
De pronto escucharon algo. “Déjalo por ahora, chico”,
decía el conductor, “yo me haré cargo. Ve a dormir, que serás útil después”. El
ayudante entonces se dirigió al primer vagón. Pasó a unos pocos metros de los
dos observadores, pero no los vio aunque llevaba con él una lámpara de
queroseno. Solo faltaba que el conductor se fuera. Ariana no quería ser
reprendida, y el hombre de smoking menos quería toparse con el conductor debido
a la última conversación que tuvieron. Pero el anciano parecía no querer irse,
así que ambos decidieron regresar.
“Menudos problemas me causas…” escucharon entonces, “y
éste es el peor lío en el que me he metido. Te volvería chatarra si no fuera
porque no tengo derechos por sobre ti…”. Su regreso fue cancelado de inmediato
y procuraron acercarse más a la locomotora.
—… Y lo peor es que no dices ni una palabra que sirva
—concluyó bastante frustrado—. Supongo que no hay remedio.
El hombre de negocios, tanto como Ariana, pudo advertir
que eso no era un reclamo común de hombre a máquina, sino que se trataba de un
reclamo verdadero… Descubrirlo lo llenó de ira. Aquél viejo lo había hecho
sentir tan miserable varias horas atrás y ahora resultaba siendo un hipócrita…
Era imperdonable.
— ¿No me negó usted esto? ¿No dijo que esta locomotora
era completamente inanimada? —dijo el hombre de smoking saliendo de las
sombras.
— ¡Señor! —exclamó el viejo asustado—. No, señor, usted
está alucinando. Nada pasa aquí. El tren partirá mañana, se lo aseguro. No hay
nada de extraordinario.
— Usted también lo escucha, ¿verdad? —interrumpió Ariana.
El viejo se vio sin escapatoria. Había sido descubierto
por dos personas, y el miedo lo llevaba a pensar que así como ambos habían
salido de las sombras, todos los pasajeros del tren saldrían a reclamárselo.
Para su suerte, eso no sucedió. Pero se vio obligado a admitirlo.
— Lo
siento… —dijo—, no podía permitirme ser visto como un loco o la gente se
asustaría —suspiró—. Y esta máquina ya no me hace caso.
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Hasta aquí por esta semana. Espero que continúen leyendo la historia. Gracias por su lectura. Au revoir!