.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo duodécimo.+.+.+.+.+.+.
Silencio, uno como los anteriores, de la misma extensión
y profundidad, solo que éste expresaba el fracaso del hombre del smoking, quien
se levantó de inmediato y, para ocultar su vergüenza, salió corriendo del tren
a ver lo que sucedía. “¡¡¡¡Fiiiiuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu…!!!!”,
nuevamente el silbido. Ante ello, la gente empezó a mirar por las ventanas,
sacando casi todo el torso hacia afuera, lo cual no duraba demasiado. Luego
salían otra vez. La caminata hasta la locomotora y el hombre de smoking
discutiéndole al conductor. “¡Yo qué sé qué le pase al tren!, no arreglo estas
cosas, solo las conduzco”, decía. “Viejo, ¿he hecho el ridículo?”, luego de
muchos reproches. El conductor lo miraba desafiantemente. “No se meta”. Y la
conversación terminó.
Al parecer, el conductor solo le tenía algo de aprecio a
la locomotora. Hablarle a una cosa inanimada. ¿Quién no lo ha hecho en momentos
de soledad o desesperación? Tenemos al estudiante que le reprocha al lapicero que
no pinta, al niño que se golpea la cabeza con la mesa y le reclama… y a veces
le pega. Así que eso era lo que sucedía ahora con el conductor y su locomotora.
Ésta había fallado y él se lo reprochaba. En algún momento de la conversación
el hombre de negocios le dijo al conductor “¿qué, no escucha esos silbidos que
parecen palabras?, ¿qué, no ve que contesta con ellos?”, y el viejo le había
contestado de forma negativa. He ahí la razón por la que podemos afirmar que el
conductor no escuchaba nada más que un silbido. Sin embargo, sí escuchaba los
silbidos que no respondían a un hombre controlándolos, y tomaba esto como una
avería. Una avería que nunca había visto en sus cuatro años de conducir el
mismo tren ni en el resto de su vida. Pero no había otra explicación, al menos
no para él.
— Yo sé algo de trenes. He visto cómo les hacen
mantenimiento —dijo de pronto el ayudante—. Podría revisarlo si me lo permiten.
— Haberlo dicho antes, muchacho —reprochó el conductor—.
Yo gritándole a una máquina como un loco…
Así fue como comenzó la revisión. Todo estaba de cabeza a
partir de ese momento: el conductor se volvió ayudante de su ayudante, el
hombre de negocios adquirió una actitud de indefenso… y el sol estaba a punto
de comenzar su descenso. Sin embargo, Ariana no cambió de rol con su padre. Eso
sería demasiado complicado. Es más, no llegaría a funcionar.
Las personas estuvieron un tiempo observando el trabajo
de ambos hombres. Un par más quiso ayudar, pero se dieron cuenta rápidamente de
que estorbaban.
Los silbidos, el vapor, los silbidos, los silbidos, el
vapor, los silbidos… Nada de eso se había detenido, sino que persistía aún más
desde que comenzó la revisión, hasta tal punto que causaba la desesperación en
quienes estaban a cargo e incluso en parte de la gente, que no soportaba
esperar tanto para llegar a su destino. Debido a ello, la mayoría fue al
interior del tren. El hombre de smoking fue el primero.
Entonces, al hombre de negocios se le ocurrió una gran
idea. Una idea de tal calibre que sería capaz de mitigar su ridículo con
respecto al tren. Y esto era extraño, porque seguía escuchando algo más que
silbidos, a diferencia de los demás. Tal vez se le ocurrió para poder salir de
allí y dejar de sufrir esas pseudoalucinaciones, probable consecuencia de no
haber comido nada en lo que iba del día —“se trata de hacer dinero, pues, más
que de comer”, por eso—. El conductor y su ayudante probablemente tardarían un
par de horas más hasta terminar la revisión y ellos tendrían que esperar
inmóviles todo ese rato. Lo peor era que no había garantía de que pudieran
reparar la locomotora. El joven había dicho “sé algo… he visto cómo”, pero ver
no es suficiente, y el hombre de negocios lo sabía —no por nada trabajaba
tanto—. Por otro lado, el conductor lo ignoraba por completo. Podrían terminar estropeándolo,
era lo más seguro.
¿El lugar en que se encontraban? No había cables a la
vista, no podían enviar ni un SOS en código Morse. Ningún tipo de señal era
accesible. Por eso su idea era espléndida. Un grupo debería aventurarse al
pueblo más cercano a fin de encontrar ayuda. Se armó de valor recordando sus
infalibles discursos y convenció a la gente de su vagón. Era como si nadie lo
hubiera visto un tiempo atrás conversar con una locomotora. Era el héroe, o eso
creía. Pero solo contaba con dos hombres para ello, así que fue en busca de más
a los otros vagones.
En total eran unos diez. Cantidad suficiente para llegar
gritando y pidiendo auxilio. Suficiente.
Todos miraban por las ventanas —si es que no habían
salido— cuando ese reducido grupo partía hacia lo desconocido. “Hay un pueblito
más arriba”, había dicho el conductor, “puede que lleguen en un par de horas”,
palabras bastante buenas para ellos, ya que desconfiaban de las habilidades de
su ayudante. Pero el hombre de negocios tenía suficiente con no ser acosado por
los silbidos extraños de aquella locomotora, esa neurosis extraña que lo estaba
acosando ese maldito día.
Ariana y su padre habían preferido no echarse a la
aventura. Ambos confiaban en que todo saldría bien. Aquel chico (el ayudante)
debía saber más de lo que decía… a menos que estuviera realmente desesperado.
Pero era cuestión de esperar, de nada servía preocuparse por algo incierto.
Mientras más se alejaban, menos se escuchaban los
silbidos de la locomotora, que ahora, además de ser bastante seguidos, se
prolongaban mucho, como si intentaran alcanzar los oídos del hombre de
negocios, que iba siempre adelante, como presidiendo el grupo. Como si se
despidiera de él, como si le reprochara, o, mejor aún, como si le deseara buena
suerte. Lo malo era que precisamente esto último era lo que él escuchaba a lo
lejos. Aceleró el paso. Se perdió en el horizonte.
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Eso ha sido todo por ahora... y espero que solo por ahora u.u Gracias por leer siempre ^^ Bye!
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