El tema real es Ariana, nuestra tan querida Ariana. Ella ha pasado por mucho, pero yo creo que se ha divertido a pesar de lo extraño de las situaciones en las que suele estar. Así es. ¿Que cuál Ariana? Eso es cosa de ustedes [ =) ].
.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo décimo quinto.+.+.+.+.+.+.
Los tres testigos de la voz oculta en el silbido de la
locomotora estaban ahí, mirándose con desconfianza los unos a los otros,
guardando un silencio propio del nerviosismo, del asombro. El viejo se sentía
intimidado, el hombre de smoking, indignado, y Ariana más bien confundida. Era
obvio quién sería el primero en intervenir.
— No le perdonaré ésta, viejo, pero necesitamos hacer
andar esta cosa —dijo.
— Ya deja eso —le contestó refunfuñando—. ¿Entonces
ustedes creen saber cómo hacer que se mueva? —el hombre de smoking calló.
— No sabemos… —musitó Ariana—, pero podríamos encontrar
una forma juntos.
— ¡Patrañas! —exclamó el conductor— Yo sé de esto y no he
podido. ¿Qué podrían hacer ustedes?
— Nada, si no nos deja —dijo de inmediato el hombre de
smoking.
La expresión algo agria del anciano pasó a denotar
resignación, cosa que sus acompañantes interpretaron como un permiso, como una
oportunidad amistosa para trabajar juntos. Lo único en lo que habían fallado
era en lo amistoso. El viejo les había permitido revisar o intentar mover el
tren, pero siempre estaba ahí para decirles qué no hacer. “No toquen eso”, “no
intentaré encender la locomotora” “No se metan a la cabina”. Molesto o no,
tenía en parte razón. Él y su ayudante habían intentado por muchas horas hacer
andar el tren mediante una revisión técnica y no habían tenido éxito. Ariana y
el hombre de smoking nada sabían de trenes, así que no tenían mucho que hacer
al respecto. Sin embargo, aún quedaba una opción: intentar conversar con la
máquina. A lo que, por presión, fue obligado primero el conductor.
— ¡Hey!, queremos conversar contigo. Ya nos hemos cansado
de esperar tanto por tus caprichos. Empieza a ser útil y di algo —entonces
empezó el silbido. Un silbido tan intenso como los anteriores, a causa del cual
muchos de los pasajeros despertaron.
Para su suerte, ese sonido se había vuelto algo común, y
no era algo que esperarían como señal de que el tren volvería a estar en
movimiento. Esperaban más el anuncio de alguno de los aventureros o
precisamente el movimiento del tren. Sin eso, no había razones para salir a ver
lo que sucedía. Al menos no para la gran mayoría.
— ¡Deja de llorar, pedazo de chatarra! —sacó una llave
inglesa de uno de sus bolsillos y golpeó a la máquina.
Ariana no sabía qué decir. El anciano estaba siendo
demasiado agresivo con la locomotora. “La violencia no puede ser nunca una
solución” pensó.
— Déjenos a nosotros —interrumpió el hombre de smoking,
haciendo a un lado al anciano conductor—. Jovencita, haga algo.
Esas palabras eran bastante extrañas para venir de un hombre
de negocios como él. Tal parecía que había cambiado un poco, a menos que lo
hubiera dicho porque no quería hacer el ridículo nuevamente. Esta situación
hizo que Ariana se sintiese muy involucrada. Llegó a pensar por un momento que
toda la responsabilidad estaba cayendo sobre ella, pero sabía que tenía que
hacer algo, y ése era el momento adecuado para hacerlo. No podía dudar
demasiado, pero lo hizo. No sabía qué decir. Las palabras se le habían borrado
de la mente en el instante que escuchó las del hombre de smoking. Éste, al
notar el grado de tensión, extrajo un cigarro del bolsillo de su saco.
— No estará mal volver a intentar —murmuró mientras lo
sostenía entre los labios, sacó el encendedor del bolsillo derecho de su
pantalón y, con una luz elegante, comenzó a fumar—. Yo me haré cargo—dijo
dirigiéndose a Ariana.
Caminó hasta aproximadamente el mismo lugar desde el cual
se dirigió por primera vez a la máquina. Revisó su reloj de bolsillo. Resopló.
Respiró como para darse valor y comenzó su discurso.
— ¡Hey!, queremos conversar contigo —se oyó nuevamente el
silbido—. Si sigues llorando no podremos conversar —suspiró—. Esto me parece
una locura, pero creo que te debo unas disculpas por la forma en que te hablé
por la mañana. No te lo tomes muy en serio —recuperó un poco su ego—. Tenemos
problemas serios por estar varados tanto tiempo en este lugar —Ariana lo
empezaba a mirar desafiante, como si pensara que estaba a punto de cometer un
error. El hombre de smoking lo advirtió de inmediato—. Y, bueno… Yo… El
problema es que somos los únicos que podemos escucharte realmente, y yo ya he
hecho el ridículo por eso. No quiero que vuelva a pasar… Por eso creo que es
una buena opción que conversemos. Aquí, los tres nos volveremos locos si
seguimos escuchando cosas que los demás no oyen—su gesto se hizo un poco más
serio—. No podremos soportarlo, la verdad… Por eso estamos aquí. ¿Nos dirás qué
es lo que te pasa?
El hombre
de smoking esperó sin éxito. El silencio era claro. Tal vez esa era la forma de
protestar de la locomotora. Cogió el cigarrillo sin terminar, lo tiró al suelo
y lo pisoteó, resignado. “De nada sirvió hacer el ridículo…” dijo algo
melancólico. En ese momento, se escuchó un silbido. Era nuevamente un llanto,
pero había algo distinto esta vez. Ahora decía algo más: “no llores”.
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¿Les pareció interesante? Espero que sí. Si no, igualmente seguiré intentando que lo sea. Gracias por leer. ¡Au revoir!
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