.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo décimo sexto.+.+.+.+.+.+.
Era complicado entender a qué se refería con ese “no
llores”. “No lloro. Quien llora eres tú.
Vamos, dinos qué te pasa”, le había dicho el hombre de smoking, pero obtenía la
misma respuesta. Él no lloraba, al menos no en ese momento. Estuvo a punto de
hacerlo hace un rato, cuando supo que no estaba solo; sin embargo, no fue
entonces que el tren se detuvo. Él no lloraba, de eso estaba seguro. Tal vez se
refería al viejo, si no a la jovencita. Pero no.
— Ninguno aquí anda lloriqueando —dijo el conductor
mirando bien a Ariana—. ¿Qué tal si se refiere a otro? De todas formas, no es
buena idea ir revisando a todo el mundo —refunfuñó.
~No
llores… No llores… No llores…~
Y el único llanto audible era el de la locomotora. Ya
ninguno pensaba en una forma de reparar el tren, ni mucho menos en calmar al
tren con palabras de aliento. Empezaban a creer que se comunicaba con un código
distinto al cotidiano. Eso los mantuvo callados, y eso mismo calló también los
silbidos.
— Tal vez no se refiera a que alguien llora, sino a que
alguien está triste —dijo Ariana, provocando un gesto de consternación en sus
compañeros.
— Maldita máquina… —volvió a irritarse el anciano—. Yo me
voy a dormir. Un viejo como yo ya no está para estas cosas… ¡Habrase visto!,
una máquina rebelándose contra un viejo… Seguro es un sueño. Seguro. No puede
ser cierta tremenda estupidez — y subió a la locomotora, abrió la puerta que
daba al otro ambiente y la cerró sin la más mínima intención de salir hasta el
día siguiente.
—Probablemente le fastidia tener que pensar —dijo el
hombre del smoking intentando hacer menos tensa la situación. Ariana no sonrió,
como supuso. El sentimiento de inutilidad empezaba a invadirlo nuevamente, así
que prefirió no verla por un momento, esperando calmar su angustia.
>> Su posición con respecto al asiento trasero era
bastante incómoda; cayó apoyada al respaldar con el cuello doblado a noventa
grados y las piernas colgadas. Por suerte, no sentía nada de eso, así que no
tenía problemas. Además, a pesar de tener las piernas en su campo visual, podía
ver algunas de las actitudes de aquella madre y su caprichosa hija. “Tal vez,
si me hubiera ido con él… no habría pasado nada de esto”, se le ocurrió a
Ariana en el transcurso del viaje.
>>Pero era imposible tanto ahora como entonces,
aquella noche en que su amor quedó disociado por la inminencia de un viaje.
Nada podía hacer ahora. Por un momento tuvo ganas de llorar, pero no pudo.
Apenas sintió nostalgia. Sin embargo, su memoria aún guardaba sensaciones. Es
así que su nostalgia era profunda, indescriptible.
— Alguien debe estar triste desde esta mañana… —musitó
Ariana.
— Muchos… La gente se emociona, despide y llora en las
estaciones de tren, es lo más común —dijo el hombre del smoking—. Sentirse
triste por una partida… —suspiró.
— Pero su tristeza debe ser muy profunda, señor… Quizá
sea eso…
— ¿La mía? —contestó extrañado—. No es nada, preferí
despedirme el día anterior —Ariana quiso decirle que había entendido mal, no
obstante, prefirió callar al ver el estado de nostalgia del hombre. “¿Realmente
lloraba por lo que pasó con la locomotora esta mañana?”, se preguntaba. Ella
creía que existía otra razón… que había buscado inconscientemente una
oportunidad para llorar. Pero esas ideas eran fugaces, no le duraban mucho
porque no tenía forma de sustentarlas. El silencio reinó una vez más.
— ¡Hija! — escuchó de pronto. Era el padre de Ariana.
Había despertado debido a los silbidos y, al no hallarla cerca, su preocupación
aumentó al punto de desesperarlo. Se le acercó bruscamente y le dio un fuerte
abrazo.
Ella no sabía qué decir. “Papá…” murmuró simplemente. Él
le explicó su preocupación y cuestionó su salida. Luego llevó la mirada al
hombre de smoking. “¿Quién es usted?” le dijo desafiante. No obtuvo respuesta.
Éste solo lo observó fijamente y apartó la vista al horizonte.
— No importa, hija. Vámonos, ya es tarde. Mañana el tren
partirá —dijo con seguridad. Ariana no pudo hacer nada, no podía levantar
sospechas. Sabía que sería peor.
Así, lo dejaron solo. Encendió un cigarrillo y se sentó
apoyado en la locomotora. “No llores”, volvió a escuchar. Sonrió.
— La llamaré cuando haya llegado.
Y, a
pesar del frío de la noche, permaneció allí hasta el día siguiente.
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Espero que les haya agradado. Trataré de hacer algo mejor para los próximos capítulos. Gracias por leer. Au revoir!
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