.+.+.+.+.+.+.Ariana. Capítulo décimo octavo.+.+.+.+.+.+.
Sacar la llave del bolsillo, cogerla como un arma —como
dispuesta a amenazar a cualquiera—, extender un poco el brazo y jugar tiro al
blanco sin que el pseudo-dardo se separe de las yemas de los dedos. Lo intenta
una, dos, tres veces sin éxito. Pero la cuarta es la vencida, y es entonces que
lo logra. Así, solo le hace falta un ligero movimiento de muñeca y empujar.
Algo fácil para ella, tan acostumbrada a la rutina.
“¡Ariana!” dice en voz alta la mujer. “La policía no se
ha manifes…” y un silencio. Esta vez no solo descansaría Serena, sino también
los de las noticias y la policía. “¡Ariana!”, vuelve a llamar. Pero es una
simple muñeca sin voz. Aunque lo quisiera con todas sus fuerzas, no sería
escuchada. Y ella lo sabía muy bien, pero la emocionó demasiado volver a
escuchar su nombre. Cada partícula fonológica la llenaba. Estaba salvada, al
fin salvada, y podría regresar a su normal vida de humana como si nada hubiese
pasado, como si todo esto fuera una conspiración de su inconsciente, una
pesadilla de esas en las que la falta de movimiento te desespera hasta volverte
loco; se habría acostumbrado tan rápido a esa inercia que regresar del sueño
era ahora más difícil. Una buena teoría para haber sido formulada en cuestión
de segundos, y por una muñeca de trapo. “¡Despierta!” escuchaba fuertemente.
Alguien la llamaba desde la realidad, era su oportunidad de despertar. Era su
oportunidad de poner a prueba su teoría y ganarse el respeto de los demás
investigadores en su campo. Lástima que era la única que lo hacía y tenía que
contentarse solamente con abrir sus verdaderos ojos y…
— ¿Mamá?
— ¡Llévate tus cosas de la sala y ve a dormir!, que para
eso tienes el cuarto. De una vez, por favor. Vamos, vamos.
Ariana cogió sus muñecas y demás cosas y las llevó a su
habitación. Allí, su madre la ayudó a ordenarlas mientras le preparaba la cama.
— Ya. Ahora sí, duerme —la niña se envolvió con su
frazada y se tapó el rostro, señal de que le haría caso—. Buenas noches.
Le apagó la luz, salió de la habitación y se encontró con
la muñeca. La levantó y la miró fijamente. “¿Por qué esta niña no entiende que
no puedo comprarle cosas para que las tire?”, murmuró. Y fue como si la
inmutable sonrisa de muñeca la intimidara, porque le hizo un gesto de fastidio.
Y tal vez ese mismo miedo la incitó a dejarla una vez más sobre el escritorio
de Ariana. Ahí no le haría nada, no había peligro. Además, era una muñeca, ¿qué
le podía hacer?
>>Cuando el tren se detuvo, fue como si el día se
hubiera terminado. Ariana empezó a creer que ya no tenía mucho caso estar ahí.
El tiempo que había durado el viaje la había cansado, después de todo, a pesar
de que tomó una pequeña siesta. Pero suele pasar.
>>Su padre hizo lo que pudo por animarla cuando lo
advirtió. “Iremos a casa de tu tía… Allí puedes descansar, si te sientes mal”,
“No, no. Estoy bien, papá”. Pero era impostergable la visita a la hermana de su
padre, no la veía desde hace mucho, ni a ella ni a sus primos. Los recuerdos de
sus travesuras junto a ellos empezaron a levantarle el ánimo. Después de todo,
no sería tan malo pasar un rato con ellos, aunque fuera muy poco.
>>El camino era agradable. No tanto porque su padre
le hablara sobre cuando era niño y lo mucho que le emocionaba volver a su
pueblo, sino porque se respiraba tranquilidad, o como decía su padre, un aire
fresco y puro.
>>”Cuando llegábamos de la escuela, tu abuela
siempre nos preparaba algo rico, incluso cuando nosotros, los tres, no
parábamos de meternos en problemas…” Ariana reía. Le hacía mucha gracia
imaginar a su padre de pequeño. Aunque había visto fotos suyas de cuando era
más joven, la imagen que más resaltaba era la actual, y eso contribuía a la
creación de un individuo atemporal —cuerpo de niño, rostro de adulto—, que
existía en ambos tiempos y en ninguno a la vez. Su risa estaba justificada, y mucho.
>> Y a ese ritmo, llegaron pronto.
— Ya es hora de que vayas a la escuela… despierta, Ariana
—dijo su madre sacudiéndole el hombro—. Vamos, niña, ponte de pie. ¡¿Cómo que
no quieres ir?! Vamos, ya, despierta.
La tomó por el brazo y la obligó a levantarse. Una lucha,
porque más que ducha fue eso, terminó por despertarla. Se alistaría sola a
partir de ese punto. Vestirse, arreglarse el cabello, ponerse los zapatos y
atarse los pasadores —sí, sabía atárselos. Era una buena niña, después de todo…
Una buena niña que hacía huelga por un juguete.
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Bien, bien, bien. Hasta aquí hemos llegado. Es impresionante decir "capítulo décimo octavo"... Cuando empecé esto no le veía más de quince capítulos. Pero no se crean que lo estoy extendiendo a propósito [ xD ], todo es por la voluntad de Ariana, de su propia historia. Así pues, ella dice que aún queda un poco más de historia. Confío en que será la cantidad será perfecta. Pero ya veremos qué sucede [ ;D ]. Gracias por leer. ¡Au revoir!
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