Ariana: Capítulo 17

¿Alguna vez han estado en medio de una guerra? —ya sé que hay muchas entradas que inician con "alguna vez...", pero no puedo evitarlo...—. Yo acabo de salir de una, de una guerra náutica. A lo lejos divisé un enemigo —que es lo mismo que decir cualquier barco, porque somos piratas—, utilicé mi telescopio favorito (marca ACME) y me dispuse a enarbolar la bandera, que bajo cuando no hay enemigos a los cuales poder alardear. Porque el diseño de mi bandera es muy genial... Así, listo para la batalla, con los cañones posicionados, llego a advertir algo desconcertante. Algo que si hubieran visto ustedes temblarían tanto que no podrían dormir. Es algo espantoso, que te acosa por las mañanas y por la noche te pone clips en los ojos, como para evitar que concilies el sueño. Sí, señores. En ese momento pensé que era una pesadilla, o que dios realmente existía y se estaba vengando de mí con un inmenso espejo. Mi bandera, queridos amigos, estaba siendo utilizada por otro... Quedé pasmado, tanto que esperé a que se acercara más para mandar el primer cañonazo. "Dirígelo a la bandera", le grité al inútil que dispara los cañones, pero no resultó... Las balas no le hacían daño, y el maldito capitán del barco, que era una copia barata de mí, reía. No podía hacer fuego, era claro; sin embargo, algo lo hacía inmune a mis ataques.
Me cansé... Gasté toda la artillería, incluso una espada láser, herencia de Dark Sith, y una pokebola. Pero el orgullo pirata es más fuerte que eso. Me hundiría con todo el barco si era necesario para desaparecer a mi copia barata. La ira me hizo quitarme el parche —que utilizo solo para parecer más pirata—, y tirarlo sobre los tablones. Lo pisé, y lo pisé, y lo pisé, y el capitán copiado me miraba ahora angustiado. Cuando lo advertí, volteé a verlo... Era realmente un idiota. En su afán por copiarme, se quitó también el parche, dejando al aire una oscura cavidad, un agujero de gusano de esos que se ven en las películas de ciencia ficción. Reí. "Yo tengo ojos", le grité, y una risa maquiavélica me invadió. Reí tanto... que nunca me di cuenta del momento en que su barco finalmente se hundió. Exactamente, señores aspirantes a piratas, hundí un barco por un ojo.

.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo décimo séptimo.+.+.+.+.+.+.


Ariana despertó. “Pronto llegaremos”, dijo su padre, sonriente. El tren estaba en movimiento. Ya no había que preocuparse por los silbidos; ahora se limitaban a un “¡¡¡Fiiiiuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu…!!!”, un sonido intenso, pero hueco, sin sentido. Eran nostálgicas las horas en que se preocupaba junto a un extraño por el significado de sus palabras. No volvería a pasar, era seguro. Cosas como esa solo pasan una vez en la vida.
 >>— ¡No te quites todavía el cinturón, niña! —regañaba la madre—. Ya. Ya es lo mismo, estamos cerca —estacionó el auto y sacó a la niña a jalonazos—. ¡Oye!, la muñeca. No te creas que voy a gastar dinero por tus caprichos. No, no, no. Tráela —la hija la miró desafiante. Le hizo recordar que fue ella misma quien la lanzó a los asientos traseros—. Está bien. Ve adentro, de una vez. Menuda niña… ¿qué se habrá creído?, ¿que tiene mi tiempo? —murmuraba.
>>La niña la observaba desde la puerta con un gesto de rebeldía. No podía entrar, la puerta estaba cerrada, y, como era de esperarse, nadie le da las llaves a un niño.
>>— Vamos, entra —dijo mientras abría la puerta.
>>La niña corrió a su habitación inmediatamente. Quedaba al final del pequeño pasadizo que seguía a la sala.
>>— Demonios, niña, me haces perder tiempo. ¿Dónde te metiste ahora? Ven a por la muñeca, por Dios. Ah, ahí estás. Ya debo irme, toma. Toma, he dicho, ¡no me mires así! Está bien, la dejaré aquí —la puso sobre un pequeño escritorio—. Me voy —y un “tap” proveniente de la sala anunció su desaparición. Al escucharlo, la niña corrió hacia la muñeca, la cogió y la lanzó fuera de su habitación. Cayó en un rincón oscuro del pasadizo, esta vez, por suerte (aunque tal vez sea impreciso llamarle suerte, pues le era imposible mover la cabeza), mirando hacia arriba.
>>La imagen homogénea e inmutable del techo era totalmente inútil para saber qué sucedía a su alrededor, así que tuvo que guiarse por los sonidos. ¿Que dónde estaban ubicados sus oídos? Se supone que uno a cada lado de la cabeza, pero no había nada más ahí que lana fingiendo ser cabello, así que no podemos afirmarlo. Sin embargo, ella escuchaba, tal vez por alguna razón metafísica, por alguna capacidad activada al cambiar de cuerpo.
>>Al principio, solo supo que la niña se había ido a la sala, escuchó sus pasos apurados, como si escapara de algo. Luego la escuchó regresar y hacer el mismo recorrido unas cinco veces. Entonces decía “Hola, ¿cómo estás?”, “bien, ¿podemos salir a jugar?”, “siiiiiii, vamos al parque”, y un tarareo seguido de risas. “!Qué bonita tu ropa!”, “Sí, la compré hoy con mi mamá”. Era fácil para ella, que había sido niña alguna vez, saber que aquella jugaba. Lo que no sabía era que, de rato en rato, estiraba el cuello para vigilar que su nueva y desagradable muñeca siguiera en el piso. Miedos de niño, dirían algunos, pero la verdad es que a nadie le agradaría ser víctima de su nueva adquisición.
>>Pronto se escucharon voces y música, y la voz de la niña. “Si yo estuviera en la Luna…”, cantaba. Y así, cantó una tras otra muchas pistas hasta que no se le escuchó más. Ariana tuvo que asumir que se quedó dormida. ¿Qué más podría pensar?
>>Las noticias de la radio le importaban poco a Ariana. La voz de la niña se hacía extrañar. “El diputado Carlo Serena...” Qué le importaba a ella el diputado en ese momento, si lo único que quería era volver a ser ella misma, es decir, no una muñeca. “Serena afirmó que el caso Diana Jiménez es un problema ético de difícil…” Ahí iba otra vez el señor diputado, y ella imposibilitada incluso de dormir, condenada a soportar el martirio de escuchar cada cinco minutos su nombre, como si fuera poco. “El diputado Serena…” era la estrella ese día. Sus declaraciones sobre ética y derechos humanos poco conmovían a la inerte muñeca, que empezaba a pensar que hablar o incluso pensar en Derechos Humanos era algo que no tenía sentido, dado que había dejado de serlo hace poco. Añoraba los momentos en los que podía parpadear, cubrirse los oídos, gritar,  escapar de una niña gigante… Ciertamente detestaba lo que era ahora: no humana. Pero, ¿en qué se había convertido? Es decir, aún conservaba su capacidad de raciocinio y era, aunque no completamente, sensible al medio. ¿Acaso los juguetes eran todos así? Si así era, tal vez el silencio de los que tuvo cuando era niña estaba justificado por esa imposibilidad de comunicación entre ellos mismos. Así, los juguetes serían entes potencialmente filosóficos y tendrían nombres como Locke, Kant, Sartre, Nietzsche, “y el diputado Carlo Serena”, pero era todo demasiado tonto para creerlo de esa manera. Su caso era especial… y tenía su raíz en el malvado —o no— anciano de la juguetería.
>>“Ser o no ser” humana, recapacitaba. ¿Qué significaba ser humana?, ¿qué sentido tenía serlo?, ¿de qué servía?, o, mejor aún, ¿qué significaba ser Ariana? Su calidad de muñeca de trapo era limitante, y el aburrimiento había venido a hostigarla poco a poco desde que la niña pareció quedar dormida. Pronto empezaría, según escuchó, “su tan esperada serie semanal…” El nombre no pudo retenerlo, tal vez porque poco le importaba. Lo único que tenía valor para ella en este momento era que el diputado Carlo Serena se tomaría un descanso.

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Bueno, tal vez algunos se hayan sorprendido de que no saludara al principio y que, en su lugar, hiciera una especie de cuento raro... Pero esa historia es cierta. Copiaron mi bandera, esta serie que tanto aprecio, y gané por tener ojos. Ha sido épico... En fin. Otra razón por la cual no publiqué Ariana desde hace tiempo ha sido el artículo de mayo, que terminó estando a mi cargo y tuve que apurarme. El resultado de ese trabajo no es tan bueno, pero ustedes juzgarán, al igual que este nuevo capítulo de Ariana. Gracias por haber leído, los espero en el próximo [ ;D ]

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