.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo vigésimo segundo.+.+.+.+.+.+.
La verdad es que hasta el momento llevaba ya unos diez
minutos de pie frente a aquella imponente torta de bodas —aunque tal vez esta
impresión sería distinta si no fuese una niña—. Su madre la trajo consigo al
inicio, pero ante su resistencia terminó dejándola ir, después de todo no se estaba
portando mal. Además, de esa forma podría ella estar muy tranquila conversando
con sus contemporáneos y contemporáneas sobre sus pasados y pasadas, cosa muy
común en la gente adulta.
Sin embargo, la añoranza, por más atractiva que resultara
para su madre, no era nada para Ariana. Alguno podría pensar en su muñeca:
tampoco ella añora algo. Y es que tienen todo lo que necesitan. ¿Que el padre?
Pues tampoco lo añora ninguna de ellas —aunque no podamos decir lo mismo de la
madre—. Aquí hay que detenernos. Ariana no es una mala hija, no se ha olvidado
de su padre, muy al contrario de lo que alguno podría pensar, sino que lo
tiene muy presente ahora. ¿Que papá está lejos? Para nada, está muy cerca,
tanto que, llegado el momento, ambos se apartan a un lugar más tranquilo.
“Ve a jugar al patio”, dice la madre al ver a la hija. El
padre sonríe y la lleva de la mano. Mamá se ruboriza, no sabemos si por este
gesto o por algún comentario que acaba de escuchar de sus amigos, es muy
difícil precisar cosas así cuando la gente se reúne. Ya fuera, con menos
murmullo y más oxígeno, ambos se sientan contra la pared y conversan.
— Papá, mírala. Sí, es muy bonita, ¿Que si tiene nombre?
Mmmm, no lo había pensado, pero… pero le pondré uno, ¿sí? ¿Qué nombre sería
bonito? ¿Ariana? Oh, no, no… Mejor otro día. Mamá me la compró…
Entretanto, mamá apaciguaba la preocupación de la novia
con respecto a la niña, “¿Siempre habla sola?”, “No habla sola, sino con su
muñeca. La lleva a todos lados”, esto provocó una pequeña risa. “Habrá salido a
su madre”, le contestó”, “Yo nunca he hablado sola”, “¿Por qué no lo intentas?,
tal vez entenderías mejor a tu hija”. Ante esto, la madre calló, le convenía,
esa mujer la conocía bien, y también el estado de su relación con Ariana. No
tenía nada que objetar.
— Oye, papá, ¿te quedarás conmigo por siempre? ¿Conmigo y
mamá? ¿Sí? ¿Por qué trabajas? No quiero que trabajes… tampoco mamá... —hablaba
por su madre aunque ésta nunca se lo hubiera autorizado, pero no se inventaba
cosas. Alguna vez escuchó a su madre hablar sola, en su habitación,
cuestionándose la lejanía del padre, renegándola… y es que hacía mucha falta—.
La muñeca también quiere que te quedes… le pondré Ariana si te quedas, papá…—se
hizo un silencio luego de este ruego, quizás Ariana comenzara a comprender lo
incomprensible, aquello que su padre no sabría decirle y a lo que su madre se
negaría rotundamente.
A pesar del silencio, la niña permaneció en ese lugar,
junto a su padre y a Ariana —aunque es apresurado llamar a la muñeca por ese
nombre. No sabemos de los pactos padre-hija, tan enigmáticos. Además, llamarla
así podría generar problemas: “me refiero a la muñeca…”, “me refiero a la
niña…”, agregados innecesarios por ahora. Tampoco sabemos, en fin, qué es lo
que pasa por la mente de una niña como Ariana, pero sabemos lo suficiente como
para afirmar que, minutos después, dormía plácidamente.
>>La conversación con De Freed fue muy breve,
aunque esto suene extraño, y es que, como era conveniente, quien primero habló con
ella fue el padre (“Acabamos de llegar…”), pero también porque la salida había
sido consultada previamente, así que tal vez ya se le hubieran agotado los
reclamos.
>>— Dime, ¿han llegado bien? —le preguntó a Ariana,
como si desconfiara del padre, como si no supiera qué más decir. La muchacha
asintió—. Muy bien, recuerden llamar antes de salir.
>>Tras esto, la conversación se disolvió, pero
aquella única pregunta no podía ser otra. De Freed no tiene hijos, así que
nunca supo cómo tratar a Ariana desde que quedó a su cargo. A pesar de los
años. Sin embargo, no hay duda de que aquél “¿han llegado bien?” no se debía a
una desconfianza del padre, ya que ambos eran buenos amigos aunque a veces no
lo pareciera. Las palabras que intercambiaron cuando éste se apareció de pronto
a la puerta de su casa con la conocida frase de quien llega por primera vez a
un lugar (“disculpe, ¿es la familia ***?”, aunque en este caso fuera más
directo: “disculpe, ¿es usted la señora De Freed?”) llenaron de alegría a la
mujer. Y no es raro, aquél hombre es la única familia que le queda, además de
Ariana. Así pues, aquella única pregunta a su sobrina por medio del teléfono no
se debía seguramente a una mezquindad de palabras ni a un desgano, ni mucho
menos a una antipatía, sino simplemente a un egoísmo extendido, un egoísmo que
se trasladaba a aquellos dos individuos y la abandonaba parcialmente a ella
misma, y un deseo de ser fuerte, de mostrarse correcta por el simple hecho de
hacer el bien. No es posible dudar de que fuera una buena hermana, aunque no se
la hubiera conocido con anterioridad, tales actitudes son suficientes para
afirmarlo, y muy probablemente así lo creyera la madre de Ariana.
>>Pronto colgaron el teléfono, ya más tranquilos, y
la otra tía decidió que era tiempo de llamar a los hijos, que seguro
correteaban cerca de ahí, tan concentrados en ello que no advirtieron la
visita.
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Hasta aquí por ahora. Gracias por leer. Los espero en el próximo... Adiós!
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