Cartas Azules 3: Tercera parte del viaje de Morrison


Cartas Azules: Trabajo sucio que alguien debe hacer.

Tras auto-recluirme por unas semanas en casa de Gabriel, esperando por su regreso mientras jugaba Solitario (¡qué juego más aburrido!) con los naipes que había improvisado, dejé de auto-compadecerme y salí a conocer parte de mi nueva realidad. Empecé a vivir por mi cuenta, a valerme por mí mismo, conocer el poblado era la primera misión. Cosa sencilla, la casa de Gabriel queda a unas casas de un pozo de agua. Las casas no son muchas y el desierto invade las calles del poblado. El comercio de alimentos y demás cosas se realiza cerca al pozo, que en realidad se encuentra en medio de este pequeño pueblo, si se le puede llamar así.
Luego, ya podía conseguir agua por mi cuenta, usé las monedas de Gabriel – monedas que encontré por ahí – para conseguir comida y poco a poco puse en práctica el idioma de la zona. Mientras el sol se mantenía en el cielo, la ciudad recobraba la vida que se la arrebataba el desierto, por las noches el comercio no competía con la arena y la oscuridad. Las pocas antorchas que decoraban las calles no daban la confianza de vivir la otra parte del día. Al menos no se las daba a los pobladores, a la gran mayoría. Yo… salía de noche para conseguir agua, en la mañana todo mundo acudía al pozo y era tortuoso esperar por mi turno, además así me daba la libertad de dormir hasta la hora que quisiese.
Cierta noche vi a un hombre caminar de forma un tanto dificultosa (y graciosa) por una de las calles cercanas, caminar sería mucho decir porque de rato en rato acababa en el suelo y se arrastraba. La escena se repitió dos noches después y, luego, otra vez. “Aquí hay un bar”, pensé.
Recordé escenas de mi vida anterior, cuando todavía tenía amigos, y pasaba con ellos las noches de los fines de semana. Cuando inicié la relación con Alison veía a mis amigos con menos frecuencia, a ella no le agradaban.
«Salud por el tipo que nos visita solo cuando recuerda que a parte de tener enamorada, tiene amigos» «Ya basta, dejen de fastidiar y pónganse a beber» «Pero no podemos dejar de “celebrarte”, pues» «Todo porque a ustedes no les sonríe la vida…» «Si así le llamas a no ver a tus amigos con la frecuencia con la que lo hacías antes, te doy la razón» «Ehmmm… ¿otro brindis?» Reímos. «Y bien, no todos son brindis y alcohol – entonces Joseph, amigo mío, saca un mazo de cartas –, además la noche es larga y el dinero tiene que moverse» «De qué hablas» «¿Quieres que te enseñe algo que hará que tus tragos se paguen solos?» Fue entonces que aprendí a jugar póker. Es gracioso… las primeras noches que jugué con ellos terminé pagándoles los tragos.
Cierta noche decidí buscar el bar. ¿Mi táctica? Seguir al tipo que veía borracho cada dos noches. Era mercader, vivía solo en una casa modesta, trabajaba hasta poco más del medio día, luego iba al lugar que deseaba ir: el bar. Esa noche lo seguí a lo que sería una taberna, ahí vendían algo parecido al vino, aunque mucho más fuerte. En aquel lugar encontré personajes un tanto peculiares con los cuales me acompañé por las noches. Iba a aquel lugar no solo para beber, sino también recordar y ver, cuando no quería recordar, mientras jugaba al solitario para no parecer desocupado.
En aquel lugar se bebía por, digamos, deporte, otros lo hacían por vicio, unos tantos por diversión, y algunos, como yo, porque no tenían nada más que hacer. Al lado de la taberna había un… lo que ahora se le llamaría prostíbulo, algunas noches venían a beber algunos viejos barbudos acompañados por las chicas del negocio del al lado. Yo solo veía, no me aventuraba a nada más.
Frecuenté la taberna durante casi un mes para seguir con mi nueva rutina hasta que me di cuenta de que las monedas que tenía se me estaban acabando. Aquella noche regresé al bar, por última vez – o al menos eso pensaba –, pedí una botella de esa bebida parecida al vino para tomármela pausadamente, quería que me durase lo más que pudiese. Saqué los naipes y empecé a repartirlas boca abajo sobre la mesa, en eso se me acercó un tipo y preguntó por lo que hacía. «¿Acaso no ves que estoy bebiendo?», dije. El sujeto se refería a los naipes y a mi juego, entonces dije: «Es un juego triste y aburrido… – entonces fui víctima de un viejo recuerdo – pero, ¿no quieres aprender un juego con el cual tus tragos se paguen solos?
Lo que siguió fueron rutinas de póker nocturno acompañado de alcohol y mujeres con poca ropa. Me sentí sucio al arrebatarle el dinero a esos tipos, pero bueno… ese era un trabajo sucio que alguien debía hacer. Al menos yo necesitaba hacerlo para sobrevivir, pero bueno, mis fechorías se pueden resumir con algún video de hip hop, pero no soy mucho de ese género musical, así que ambienté el mío con algo de AC/DC (Dirty Dears Done Deers Chears).
La vigésimo quinta noche de juego en el primer casino de la historia fue como las anteriores. El dinero pasaba de mano en mano toda la noche, el alcohol amenizaba las partidas de póker y las prostitutas se insinuaban a los jugadores que poseían la mayor cantidad de dinero en sus arcas. Yo por mi parte hacía de “dealer” (organizador de los juegos) y obtenía sustanciosas sumas de dinero sin estafar a nadie, al final los que ganaban eran el dueño del bar, las prostitutas y yo, hasta que cierta noche llegó Gabriel. Me encontró en la puerta del bar mientras me iba a casa.
“No me sorprende encontrarte aquí”, fue lo primero que dijo al verme. “Tengo que sobrevivir de algún modo, esto es lo que mejor sé hacer, en lo que soy más fuerte y aquí el más fuerte sobrevive”. Luego de eso Gabriel atinó a sonreír y decir que las cosas no eran así, necesariamente.
A la mañana siguiente dejamos la ciudad, dijo que quería mostrarme algo interesante y para ello teníamos que ir al lugar del que acababa de venir.
A mitad del camino sentí sed y cogí algo de agua. “No bebas el agua de esa cantimplora” “por qué, está fresca, la llené antes de salir” “Envenené el agua del pozo antes de que amanezca, dentro de unas horas todos en el pueblo deben estar muertos” No podía creer lo que decía. “Hijo de puta” “Cállate que parte de la culpa es tuya, nunca debiste enseñarles ese juego así como yo nunca debí encontrar esa fuente de agua. Ese lugar nunca debió existir, pensaba dejarlo pasar, pero se me escapó de las manos.
Me quedé pensando durante gran parte del viaje hasta que entendí, o al menos eso creí.
Hoy a más de 120 días desde que dejamos el pueblo muerto, estamos llegando a Ciudad Kodolf. Te escribiré en cuenta vea lo que Estrada me quiere mostrar.

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