.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo vigésimo tercero.+.+.+.+.+.+.
>>El sueño es plácido y ella está encogida, las
piernas muy dobladas son el soporte de sus brazos, que le sirven de almohada;
ese ensimismamiento corporal tan instintivo que pareciera querer recordar la
insignificancia de la existencia y la soledad inevitable a la que se enfrenta
uno desde el instante de ser concebido… La superficie es dura y fría, pero el
sueño es plácido por la reciente figura del padre.
Los hijos asisten como llamados por su madre… Aunque haya
sido precisamente ella quien los llamó es necesario precisar que llegaron con
entusiasmo. Tal vez descifraron en su voz una buena noticia.
Eran solo dos niños. El mayor, un par de años menor que
Ariana; la menor, la mitad de años que ésta. Aquél, muy enérgico al recibir la
visita; ella, en cambio, extrañada, como si nada entendiera. Y era precisamente
eso, no lo entendía, aquellos visitantes le eran desconocidos, ajenos a la
familia, aunque no fuera el caso. Pero no es nada raro, los niños suelen
olvidar más rápido, si bien su inconsciente atormentará el resto de sus vidas.
Había que presentarlos, y de eso se encargaría la madre,
el hermano mayor aún no está en edad de comprenderla, aunque ya hubiera
superado la suya. “Ella es tu prima Ariana”, como si las palabras pudieran
presentar a una persona, “dile hola”, Ariana le sonrió. Luego el saludo tímido
de la pequeña y todo estaba arreglado.
>>Mamá no tardó mucho en darse cuenta de la inercia
de Ariana, aunque estuviera a unos quince metros de ella. Sabía que dormía —y
cómo no saberlo si la había visto tantas veces—. Eso la tranquilizaba, pero no
se complacía viéndola. “Debe tener frío”, pensó, y se le acercó mientras se
quitaba el abrigo para cubrirla. La abrazó y la levantó como a un bebé para
llevarla a una habitación. “Ariana está dormida”, le dijo a la novia, quien
entendió de inmediato, concediéndole la habitación para invitados.
A este cordial saludo le siguió una entrañable
conversación. Una de esas en las que los interlocutores recuerdan sus pasados
entrelazados a fin de encontrar personas o temas o personas como temas para
comentar al fin qué ha sido de ellos en tanto tiempo.
“La otra noche conversaba con su tía [la de Ariana] y me
dijo que **** había sido ascendido”, “Mira tú, qué alegría. ¿Y cómo no?,
siempre fue un buen hombre”, y cosas como esa acerca de hombres-niño o
niños-hombre, no sabríamos precisar, pues decían grandes cosas de gentes con nombres
diminutos, como “Arianita” lo sería para Ariana; cosas como esa eran los temas
más emocionantes. En medio de esto buscaba intervención el hermano mayor,
contando a los presentes sus sueños y grandes aventuras de hombre-niño. Ariana
solo hablaba si se lo pedían. “Tan callada como siempre” y un suspiro eran la
expresión de la tía, pero no le molestaba; era, en cierta forma, algo
nostálgico. Además, su hija menor tenía también una actitud taciturna.
Hablaron sobre la escuela, el museo, el viaje y finalmente
se agotaron las palabras. Pero ésta no es sentencia válida para el hermano
mayor. Él siempre tiene algo que hacer, que decir. “¿Por qué no vamos a jugar?”
Ariana miró a los hermanos mayores buscando su permiso. Su padre accedió, su
tía no. Rara contradicción si consideramos su mayoría de edad y su calidad de
“ejemplos vivos”, como suelen decir los mismos adultos, para los allí presentes
hermanos menores.
“Ella irá luego”, dijo amablemente la madre, con lo que
los hijos, hermanos menores, salieron a jugar.
— ¿Sabes? Cada vez que vienes te pareces más a tu madre
—El padre cambió su semblante. Sentía que debía esperar algo, que algún evento
importante estaba por ocurrir, pero también que debía prepararse para todo:
respirar profundamente, parpadear más seguido, pasar saliva, juntar las manos,
ponerse tieso y buscar palabras prudentes. Pasara lo que pasara, él seguía
siendo el padre de Ariana. Ella era su hija. Aunque nada malo estaba cerca,
empezaba a sentir un vacío.
— La primera vez que la vi era igual que tú, no hablaba
nada, y yo era una hermana celosa. Las personas calladas siempre traman algo,
¿no crees? No hace falta que contestes. Sé que no es preciso, pero esa actitud
suya quedaba perfectamente con su inteligencia… No he visto mujer más prudente hasta
hoy. Yo he querido imitarla, pero no puedo —sonrió mientras se dirigía a su
habitación, levantando la voz para hacerse escuchar—. Tu madre perdió una vez
unos pendientes. Le quedaban muy bien, se los regaló tu padre, pero yo no
estaba conforme, quería probármelos también. Los cogí de su habitación y me los
puse. Pero antes de que pudiera devolverlos comenzaron a buscarlos sin éxito. ¡Ah!
¡Aquí están!, siguen igual de lindos…—bajó la voz—. Entonces tuve miedo de ser
mal vista y los escondí. Mi miedo aumentó aún más cuando pude conocerla mejor.
Ella era tan buena y yo le había quitado algo suyo, seguro me odiaría. Pero
¿sabes?—reapareció y se acercó a Ariana—, siempre fui una tonta, seguramente
ella comprendería. No la creo capaz de odiar a alguien. Estos son —dijo
sosteniendo los bellos pendientes de plata y piedras azules—, ¿no son bonitos?
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Bien, eso ha sido todo por ahora. Trataré de apurar esta redacción. Gracias por leer. ¡Adiós!
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