Ariana: Capítulo 24

Que el mundo está de cabeza, eso lo sabemos todos, si no, no existiría este blog, ni mucho menos yo. Aquí he comprobado muchas veces que estoy casi demente, que la cordura no es un estado común, o que tal vez es tan común que no lo parece, porque no es como si el mundo estuviera cuerdo. Juego de conceptos un poco extraño, pero útil si quieres llamar loco a alguien o decirle que no lo es aunque lo sea... en fin, rarezas. El hecho es que este estar de cabeza construye historias como Ariana, que lleva ya mucho tiempo por este blog, cosa que celebro y me agrada mucho. Este es ya el capítulo número 24, un gran logro, creo yo, pero las cosas se van haciendo cada vez más claras para mí: Ariana está por terminar. Sí, no es broma, ya casi se termina, pero está bien, podré superarlo, y sé que ustedes también. Así pues, he aquí el capítulo...

.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo vigésimo cuarto+.+.+.+.+.+.


La fiesta transcurrió felizmente durante toda la noche. Nada les cambiaría esa felicidad, ni siquiera el no encontrar el muñeco de novio que se suponía que llevaba el pastel de bodas. Se veía solo a la novia, como si el casamiento fuera consigo misma o como si la celebración hubiera sido individual, caso en el que, seguramente, el novio también tendría un pastel propio con un muñeco en la parte superior; pero no era así, había uno solo y hasta hace poco habían constatado la presencia del novio —del muñeco novio, es decir—. Algo extraño, pues nadie nunca se dio cuenta de que alguien lo retirara —hay que aceptarlo, aquel pastel era muy bonito y llamaba mucho la atención—. Pero tenía que estar por ahí. Incluso si cobró vida no habría podido escapar: la puerta principal estaba cerrada y los muros del patio eran demasiado altos para un ser de su tamaño. Ya lo encontrarían luego. Total, un muñeco no era la parte principal de la celebración, y ninguno de ellos —o al menos no los novios— tenía creencias supersticiosas.
Ariana y su madre se fueron temprano. A ésta le preocupaba estar tan indispuesta que no pudiera vigilar a su hija (“el trabajo no cuenta”). Su orgullo le decía que ella era la madre —se lo confirmaba, es decir— y que los papeles no podían invertirse, que una niña no podría hacerse cargo de su madre, salvo en alguna novela realista, que poco de realista tendría, pues “esas cosas no deberían pasar” —aquí hay que señalar lo que entendía por realista la madre de Ariana: una expresión de la realidad ideal, de lo real auténtico y no de lo real desagradable, que eso era más una especie de blasfemia a la propia humanidad—. Así es que era su deber cumplir su rol de madre y llevar a su hija a casa para asegurarse de su bienestar, que aunque estuviera ésta muy cómoda en la habitación de invitados, no podría compararse tal situación a la del propio hogar. Además, sabía que el alcohol la terminaría por derrumbar, incluso cuando tomaba de a pocos y le daba un tiempo prolongado de vida a cada copa. Aprovechó su lúcida conciencia y fue en busca de Ariana. Era hora de irse.
Llegaron a casa a salvo, mamá era muy buena conduciendo, cosa que desmentiría por completo el popular dicho de que una mujer al volante es un peligro, y las cosas terminarían peor para los creyentes en dicho folklore si supieran que acababa de salir de una fiesta de bodas. Claro, era probable, pese a su lucidez, que el alcohol en su sangre estuviera por los límites de lo permitido, pero no lo estaba, aunque resulte increíble, no lo estaba. En medio del viaje, que es más bien corto, se acercó un policía a pedirle identificación y hacerle la famosa prueba antidoping, y bien, negativo, ése fue el resultado. Es como si hubiera desarrollado la capacidad de controlar el nivel de alcohol en su sangre, pues nunca había obtenido una multa por eso, una habilidad digna de ser estudiada por los parapsicólogos, o tal vez no… El hecho es que llegaron a salvo. Ariana fue llevada a su habitación y acomodada en su cama, luego su madre haría lo mismo, estaba bastante cansada —sí, conversar y reír con amigos también cansa.
A la mañana siguiente ocurriría algo impresionante. Muy temprano, la niña levantó a su madre con un grito. “¡Dónde está!, ¡dónde está!”, vociferaba algo afligida. Ésta acudió a ver qué sucedía al tiempo que le reprochaba el haber interrumpido su sueño. La niña calló al verla y la miró con una expresión que parecía ser producto de la acumulación de la desesperación, ¡y vaya qué desesperación!, y qué veloz habrá sido su flujo, porque inmediatamente su rostro se tornó rojo y comenzó a llorar. Su madre no supo qué hacer, estaba algo resignada a intentar comprenderla, recordó las palabras de la novia la noche anterior (“¿por qué no lo intentas?, tal vez entenderías mejor a tu hija”) y éstas la confundieron. “¿Será o no tarea de una madre hacer eso?”, se preguntaba, porque quería criarla lo mejor posible, aunque hacerse ese tipo de preguntas no sea tan importante como el bienestar de la niña, y no es que no lo supiera, pero su ideal de madre nunca estaba claro, ni tenía por qué estarlo, solo que le importaba tanto ser una buena madre que terminaba por dejarlo en segundo plano. A pesar de esta suerte de obsesión, la abrazó casi instintivamente.
La abrazó pero no solo eso, sino que lloró con ella, como compartiendo su dolor, aunque aún no tenía idea de a qué se debía, mas no importaba, no en ese momento. Aquél era su momento, un momento en que madre e hija compartían sus emociones al unísono, sin necesidad de una sola palabra.
Entonces sucedió aquello que la madre había estado evitando todo este tiempo. Los papeles se invirtieron de pronto, como si algún travieso joven hechicero les hubiera querido jugar una broma. Ariana se despegó un poco de su madre y la quedó mirando. No podía evitarse las lágrimas, pero intentó aguantar el llanto para poder hablarle.
— No llores, mamá, ya volverá papá —el sollozo se hizo aún más intenso, tanto que Ariana tampoco pudo soportarlo—mamá… ma…má… papá… Ariana no está…
Estas últimas palabras confundieron aún más a su madre, pero no le preocupó por ahora. Lo importante era calmarse.

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Eso ha sido todo. Espero que les haya agradado. Ya verán lo que les espera en los próximos capítulos. Gracias por leer. ¡Au revoir!

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