Bien, señores, esta es mi primera entrada después de Ariana, pues no todo es Ariana en este mundo —por suerte—. La primera, señores, de esta nueva etapa, tal vez con nuevos proyectos o con proyectos antiguos retomados, dependiendo de la ocasión. Sin embargo, aunque es la primera, tiene una temática futurista, inspirada en las ideas de Marshall McLuhan respecto de la re-tribalización del hombre a través de la tecnología y la aldea global, pero con un toque de zackismo, a saber, con caprichos de mi parte.

.+.+.+.+.+.+. Ciudadano expandido.+.+.+.+.+.+.

Año 2XXX.
El personaje al que nos referiremos ha preferido ocultar su nombre. Sin embargo, es probable que no tuviera uno, como muchos de los suyos. “Aquí nunca hicieron falta, incluso sin que lo sepan todos sabrán quién soy”. Situación un tanto complicada. ¿Cómo se reconoce un individuo sin nombre? “Lo que importa aquí es la presencia, para referirnos a otros simplemente los llamamos, y para eso no es necesario siquiera hablar. Hablar es algo bastante formal, de políticos. A nosotros no nos hacen falta: nosotros vivimos en la red”.
La habitación es oscura, su estado casi deplorable. Hay rastros de basura por toda la casa. La sala consta nada más que de una mesa y una única silla, que me concede. Él dice que no es importante, que el tiempo que pasa allí es mínimo. Sin embargo, sus vecinos dicen no verlo salir nunca. “Él es uno de esos…” dicen los más antiguos. Lo dicen con una expresión entre el miedo, la pena y el desprecio. Ellos tampoco saben su nombre. El hombre que le alquila el piso dice no tener problema por eso. “Yo también ando por ahí a veces. Es normal que algunos ya se hayan acostumbrado, que sea parte de su vida. Además, es puntual en los pagos —dice un poco en broma—, es el más puntual de todos”. Tal vez su condescendencia se debe a ser de una generación más cercana, a menos que esta broma tuviera algo de cierto. Nadie sabe su nombre, así que se refieren a él como “el de la 1911”, que es el número de su cuarto.
Entre esta atmósfera de misticismo, el joven me mira un poco fastidiado. “¿No me hará más preguntas?”. Pensar tanto en su identidad me ha dejado algo callado. No obstante, comienzo a lanzarlas. “¿Qué tanto se conecta a la red?”, “¿El tiempo?, prácticamente todo el día”, “¿Cuáles son sus actividades allí?”, “De todo. Trabajo, reuniones, juegos… a veces me doy la vuelta por algunos países”, “¿países virtuales?”, “No, me refiero a los países. De los virtuales no muchos valen la pena, todos son muy antiguos y monótonos y están solitarios. Existe un software que lo hace posible: caminar en las calles sin ser visto. Es muy reconfortante.”, “¿Solitarios?”, “Sí, la soledad no es agradable. Nada interesante pasa si no hay personas”. Me lo dice el hombre que vive solo en un apartamento desolado y sucio, y que nunca sale de casa.

“¿Existe alguna discusión en las redes respecto al uso de estas nuevas tecnologías?”, “¿Se refiere a Real?”, asiento, “Real tuvo siempre muy buenas plataformas, esta última casi no tiene errores, es lo mejor que puede haber… “, “le pregunté por la discusión sobre su uso”, “Ah, sí, tonterías. La gente no entiende que el nuevo mundo está allí. Las cosas son más sencillas. Aquí se sufre mucho”. Me da algunos ejemplos de vida sacados seguramente de su lectura de algunos foros, utilizados actualmente por una porción mínima de la gente, que se resiste fuertemente a la tecnología de Real. Los expone como indeseables. “Ni siquiera han probado los sistemas… estar al frente de una pantalla ya es parte del pasado, pero no lo entienden”.
Hago un silencio. La forma de comprender el mundo de este joven es un tanto distinta. El progreso está por delante como concepto. La humanidad, como diría la resistencia, ha quedado relegada. La idea de una humanidad superior, omnipotente, omnipresente, omnisciente, parece haber invadido sus sistemas de valoración. Estar en la red es lo más cercano a ser dios, algo bastante tentador… pero ¿qué dios ignora su propio ser? No conocemos a ninguno: hacer suposiciones podría costarnos la vida.
“¿Ha conocido gente en la red?”, “Sí, las veo a veces”, “¿Aquí?”, “Sí, desde aquí ingreso”. La esperanza de ver en él algo distinto me hizo pensar en encuentros físicos, pero me equivoqué. La tecnología de Real ha sobrepasado las expectativas del pasado; los sentidos son de alguna forma engañados por completo. Ya no es necesario moverse para salir.
Es tarde. Me dice que ha dejado cosas pendientes en su trabajo. “Trabajo para Real”, explica, “reparo enlaces rotos”. “A veces le pasa como si enfermara y perdiera la memoria pero somos muchos trabajando en eso. Es lo único que hace falta mejorar”. Sonrío imaginando a la red como una consciencia colectiva, como una red neuronal en gran escala, ¿somos parte de una entidad superior?, ¿lo son ellos, los “users”? Esto hace desaparecer mi sonrisa. Me invade un poco el miedo a lo incierto.
Al retirarme, el joven de la 1911 toma asiento en la única silla de la casa. “¿Puedo verlo cuando ingresa?”, le pregunto. “Sí, no hay problema”. Coloca un brazo sobre la mesa y saca una jeringa del bolsillo derecho del pantalón. Prepara una solución con algunos recipientes de vidrio sobre la mesa. Inyecta. Su brazo izquierdo brilla. La tecnología Real supone un implante de hardware. Susurra unas breves palabras y desmaya. “Se ha ido”.
Allá afuera, los medios y el rumor popular tejen mitos sobre una nueva droga, cosas oscuras sobre la empresa Real, y se expanden, también en la “antigua red”, historias inciertas de users que nunca despiertan.

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Tal vez haya algún tipo de sospecha respecto a esta entrada mía y el relato anterior de Anónimo Conocido. Que tienen algo que ver es innegable, ambos están enlazados a McLuhan, pues formaban parte de un trabajo en la universidad por el centenario del nacimiento del teórico. Como sea... Espero que les haya gustado. Gracias por leer [ =) ]

Pd.: Les dejo un vídeo un poco relacionado con este relato, aunque no exactamente. Es un recuento de los eventos más importantes del desarrollo de los medios en el futuro.

Aquí estoy. Por fin hemos llegado al final de Ariana. ¿Qué pasó? Varios meses, a decir verdad, unos... 10, casi un año. Buen tiempo en el que he tenido en la mente este proyecto, y durante el que he aprendido muchas cosas. Tiempo durante el que he construido y reconstruido la narración de Ariana, incluso cuando no escribía, sorteando entre miles de posibilidades una que nos convenciera a ambos. Ariana, Ariana... Un par de veces los planes tuvieron que cambiar, pero todo resultó bien. Nada demasiado grave, a mi juicio, he cometido escribiéndola. A ser que consideren grave el verla en todos lados... ¿cuántas Arianas me he inventado en este tiempo?, o mejor ¿qué tantas me creé durante mi vida? Dejo esto aquí, pues tiene mucho que ver con el significado que puede tener Ariana como concepto abstracto para mí. Paso a preguntar, entonces, ¿cuál de todas es la que ves?

.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo vigésimo sexto.+.+.+.+.+.+.
(Segunda parte)


La historia al fin descubierta era muy bonita. Un escultor que se convierte en juguetero para cumplir su sueño. A Ariana le encantaba dicho personaje, y a la muñeca también. Ambas coincidían en que era un buen hombre. Pero tal vez les agradaba más porque conocerlo les había tomado bastante tiempo. Él ya era un conocido para ellas, formaba parte de su universo lúdico y a veces lo veían pasar por la calle con su ropa de faena, lo saludaban y él contestaba muy amablemente. Su madre no tenía ni idea, ella no lo conocía puesto que aún no se había permitido abrir el libro. Tal vez en alguna otra ocasión, si Ariana se atreve a prestárselo.
Pero ahora era ella la que descubría la historia. Perdón, ellas, que la muñeca estaba ahí siempre. Su madre aún no llegaba. Se le hacía tarde, o esa sensación le daba su ahora fluida lectura.
“Con el tiempo logró construir una gran casa de juguetes. Los había de todo tipo, y lo suficientemente carismáticos como para atrapar a cualquier niño. Su efecto era tal que empezaron a tejerse rumores acerca de que su juguetería estaba encantada.”
“Pronto envejeció, pero no así el efecto de sus obras. Tuvo discípulos, muchos, pero solo uno era constante. Solo uno de ellos tenía un amor especial hacia lo que hacía, y preferiría siempre ese trabajo a cualquier otro, aunque requiriera un gran tiempo. Solo él, además del anciano, comprendía lo mágico de la juguetería y era consciente de que nada de maligno podía haber en una, a menos que no fuera una juguetería, sino una tienda de rarezas. A él el anciano lo quería como a un hijo, y el hombre a éste como a un padre. Se habían apoyado en los momentos más difíciles: cuando el hijo del hombre murió antes de nacer y cuando la esposa del anciano no volvió a abrir los ojos.”
“El hombre recuerda su negativa a guardar luto porque ‘no hay que interrumpir la felicidad de los otros’. Era fuerte, siempre lo fue, y esta vez lo demostraba aún más.”
“La juguetería está encantada. El rumor comenzó a expandirse rápidamente luego de estos trágicos hechos. El culpable era el discípulo del anciano. ‘Los juguetes escogen a los niños, no al revés’. Decía cada vez que alguien venía a la tienda y era él quien se encargaba de atenderlo. ‘La juguetería está encantada o ese hombre está chiflado’, pensaban. El anciano estaba enfermo por aquellos días y le había dicho ‘hazte cargo. Tengo otros asuntos’. Algo demasiado extraño, pues nunca antes había dejado su trabajo. El hombre temió y comenzó a visitarlo más seguido. Uno de esos días, el juguetero se compadeció de él y le reveló su secreto: ‘No hay que alarmarse, es solo una muñeca’, le dijo en su improvisado taller personal, que cuando no era taller las hacía de habitación, ‘Es lo que hacía mi esposa. No llegó a terminarla’. Había algo de mágico en esas palabras. Era una muñeca de trapo,  muy hermosa. Su valor debía ser mínimo, pero constituía algo muy preciado para el anciano, o al menos eso era lo que sentía su discípulo, pues cada vez que llegaba a verlo estaba con la muñeca, como si fuera su hija. Temió aún más que estuviera enloqueciendo, por lo que se sorprendió cuando, con una gran convicción, el anciano se la entregó. ‘Ponla a la venta’, dijo, ‘yo ya estoy viejo, he sido lo suficientemente feliz’. Poco después, el anciano murió.”
Ariana se sentía identificada. Aquella muñeca era como la suya. Pero también sentía mucha pena por el anciano. ¿Qué sería ahora de la juguetería? Aquél hombre quedaría a cargo, pero no era suficiente. Los tiempos habían cambiado para él en la historia. Ahora había grandes industrias jugueteras y nada más. Los niños siempre las preferían. Ya nadie veía el carisma en la juguetería del anciano y las ventas cayeron. La gran casa se redujo a una pequeña tienda artesanal. La muñeca aún no era vendida… y su madre no llegaba. Ya era tarde, o eso parecía. Era una sensación extraña para ella.
“Ahora la juguetería estaba realmente encantada por el espíritu de los esposos jugueteros, que se mantenía vivo gracias al trabajo del discípulo, aunque no hubiera podido mantenerla en lo alto. Él lo sabía, que con él se terminaría esa historia. Ya no había nadie que continuara el trabajo con las mismas ganas. Ya no.”
Ya es tarde y aún quedan páginas por leer. En su mente resuenan las palabras del anciano, como si las hubiera escuchado. “No hay que alarmarse, es solo una muñeca”.  Mira la suya y repite “solo una muñeca…” y se siente triste, no porque sea una muñeca, sino porque el anciano muriera. Deberían aprender a escribir cuentos, matar así a un personaje tan bueno era algo innecesario… las cosas comenzaban a perder sentido. El anciano tenía un sueño, un sueño. El joven discípulo lo compartía, pero se enfrentaba a malos tiempos. Y ahora estaba la muñeca, que debía vender, lo que podría tomar días, o meses, dependiendo de la cantidad de gente que atravesara esa mágica puerta de entrada. “Ponla a la venta”. Ariana quería comprar también esa muñeca. Estaba demasiado sola. Quería ingresar a la historia y hacerle compañía. Allí se acompañaba con el joven juguetero, pero no era el caso. Debía ser vendida. “Ponla a la venta”, el gran sacrificio del anciano, tal vez su renuncia a la vida, tal vez su renuncia a la muerte, reflejada en la figura de su esposa y una enorme nostalgia.
>> Su madre estaba con ella. Siempre lo estuvo. Y ahora más que nunca, no por los pendientes, sino porque había logrado comprenderlo.
“No hay que alarmarse…”, le decía el anciano, pues la sensación de que era tarde no se le había quitado, que ya fuera a dormir, que luego continuaría. Y les decía a ambas, a ella y a la muñeca, que era posible que aquella fuera su propia historia. Algo inconveniente si quería que fueran a dormir. Solo provocaba un interés mayor en la historia. Querían saber qué les esperaba, qué había detrás de la siguiente página, y la siguiente, y la siguiente, y la siguiente… El anciano ya no estaría presente, pero querían saber, no podrían abandonar el joven discípulo de esa manera, no se lo perdonarían. Él, pobre hombre, pasando por una situación tan difícil. Pero era tarde. ¿Viajarán? ¿Se sumergirán nuevamente en el mundo de la  juguetería encantada, que se mantenía viva aunque cada vez más ausente? ¿Viajarían? Mamá no llegaba. Pero habían viajado ya muchas veces, y a muchos lugares, con o sin el tren de almohadas, con o sin la fiesta de bienvenida del payaso. Lo único que no podía faltar nunca era el anciano cartero, que las hacía muy bien de conductor. Ahora que lo piensan, se parecen mucho. Tal vez sean el mismo, aquél cartero y el anciano juguetero. Tal vez el anciano siempre estuvo ahí, y eso era reconfortante. ¿Viajarían? Solo faltaba subirse al tren, esta vez no de almohadas sino de palabras, y todo comenzaría. Sí, solo necesitaban una ayuda, un pequeño empujoncito que las llevara a concluir “sí, viajaré”. Y esperaban y esperaban aquella señal tanto como a su madre. No irían a dormir. Viajarían, era un hecho, solo faltaba el elemento clave, tal vez las palabras mágicas de su madre diciendo “ya llegué”, si no era un desconcertante “ve a dormir”. O quizá no. Quizá era algo que iba más allá de su entendimiento. Solo tenían que volver la mirada al libro y continuar la lectura. Solo así viajarían. Y conocerían el final, y serían felices, o sentirían nostalgia por haberse acabado libro tan especial. Un empujoncito que cada vez parecía más lejano, pero que nunca lo estuvo.
Ariana creyó escuchar algo.

— ¿A dónde la llevo, señorita? —dijo el anciano luego de una leve risa— ¿viajará o no? —insistió sonriendo.
No pudo evitar ser presa de la duda. El teléfono sonó. Era “él”. Una sonrisa se dibujó en su rostro.
— ¿Viajará, señorita?
— A la Plaza. Vamos para allá —dijo mientras presionaba el botón de contestar.

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Bueno, eso es lo que tenemos Ariana y yo para ustedes. Espero que les haya gustado la serie, o al menos el capítulo. Gracias por leer [ =) ]



(Texto de una madre)


Llego a casa pensando, luego de asistir a la exposición El ciudadano expandido. Pienso porque es lo más apropiado luego de una actividad intelectual y cultural de tal envergadura. “¿Qué tan ciertas son las aseveraciones de McLuhan?”, pregunta que se apoderaba de mi cabeza… Abro la puerta y me dirijo a la cocina, hay ruido en casa, supongo que Mara, mi hija, llegó del colegio.
Si bien la idea de una aldea global parece convincente, bajo mi punto de vista, por la irrupción de internet en nuestras vidas y, aún más, del [ab]uso de las redes sociales… en qué medida se dan las otras, en especial las obtenidas de la sección de la exposición destinada a Princesita Pop en Busca del Amor, o más formalmente de La niña del Futuro.
Me preparo algo de comer, algo sencillo y sigo en lo mío… “Las generaciones venideras no serán las mismas que las actuales, esa es una premisa incuestionable. Yo no soy igual que mis padres y Mara no será de todo parecida a mí, la cuestión es encontrar el sentido de esta diferencia. El medio de comunicación en boga será fundamental para este cambio, en este caso… ¿vendría a ser internet?”, pensaba mientras me llevaba la comida a la boca.
Salgo de la cocina y me dirijo a mi habitación. Antes de llegar a ella veo entreabierta la puerta del cuarto de Mara. La veo ahí, sentada frente a su computador, muy concentrada, hasta ida, diría yo, pues no me notó. “Tareas”, pienso. Solo un pequeño golpe a la hora de alejarme la alertó de mi presencia, fue inútil mi intención. Solo atiné a pedirle que le baje el volumen a su equipo, que no quería oír la canción de esa tal Perry. Ella no dijo nada y solo presionó el botón necesario.
“Las características que la niña del futuro reunirá serán las siguientes – sigo pensando mientras me dirijo a mi cuarto –: total uso de las redes para reconstruir su imagen en un formato digital, el abuso de material fotográfico para preservar su forma y mejorarla mediante “software” para así quitar el ruido de lo físico a una personalidad en construcción constante y puramente abstracta. De este modo preferirá ver el mundo desde la pantalla de su computadora, con un intermediario, antes de una proyección directa de la realidad en sus pupilas. Una insensibilidad parece inminente”, esta cuestión no me deja tranquila.
Andes de ingresar a mi habitación, antes de mover la perilla, decido regresar por mi hija. Me detengo nuevamente, pero frente a la puerta de Mara. Ahí solo oigo el clic fotográfico mientras el reflejo del flash inunda el lugar, por el espacio abierto la veo fotografiándose una y otra vez, mientras las paredes rosas de su cuarto se ven aturdidas por las imágenes de sus “estrellas pop” y por grafías adrede mal escritas…
“¿Conozco a mi hija?”
Voy a mi cuarto, uso el ordenador rápidamente, la busco en la red social de moda, pero no la encuentro con su nombre real, sino por una auto-denominación que no escapa a la de una figura pop o la de una estrella porno. “Pero si ella no sale de casa, si no tiene amigas, al menos no alguna que conozca…”
Veo el pasillo por el que estuve caminando, al final de él veo la puerta de Mara, el volumen de la canción de Perry aumenta. “La niña del futuro… ¿El futuro hoy?... ¿Cuando este tiempo deja de ser presente? ¿Qué nos depara el futuro, Mr. McLuhan?”

Lo he decidido, oh vaya que lo he decidido. Abandonaré todo proyecto anterior, primero me despediré de Isabela, sencillamente descubrí que trataba de imitar a otros escritores, nada más inauténtico; aunque... me sirvió de práctica. Últimamente el cine ha captado mi atención. Demasiado. Así que he decidido dedicarme exclusivamente, en este blog, a postear mis apreciaciones sobre películas que haya visto. Quizás de esta manera les entusiasme a ver algunas o volverlas a ver. Bueno, esta será la primera.

Annie Hall: La incapacidad de ser feliz.
Casualidades fueron las que me llevaron al posterior visionado de esta película. En una exposición dedicada a McLuhan, en una de las computadoras que tenían videos referidos al personaje homenajeado, se encontraba un breve clip que llevaba como título Annie Hall. Nunca había escuchado de esa película, en ese momento ni siquiera sabía que era una película, mi única pista era que en la imagen inmóvil que siempre se muestra antes de poner “play” se encontraba un personaje conocido: Woody Allen. Reproduje el video. Woody Allen se encontraba en una cola de cine junto con su novia; detrás de ellos, un hombre le comentaba a otra mujer sobre asuntos intelectuales, menciona a Becket, menciona a McLuhan. Allen se muestra muy irritado, él solo quiere ver la película no que le den una lección en plena cola, se queja con su novia y esta a su vez trata de calmarlo pero termina discutiendo con él. Woody no puede con su genio y sigue quejándose, ¿con quién? Con nosotros -un detalle que captó mi atención-; el aludido en las quejas también alude a su derecho de hablar. A lo cual Woody replica: “Usted no sabe nada de Marshal McLuhan”. Paso seguido trae al teórico, que curiosamente andaba por allí. McLuhan, en efecto, ratifica lo dicho por Allen. “Si la vida fuera así”, con estas palabras finaliza Allen la escena.
Annie Hall, considerada una de las mejores películas del director neoyorquino, ganadora de cuatro premios Óscar, se presenta como el retrato de un comediante neurótico llamado Alby Singer (interpretado por él mismo) y la relación que mantuvo con Annie(Diane Keaton, una de sus musas). Cuando la película empieza, la relación ya ha concluido, la primera escena se limita a un primer plano de Alby mirando a la cámara, dando la impresión de estar hablando con nosotros, en efecto, eso es lo que hace. Mediante una especie de introspección empieza a narrar momentos de su infancia, no lo hace desde un punto de vista pasivo, en una escena se le puede ver sentado ya de adulto junto con sus compañeros de primaria; y al ver cómo le castigan de niño por haber besado en la mejilla a una compañera le replica a la profesora: “Solo expresaba una curiosidad sexual saludable”. Lo cual da pie a una discusión con su profesora y demás compañeros.
Y es que cada vez que recuerda, reflexiona sobre cada uno de los capítulos de su vida. No lo hace desde un punto de vista serio ni mucho menos depresivo; todo lo contrario se burla, ironiza: después de todo Alby es un comediante. Ese constante recordar no se da de forma lineal, en un momento puede recordar sus relaciones pasadas producto de una conversación con Annie, para al siguiente pasar al momento en que la conoció en un partido de tenis. Pequeños momentos que van armando un todo. Otra de las cosas llamativas de esta película es el aprovechamiento que tiene Alby de sus recuerdos, se puede observar esto en la naturalidad con que la que Alby conversa con las personas de la calle de asuntos personales; lo que llama la atención no es el que lo haga sino que las personas estén perfectamente informadas de su situación e inclusive aporten datos de los que es imposible que estén informados.
“Nunca me haría miembro de un club que tuviera un tipo como yo”. Un chiste del comediante y actor Groucho Marx que en sus propias palabras resume sus relaciones con las mujeres. Y es que Alvy es un personaje complejo e inteligente; obsesionado con la muerte; contradiciéndose sí es necesario para que tenga la razón; marcado por el pensamiento de Freud; desconfiado, cierto complejo de su ascendencia judía le lleva a analizar lo que le dicen en busca de un posible ataque. Annie por otra parte es una mujer alegre, sencilla, con cierta inseguridad que le hace dudar de sus capacidades; y con una forma de vestir peculiar: camisas, pantalones de tela y saco son parte de su indumentaria. Pese a estas contradicciones Alvy la ama tal y como es, algo de lo que se da cuenta cuando se haya solo de nuevo. Quizás atemorizado por sus dos fracasos matrimoniales anteriores es que intenta moldear la forma de ser de Annie a su gusto. Le paga clases en la universidad para culturizarla, pues la considera tonta pese a que lo niegue; y la incita a seguir una terapia con un psicólogo tal y como él lo viene haciendo desde hace quince años. Todo termina con una Annie perfectamente conocedora de sí misma y capaz de disfrutar de la vida: Alby, con su incapacidad para ser feliz ya no es lo que ella quiere.
La película es a su vez una especie de biografía, Woody Allen y Diane Keaton fueron pareja en la vida real, y una de las cualidades que Woody resaltaba de Diane era su sentido del humor. Es precisamente ese carácter emocional tan verdadero, esa capacidad de describir las relaciones sin necesidad de alegatos de dramatismo exagerado lo que hace grande a esta película. Por momentos reflexiva; por momentos divertida,así es Annie Hall.
La escenita que mencioné en un inicio: