.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo vigésimo sexto.+.+.+.+.+.+.
(Segunda parte)
La historia al fin descubierta era muy bonita. Un
escultor que se convierte en juguetero para cumplir su sueño. A Ariana le
encantaba dicho personaje, y a la muñeca también. Ambas coincidían en que era
un buen hombre. Pero tal vez les agradaba más porque conocerlo les había tomado
bastante tiempo. Él ya era un conocido para ellas, formaba parte de su universo
lúdico y a veces lo veían pasar por la calle con su ropa de faena, lo saludaban
y él contestaba muy amablemente. Su madre no tenía ni idea, ella no lo conocía
puesto que aún no se había permitido abrir el libro. Tal vez en alguna otra
ocasión, si Ariana se atreve a prestárselo.
Pero ahora era ella la que descubría la historia. Perdón,
ellas, que la muñeca estaba ahí siempre. Su madre aún no llegaba. Se le hacía
tarde, o esa sensación le daba su ahora fluida lectura.
“Con el tiempo logró construir una gran casa de juguetes.
Los había de todo tipo, y lo suficientemente carismáticos como para atrapar a
cualquier niño. Su efecto era tal que empezaron a tejerse rumores acerca de que
su juguetería estaba encantada.”
“Pronto envejeció, pero no así el efecto de sus obras.
Tuvo discípulos, muchos, pero solo uno era constante. Solo uno de ellos tenía
un amor especial hacia lo que hacía, y preferiría siempre ese trabajo a
cualquier otro, aunque requiriera un gran tiempo. Solo él, además del anciano,
comprendía lo mágico de la juguetería y era consciente de que nada de maligno
podía haber en una, a menos que no fuera una juguetería, sino una tienda de
rarezas. A él el anciano lo quería como a un hijo, y el hombre a éste como a un
padre. Se habían apoyado en los momentos más difíciles: cuando el hijo del
hombre murió antes de nacer y cuando la esposa del anciano no volvió a abrir
los ojos.”
“El hombre recuerda su negativa a guardar luto porque ‘no
hay que interrumpir la felicidad de los otros’. Era fuerte, siempre lo fue, y
esta vez lo demostraba aún más.”
“La juguetería está encantada. El rumor comenzó a
expandirse rápidamente luego de estos trágicos hechos. El culpable era el
discípulo del anciano. ‘Los juguetes escogen a los niños, no al revés’. Decía
cada vez que alguien venía a la tienda y era él quien se encargaba de
atenderlo. ‘La juguetería está encantada o ese hombre está chiflado’, pensaban.
El anciano estaba enfermo por aquellos días y le había dicho ‘hazte cargo.
Tengo otros asuntos’. Algo demasiado extraño, pues nunca antes había dejado su
trabajo. El hombre temió y comenzó a visitarlo más seguido. Uno de esos días,
el juguetero se compadeció de él y le reveló su secreto: ‘No hay que alarmarse,
es solo una muñeca’, le dijo en su improvisado taller personal, que cuando no
era taller las hacía de habitación, ‘Es lo que hacía mi esposa. No llegó a
terminarla’. Había algo de mágico en esas palabras. Era una muñeca de
trapo, muy hermosa. Su valor debía ser
mínimo, pero constituía algo muy preciado para el anciano, o al menos eso era
lo que sentía su discípulo, pues cada vez que llegaba a verlo estaba con la
muñeca, como si fuera su hija. Temió aún más que estuviera enloqueciendo, por
lo que se sorprendió cuando, con una gran convicción, el anciano se la entregó.
‘Ponla a la venta’, dijo, ‘yo ya estoy viejo, he sido lo suficientemente feliz’.
Poco después, el anciano murió.”
Ariana se sentía identificada. Aquella muñeca era como la
suya. Pero también sentía mucha pena por el anciano. ¿Qué sería ahora de la
juguetería? Aquél hombre quedaría a cargo, pero no era suficiente. Los tiempos
habían cambiado para él en la historia. Ahora había grandes industrias
jugueteras y nada más. Los niños siempre las preferían. Ya nadie veía el
carisma en la juguetería del anciano y las ventas cayeron. La gran casa se
redujo a una pequeña tienda artesanal. La muñeca aún no era vendida… y su madre
no llegaba. Ya era tarde, o eso parecía. Era una sensación extraña para ella.
“Ahora la juguetería estaba realmente encantada por el
espíritu de los esposos jugueteros, que se mantenía vivo gracias al trabajo del
discípulo, aunque no hubiera podido mantenerla en lo alto. Él lo sabía, que con
él se terminaría esa historia. Ya no había nadie que continuara el trabajo con
las mismas ganas. Ya no.”
Ya es tarde y aún quedan páginas por leer. En su mente
resuenan las palabras del anciano, como si las hubiera escuchado. “No hay que
alarmarse, es solo una muñeca”. Mira la
suya y repite “solo una muñeca…” y se siente triste, no porque sea una muñeca,
sino porque el anciano muriera. Deberían aprender a escribir cuentos, matar así
a un personaje tan bueno era algo innecesario… las cosas comenzaban a perder
sentido. El anciano tenía un sueño, un sueño. El joven discípulo lo compartía,
pero se enfrentaba a malos tiempos. Y ahora estaba la muñeca, que debía vender,
lo que podría tomar días, o meses, dependiendo de la cantidad de gente que
atravesara esa mágica puerta de entrada. “Ponla a la venta”. Ariana quería
comprar también esa muñeca. Estaba demasiado sola. Quería ingresar a la
historia y hacerle compañía. Allí se acompañaba con el joven juguetero, pero no
era el caso. Debía ser vendida. “Ponla a la venta”, el gran sacrificio del
anciano, tal vez su renuncia a la vida, tal vez su renuncia a la muerte,
reflejada en la figura de su esposa y una enorme nostalgia.
>> Su madre estaba con ella. Siempre lo estuvo. Y
ahora más que nunca, no por los pendientes, sino porque había logrado
comprenderlo.
“No hay que alarmarse…”, le decía el anciano, pues la
sensación de que era tarde no se le había quitado, que ya fuera a dormir, que
luego continuaría. Y les decía a ambas, a ella y a la muñeca, que era posible
que aquella fuera su propia historia. Algo inconveniente si quería que fueran a
dormir. Solo provocaba un interés mayor en la historia. Querían saber qué les
esperaba, qué había detrás de la siguiente página, y la siguiente, y la
siguiente, y la siguiente… El anciano ya no estaría presente, pero querían
saber, no podrían abandonar el joven discípulo de esa manera, no se lo
perdonarían. Él, pobre hombre, pasando por una situación tan difícil. Pero era
tarde. ¿Viajarán? ¿Se sumergirán nuevamente en el mundo de la juguetería encantada, que se mantenía viva
aunque cada vez más ausente? ¿Viajarían? Mamá no llegaba. Pero habían viajado
ya muchas veces, y a muchos lugares, con o sin el tren de almohadas, con o sin
la fiesta de bienvenida del payaso. Lo único que no podía faltar nunca era el
anciano cartero, que las hacía muy bien de conductor. Ahora que lo piensan, se
parecen mucho. Tal vez sean el mismo, aquél cartero y el anciano juguetero. Tal
vez el anciano siempre estuvo ahí, y eso era reconfortante. ¿Viajarían? Solo
faltaba subirse al tren, esta vez no de almohadas sino de palabras, y todo
comenzaría. Sí, solo necesitaban una ayuda, un pequeño empujoncito que las
llevara a concluir “sí, viajaré”. Y esperaban y esperaban aquella señal tanto
como a su madre. No irían a dormir. Viajarían, era un hecho, solo faltaba el
elemento clave, tal vez las palabras mágicas de su madre diciendo “ya llegué”,
si no era un desconcertante “ve a dormir”. O quizá no. Quizá era algo que iba
más allá de su entendimiento. Solo tenían que volver la mirada al libro y
continuar la lectura. Solo así viajarían. Y conocerían el final, y serían
felices, o sentirían nostalgia por haberse acabado libro tan especial. Un empujoncito
que cada vez parecía más lejano, pero que nunca lo estuvo.
Ariana creyó escuchar algo.
— ¿A dónde la llevo, señorita? —dijo el anciano luego de
una leve risa— ¿viajará o no? —insistió sonriendo.
No pudo evitar ser presa de la duda. El teléfono sonó.
Era “él”. Una sonrisa se dibujó en su rostro.
— ¿Viajará, señorita?
— A la Plaza. Vamos para allá —dijo mientras presionaba
el botón de contestar.
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Bueno, eso es lo que tenemos Ariana y yo para ustedes. Espero que les haya gustado la serie, o al menos el capítulo. Gracias por leer [ =) ]
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