Día de los muertos

¿Qué tal?, aún es día de los muertos, ¿verdad? ¿No es curioso que las cosas se sigan de esa manera? Es decir, con esta fecha se cierra la trilogía halloween-día de todos los santos-día de los muertos. Claro, no son lo mismo, pero cada una tiene un toque de misticismo relacionado en parte con la muerte, especialmente el de los muertos. Morí. No. No morí, pero preparé un cuento para esta ocasión. Muy a lo mío. Ahí va...


.+.+.+.+.+.+. Una visita al cementerio.+.+.+.+.+.+.


Esa sería su primera vez en el cementerio. No es un lugar al que se suela ir muy a menudo, hay que decir, a menos que fuera por trabajo, e incluso así los trabajadores preferirían pasarse el día entero viendo la tv. Tanto muerto puede llegar a contagiar, como diría algún anciano un poco en broma. Pero hoy no es así. Un mar de gente se aventura a recorrer los amplios pasajes de la necrópolis; es trabajo seguro, al menos una vez al año. La tv tendrá que esperar.
Ha ido con sus padres, obviamente. Nadie se pasearía solo por un cementerio como ése la primera vez. Y no es porque fuera peligroso sino que ese cementerio, debido a la disposición de sus pabellones, puede resultar laberíntico a quien lo visita. La apariencia homogénea de los pabellones cumple una función muy importante respecto a provocar confusiones. Una aventura salir de ahí, como si hubiera sido construido con ese mismo propósito. Pero está con sus padres… ¿qué puede salir mal? Respuesta inmediata: una mirada aquí, mucha gente alrededor, unos pasos más allá, desorientación y búsqueda de los padres… y bien, así de mal resultó.
Pobre niño. En medio de tanta gente y sin poder llorar simplemente porque le dijeron que los niños no lloran, y él es un niño, y los niños son obedientes… al menos cuando los están viendo. Sin llorar, pero le es imposible esconder su expresión perdida, buscando desesperadamente con la mirada y con los pasos dudosos que se convierten inmediatamente en impulsivos cuando una mujer preocupada le pregunta “¿te pasa algo, niño?”. No le interesó lo que ella pensara, solo quería a sus padres. “No hables con desconocidos”, y ella era una desconocida, todos a su alrededor lo eran.

Corrió y corrió, sin que su mirada dejara de buscar desesperadamente. Corrió sin perder en ningún momento la imagen de sus padres del pensamiento, hasta que se vio en problemas. Hasta que se dio cuenta de que sus pasos no tenían sentido, que no sabía a dónde estaba yendo… Entre más caminaba, menos sabía dónde estaba, y mucho menos cómo salir. Entonces tuvo ganas de llorar, y sus pasos lo dirigieron estoicamente hacia donde no hubiera quien lo mire.
Llorar. Sí, llorar era todo lo que podía hacer. Lamentarse, no de haber dado los pasos equivocados o de haber perdido de vista a sus padres, sino de que ellos no estuvieran ahí con él. Lamentarse, pues, por la soledad. Sentarse apoyado en la pared de un pabellón, con las rodillas flexionadas, los brazos encima y la cabeza escondida si no por vergüenza, por miedo. Llorar… pero los niños no lloran. Vaya mentira, él podía llorar aunque no quisiera. Sin embargo, pronto lo invadió un gran temor por que sus padres también se hubieran perdido, y por culpa suya. Lamentable. Pero tenía que hacer algo, no podía dejarlos solos, ellos tampoco lo dejarían solo, independientemente de que se haya perdido. No se atreverían.
Duda, pero tiene que intentarlo. Un paso, dos, tres, y esta vez muy lento, con mucho tino en lo que hace, intentando recordar los extraños nombres de cada pabellón. “¡Hey!”, escucha de pronto. Voltea la mirada y se encuentra con un hombre casi anciano, “¿qué haces tú por acá?”. El niño no sabe qué decir. Si dijera “Me perdí” tal vez el viejo se burlaría de él. Solo le aparta la mirada, es otro desconocido, poco confiable. “Oye, ¿sabes a dónde vas?, ¿dónde están tus padres?”. Shock. Pero no contestará.
El anciano sospecha pronto que el niño anda perdido, pero entiende al mismo tiempo que será inútil obligarlo a hacerle caso. “Bueno, si sabes a dónde vas, me iré. Hacia donde voy hay una salida, para allá, a donde vas, está la fosa común, pero seguro lo sabes, ¿tienes algún asunto en ese lugar desde tan niño?, que tengas suerte, hijo”. Sabe que lo seguirá si es listo, que no se irá a la fosa común, pues no es un lugar muy bonito. Lo sabe y tiene razón. El niño lo sigue.
Por un tiempo, lo hará intentando no ser visto, sin embargo, pronto se dará cuenta de que el anciano nunca voltea y caminará con mayor seguridad, sin que le importe ya si es descubierto o no… al fin y al cabo lo que él quiere es salir de ahí y encontrarse con sus padres. Lo seguirá hasta que no pueda seguirlo. Cuando el hombre se detenga frente a un enorme pabellón y le dirija una vez más la palabra. “Aquí es, hijo. La salida”. No lo entiende, piensa que está loco, y debe de estarlo… ¿cómo va a haber una salida en una pared tan enorme y seguramente muy gruesa?
El niño corre, se aparta lo suficiente como para mostrar desconfianza y sentirse seguro, pero al mismo tiempo como para asegurarse de que no hubiera algún compartimiento secreto en aquél lugar. “Si sabes a dónde vas, me iré. Esta es la salida. Pensé que me seguías por esto. ¿Vienes?”. El anciano golpeó una lápida como una persona común llamaría a una puerta. En serio debe estar loco.
Pero no lo está. No está loco. Su cordura va más allá de lo imaginable, y el niño lo sabe, porque en un abrir y cerrar de ojos aquella muralla dejó de serlo. Lo que ahora veía era un gran edificio departamental muy antiguo. El anciano volvió a tocar, esta vez una puerta que se abrió sola inmediatamente.
Todo era muy misterioso, “como de cuento de terror”, pensaba el niño. No obstante, se decidió a entrar. Un paso, dos pasos… Iría con sus padres.
“Buen día a todos", dijo el viejo al cerrar la puerta. El lugar era muy extraño. Espacioso, casi sin cosas, a excepción de algunos cachivaches en una gran repisa, al fondo del salón. Fotos, juguetes, tarjetas de cumpleaños, globos desinflados y muchas flores. Había pisos superiores, lo podía ver desde la entrada, pero no columnas ni escaleras que los sostuvieran o permitieran el acceso a ellos. Más extraño aún. “Ven por aquí”, le dijo, y ambos se dirigieron a la gran repisa del fondo, sobre la cual recién pudo distinguir que un hombre muy bien vestido estaba sentado. “¿Qué hay de nuevo?, ¿algún recado?”, “Lo de siempre…”, “Bah… sarta de malagradecidos. Bueno, no importa. ¿Qué noticias tienes? ¡Hey!, no mires así al chico que lo asustas. Está perdido, lo llevaré con sus padres”, “Ve con el obrero del pabellón. Ya sabes, él está siempre afuera, más que tú”, “Entonces, ¿ahora no está?”, “Tal vez no”, “Vaya que eres útil, ¡señor!, me envías al vacío. Ya me iré, me iré”. Cogió al niño del brazo y se lo llevó nuevamente a la puerta. “¿Nos vamos?”, preguntó el niño un poco impresionado. “Allá arriba”.
Giró la perilla una vez y el piso comenzó a moverse hacia arriba. Pasaron por el segundo piso, en el que había una anciana dormida y unos cuantos jóvenes discutiendo temas de actualidad. En el piso de arriba, unos niños jugando a la pelota y un hombre con apariencia de granjero. En el siguiente, una mujer bordando, un gato enredado en lana, una enfermera leyendo, un policía jugando a las cartas con un obrero con ropa de faena… Sí, un obrero. “Aquí”, musitó el anciano y dejaron de subir.
El obrero miró al niño y dijo “Si es por él, el hombre que buscas no está acá. Aún no regresa”. “Entonces vamos allá”, giró nuevamente la perilla y comenzaron a bajar. “¿A dónde vamos?”, “A los pisos inferiores”.
Pisos inferiores. ¡Quién se imaginaría que hubiera pisos inferiores!, pues los había. Y ahí encontraron a un escribidor en una máquina de escribir. “A los pisos inferiores”, dijo el hombre. Era bastante joven, usaba lentes y fumaba un cigarrillo. A su lado, un vaso de agua.
“¿Qué escribes ahora, poeta?”,  preguntó el anciano un poco en burla. “No me llame así, ya le dije. ¿Quién es el niño?”, “visita. Busca a sus padres”, “Ah, y tú al obrero, ¿no?”, “¿cómo lo sabes?”, el hombre se sorprendió un poco. “El mundo está hecho de palabras, querido Jack, y aunque no quieras usar tu nombre, ni ninguno aquí, seguirás siendo Jack y yo Dante”, “pero Dante no es tu nombre real, chico”, “así me conocen, viejo. Soy Dante, nada de poeta”.
El niño habló entonces. “¿Sabes dónde están mis padres?”, “No, pero sé dónde está el obrero. Vayan al siguiente sótano. Ahí lo encontrarán. Ya, viejo, de una vez, gira”. El anciano giró la perilla una vez más y ordenó ir al siguiente sótano. Bajaron de a poco, entretanto escuchaban el tecleo de Dante.
Abajo estaba oscuro. Ninguno de los dos se movió. “¿Qué diantre?”, dijo el anciano, y las luces se encendieron.
Otro salón, más amplio aun que el de la primera planta de la casa de visitas, todo de color blanco y muy iluminado, aunque no habría forma de saber de dónde provenía la luz. En el medio, el obrero vestido de doctor. “¡Voilá!”, exclamó. “¿Qué te pasa, obrero?”, dijo Jack. “Esto será divertido, viejo, solo mírate. Tú, el chiquillo y sus padres. ¿Por qué lo has traído hasta acá?”, “Sus padres…”, “exacto, sus padres. Viejo, tú nunca recibes nada, pero ya es hora. Ha sido todo idea del poeta. Tu familia perdida, hombre, luego de décadas”, “Deja la palabrería, obrero. El niño quiere a sus padres y se terminó el asunto”, “¿Dónde están mis papás?”, preguntó el niño con un gesto amargo. Sospechaba algo, tal vez estaban en peligro. Corrió.  “!Hey!, ¿a dónde vas?, ¿conoces el camino?”. Se detuvo una vez más, y mintió “Sí, conozco el camino”. Corrió a través del blanco que parecía nunca terminar, y que nunca terminó. El anciano lo alcanzó. “Vamos con tus padres”, le dijo. “No”, contestó, “me voy”, “Está bien, ve… tus padres te esperan, esta vez estás por buen camino”. Corrió una vez más… muy rápido, y se dijo “sé su nombre… y me ayudó, ya no es un extraño”. “Adiós”, gritó, “gracias”. Y una nueva puerta se dibujó en el vacío. Era ahora o nunca… allá vamos, pequeño.
Abrió la puerta y pasó.
Sus padres se alegraron de que despertara bien. Cuando lo encontraron parecía tener mucha fiebre. Había estado perdido solo un par de horas, pero la soledad parecía haberlo afectado.

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Bien. Gracias por leer, los veo en el próximo texto [ =D ] ¡Adiós!

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