Debí reseñar muchas novelas hasta ahora. A sangre fría, El evangelio según Jesucristo, Ensayo sobre la ceguera, Ensayo sobre la lucidez, Hiroshima, Crónica de una muerte anunciada, y tal vez otras más. Pero no lo hice. Tal vez fuera mi desgano si no mi intención inmediata de comenzar una nueva lectura. En cualquier caso, ésta sería mi primera reseña por aquí. ¿De qué novela será? Nada más y nada menos que de La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa.
La novela está narrada en dos tiempos. Por un lado, tenemos al régimen dictatorial de Rafael Trujillo en crisis, prontamente fulminado por una conspiración; por el otro, a Urania, una mujer que regresa a su ciudad natal después de mucho tiempo a ver a su padre, hacia el que guarda un profundo rencor. Las historias se alternan sin llegar a complicarse, dotadas de una gran fluidez, en cada capítulo. Así, poco a poco se irán revelando las conexiones que existen entre ellas, empezando por Agustín Cabral, padre de Urania y servidor de Trujillo durante su régimen.
Pero no es solo eso. Qué va, hay muchísimo más. Vargas Llosa retrata a cada uno de sus personajes. Sin importar quién fuera, no es solo un nombre, tiene también una vida. Urania y su rencor, y un retorno que ni ella misma comprende; Agustín Cabral, un hombre inmóvil ahora, pero antes uno de los más fieles y perspicaces trujillistas, el régimen lo trataría mal, y la caída… entonces, ¿por qué había terminado abandonado?; los conspiradores, su elevada ansiedad por terminar de una vez por todas con su plan y su odio interminable hacia el Chivo; Balaguer, el Presidente (“fantoche”) de la República, un hombre de letras, pero al mismo tiempo un mero títere de Trujillo; Johnny Abbes García, el malvado, el inhumano, tanto o más que el hijo del Chivo, pero fiel al fin y al cabo, una buena pieza en el tablero; Rafael Trujillo, el Chivo, el odiado y aclamado dictador de la República Dominicana, el endiosado y respetado, pero un hombre al fin y al cabo, con líos familiares y un problema prostático que le auguraba su pronta caída.
Una historia que se contará desde muchos de esos personajes, pero que nunca se tornará repetitiva, y un narrador que dialoga con cada uno de ellos, que los celebra o cuestiona como juez moral, y que a la vez anuncia que la fiesta se acaba. Pero, seré sincero, la variedad de personajes, la forma en que se relacionan y su independencia, además de la gran calidad de la narración, dan para empezar una fiesta, tal vez no una de gala o de alegrías varias, pero una fiesta al fin y al cabo.
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