Masacre de Columbine

Sí, cómo no, ¡festival Liàre! ¡Llévese tres relatos del ilustre escritor por cincuentamil dólares!
Bien, esto es una ficción sobre los hechos ocurridos en la masacre de columbine, no seguí textualmente el artículo de wikipedia, muy bueno, por cierto, (revisé el de inglés) porque me daba fastidio... 
Y quería hacerlo un poco a mí manera, no quería forzar los hechos, después de todo...
ES UNA FICCIÓN. Pude haber hecho un relato sobre un Gato en el Planeta Gato inspirado en esto, pero no se me ocurrió.

 Masacre de Columbine

Eric Harris miró su pistola bajo su escritorio, una sonrisa se abrió de oreja a oreja. Tenía poder. Era más poderoso que cualquiera en su instituto. Todos, todos los que habían osado meterse con él, gusanos inferiores, caerían bajo las balas de su arma. Sería famoso. ¿Qué más podía desear en este mundo?
Entonces, mientras se maravillaba con la escena en su cabeza, recordó sus caras y no hubo más que rabia, rabia que nacía desde lo más profundo de su corazón. ¿Qué se creían ellos? Molestándolo a él, no eran más que imbéciles. Estúpidos que no sabrían qué hacer con sus vidas sin alguien inteligente que les orientara. La vida no es justa, no es para nada justa, pensaba. ¿Por qué las chicas prefieren a esos monos, que lo único que hacen es ejercitarse, sobre él? Eran putas, tan putas como estúpidos eran los chimpancés esos. Es más, llamarlos chimpancés ya era un insulto para los chimpancés.
Lo llenaba tanto de rabia…
Se puso a escribir su diario, la rabia fluía por su lápiz podía decir lo que pensaba sin represalias… ¿Qué pensaría la gente a la que engañaba a diario si se enteraban de lo que pensaba realmente de ellos? Sin lugar a dudas se sentirían ofendidos.
Dylan en ese momento estaba viendo una película de ciencia ficción, eso siempre le relajaba. Ya que Eric le había dicho que estaría ocupado había hecho un maratón de películas independientes. Algunas no eran tan buenas, pero valían la pena. Lo que Dylan no sabía es que Harris estaba buscando material para su gran golpe, planeaba poner bombas en la cafetería a la hora con más tráfico.
Dylan no era muy diferente que Harris, si había una distinción principal es que el primero carecía de carácter, era débil. Su amigo, en cambio, tenía una personalidad más fuerte, era decidido, sin quererlo había marcado para siempre a Dylan, que tenía constantes pensamientos sobre el suicidio… ¿De qué vale vivir una vida de sufrimiento? ¿Dónde nadie reconoce tus méritos? Ni sus padres, ni sus amigos, nadie. Todos se burlaban de ellos.
Dylan dio un pequeño golpe en el sofá, se regocijó al tener en su mente el día de la matanza.
Se la pasarían de bomba.

Dylan se sintió excitado el día marcado en su calendario como el 20 de abril. Sintió un gran alivio al saber que el día finalmente había llegado. Las armas las tenía Harris, habían practicado con unos amigos hace unos días. No fallarían ni un tiro… el dolor en las muñecas sería una cosa secundaria. Todos sufrirían, morirían, rellenarían sus pútridos cuerpos de balas y escupirían, se reirían y burlarían de ellos, de sus expresiones cobardes, de todo.
Por otro lado, Eric sentía que el día del pago por fin sería cumplido. Lo veía más como un trabajo, como un deber que debía realizar, debía limpiar el mundo. Si él no lo hacía, nadie más lo haría, tenía encarnada la idea un tanto ilusa de que hacía un favor al mundo. Lo tenía todo planeado, tenía incluso un pequeño mapa de la zona donde colocarían las bombas, el momento en el que las colocarían. Sería Dylan el que las pondría, por supuesto. Él no tenía porque ensuciar sus manos tan pronto.
Se encontraron en las afueras del instituto. Los dos sonrieron pícaramente.
— ¿Listo para el gran día? ¿¡Para verlos caer como en los juegos!? — El entusiasmo de Dylan era evidente, su gabardina negra cubriendo su cuerpo. Se sentía un héroe de una película.
— Bien dicho, hombre, caerán como mosquitos. — Chocaron sus manos en señal de su amistad… y el ambiente se tornó un poco serio, como si el ineludible destino les recordará que tenían que hacer algo—: Colocaremos las bombas minutos antes de la hora de mayor tráfico… Luego, simplemente esperaremos, miraremos desde lejos…  cada uno en su coche y ¡boom! La señal será la explosión…
— Todos intentarán escapar por la puerta principal, y ¡ahí será donde caerán!
— Exacto… exacto.
— Las armas están en la parte de atrás del carro, acompáñame.
Los dos, caminando con sus largas gabardinas negras, se veían como grandes idiotas, era otra razón para molestarlos. Para ellos dos era diferente, las gabardinas que los cubrían los hacían sentir como dignos de cometer una venganza. Les daban el componente psicológico que les “permitía” ser los héroes de la película que filmaban en sus mentes. No sería muy diferente a matar aliens o zombis, era exactamente lo mismo. Ellos sufrirían por lo que habían hecho sufrir a los débiles. Serían víctimas de quienes eran los más fuertes ahora.
“Quien ríe de último ríe mejor” Pensó Eric en el camino.
Sacaron las armas del carro, Harris usaría una carabina 9mm, Dylan una TEC-9, ambas armas mortales. Las escondieron bajo sus gabardinas, no sin antes revisar si estaban aseguradas.
Pronto todo pagarían. El sol de la mañana se sentía repentinamente encantador, era una mañana encantadora para salpicar un poco de sangre por las paredes.
—Espabílate, recuerda que colocaremos las bombas, las meteremos en la papelera, recuerda. — Las sacó de la maletera, y luego señaló — Están ambas en bolsos de gimnasio, bombas de propano.
Colocaron las bombas minutos antes de que todo se llenara, se sentían como pequeños niños haciendo una jugarreta. Una pequeña gran jugarreta.  Ambos tuvieron la suerte de que la cinta de seguridad fuera cambiada justamente en el momento en que entraron. Los dioses sonreían a su favor.
Cada uno se dirigió por separado a sus carros, verían todo en primera fila.
Los minutos pasaron, las ansias crecían. La maldita bomba no explotaba. No explotaba…
Listo. No había explotado. Las bombas no habían explotado. Eric se sintió impotente, el sentimiento subió desde el estómago y se esparció por su pecho. No había logrado armar una simple bomba de propano, bien, morirían a manos de sus armas… Simple.

Eric se bajó de su carro decidido, se dirigía por la entrada oeste. Dylan, al verlo, se apresuró en alcanzarlo. La matanza comenzaría pronto, su amigo quiso preguntarle qué había sucedido con las bombas, pero conocía esa mirada de Eric, y Eric no era alguien muy amigable cuando estaba molesto… Para nada.
— ¡Vamos, vamos! — Gritó Harris.
Sacaron sus armas, tremendas armas, nadie hubiera creído que eran reales… ¿Esos capullos? Para nada.
El sonido de la carabina semi-automática retumbó el lugar, cuatro disparos. Un muerto, Dylan también disparó, bajo el fuerte sonido, la simple presión ejercida por su índice parecía magia. ¿Tan frágiles eran los humanos?
Dylan rió como desquiciado. Se sintió lleno de un sentimiento insano que le hacía sonreír, era hacer lo prohibido y que nadie te pudiera detener. Era como la venganza, era como sentir un dulce en tu boca. La dulce venganza.
Dylan levantó su arma una vez vio gravemente herido a todos, como sorprendido por lo que había hecho, como lleno de arrepentimiento, cualquiera hubiera creído que se sentía realmente triste. Nah, en realidad, todos estaban aterrorizados, si no fue la detonación de la bomba de propano la que los había alarmado, era algo, presumiblemente, mucho peor. Dos muertos, dos desquiciados con dos armas, un gran número de disparos. Dylan vio a todos los estudiantes saltando, corriendo. Eran insectos, de verdad que eran insectos, hasta ahora no se lo había creído. Lo veía todo claro. Eran superiores.
Eric estaba más serio, le llenaba de júbilo matarlos pero tenía una lista de objetivos, no podía caer ante el entusiasmo. 

— Mira como huyen, ¡oigan, gusanos! ¿Por qué no se acercan a nosotros  y pelean? ¡Ya no son tan valientes! ¡Ya no!
Una ráfaga de disparos salió de su arma automática. Era magia, verdaderamente era magia. Una pequeña presión en su dedo y… ¡los tambores de la muerte resonaban! El doble pedal de la muerte. Exquisito.
Una vez la diversión huyó de la cafetería, caminaron por los pasillos tranquilamente. Una profesora se acercó a ellos, a sus espaldas, vio que llevaban armas, les intentó preguntar algo pero…
El disparó en su hombro la sacó de sí, cayó al suelo, estuvo por un minuto en shock. Luego se encerraría en la sala de computación con algunos alumnos, llamando al 911.
El ayudante del sheriff se acercó tan rápido como pudo cuando vio el rebullicio que se estaba formando. Eran Eric y Dylan, apuntando a un estudiante ya herido, dio varios disparos para distraerlos. El estudiante corrió despavorido.
La mala suerte tiró los dados, las balas del ayudante de sheriff se acabaron.
— ¡Código 33! ¡Código 33! — Necesitaba refuerzos, también necesitaba salir como un cohete.
Para cuando se dio cuenta, los perpetradores ya no estaban allí, se sintió aliviado.
Pasaron por la cafetería de nuevo, tiraron bombas molotov. Dylan seguía riendo como imbécil, Eric buscaba a los que formaban parte de los equipos de deportes… Entró en la cocina de la cafetería, otra molotov más.
— ¿Dónde están hijos de puta? ¡Salgan de una vez!
Eric estaba lleno de cólera.
Los pasillos estaban vacíos, todo se veía desierto, oías murmullos. Jugaban a policías y ladrones, jugaban al escondite y eso excitaba un poco el ánimo.
Las ráfagas de disparos, las sorpresivas bombas molotov. Un hermoso espectáculo, eso, seguramente, le enseñaría al mundo lo superiores que eran, pero… las bombas de propano no habían explotado. Un pequeño error que seguía molestando la conciencia del irascible Eric.
Entraron en la biblioteca. Estudiantes, presas.
Ráfagas de disparos, insultos, gritos. Muerte…
Eric salió disparado de la biblioteca, siguió caminando por los pasillos, Dylan estaba excitado hacía constantes bromas sobre lo que sucedía, sobre lo deprimentes que eran.
— ¡¿Están escondidos en el baño, maricas?! — Gritó Harris—, no importa lo que hagan, de igual forma morirán, cobardes.
Pero pasaron de largo, el tiempo pasaba, cada vez era más difícil conseguir victimas.
Una insondable determinación había rodeado a ambos, como si el remordimiento hubiera tomado parte de ellos, como si la lógica les dijera que ya no había vuelta atrás. Estaban rodeados, ya había ocurrido un pequeño intercambio de disparos con un oficial.
Estaban atrapados, la lección estaba tomada. Eso pensó Harris.
Fueron a la biblioteca de nuevo, y, tal como todo estaba orquestado, Eric gritó:
— Uno, dos… ¡Tres!
Dos detonaciones, la carabina le voló la cabeza a Eric… La Tec-9 la sien a Dylan. Todo estaba hecho, el mensaje estaba dicho. La venganza cumplida, el terror seguía latente.



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