¡Hola a todos! Esta vez no me encuentro indispuesto, asi que pude publicar hoy día. Me verán más seguido a medida que me acostumbre. Ahora, a lo nuestro. La ficción del día trata sobre el evento ocurrido un día como hoy, en el cual miembros de las SA fueron purgados por orden directa del hasta ese entonces Canciller de Alemania ( en alemán Reichskanzler), Adolf Hitler. Que lo disfruten.
Pico rojo del Colibrí.
En
uno de los camiones porta tropas de las SS, dos de sus miembros aprovechaban el
momento para conversar en voz muy baja.
-
Heller, Heller – Roht golpeó levemente con el codo a su compañero, para que le
hiciera caso, ya que este miraba con
seriedad las calles de Múnich.
-
¿Qué quieres? Bien sabes que no estamos
para chácharas ahora. – le respondió sin dirigirle la mirada.
-
Vamos, Heller, aún quedan algunos minutos para llegar al Hotel
Hanselbauer. Quiero discutir algo muy brevemente sobre “Kolibri”.
- ¿Algo no te ha quedado en claro? – Heller miró
condescendiente a Roht – Deberías volver a tus orígenes, a la granja.
- Déjate de bromas, Heller. – Roht quiso reírse, pero al mirar
la seriedad del resto de sus compañeros, se limitó a arquear sus labios levemente- Bien conoces
mis habilidades. Tanto tú, yo y el resto de compañeros aquí presentes, somos
soldados de élite, que sirve con plena lealtad al Reichskanzler.
- No es necesario mencionarme lo obvio. Tu
eficacia en el campo de batalla compensa tu falta de cerebro. Pero el
cuestionar tu inteligencia no es el tema a tratar.
- “Kolibri” – Roht volvió a pronunciar esa
palabra, con un significado totalmente distinto para ellos –. Ha llegado por
fin la hora de acabar con esos inútiles de las Sturmabteilung.
- No hay peor cosa que ellos, soldados holgazanes y faltos de disciplina.
Borrachos pendencieros.
- Pero todos sus privilegios acabarán hoy.
- Eso, ¿Tú crees
que realmente que sus subordinados no intentarán hacer algo? Röhm es muy
querido por todos ellos.
- No
tengo muy en claro los detalles, pero es muy probable que se le acuse de traición. Rohm tiene mucho poder, y ha tenido problemas con la Reichswehr recientemente. Y hay algo lo cual aclarar, esta posibilidad
no es descabellada.
- Aun así,
Rohm es alguien muy importante. Claro, sus últimas acciones están
causando desestabilización en el partido.
Pero…
- Basta –
respondió Heller, cortante - .
Los soldados no hacen preguntas. Los soldados obedecen.
Roht no dijo nada y ambos quedaron en
silencio por el resto del camino, para el cual faltaban tan sólo 5 minutos.
Anteriormente, los miembros de las SS se
habían dividido en dos grupos; el primero se dirigió al hotel junto con Hitler,
en el cual se reunían Rohm y algunos de la élite de las SA. El otro grupo se
fue a arrestar al resto de miembros, los cuales llegarían pronto en tren para
reunirse con los primeros.
Adolf Hitler fue el primero en bajar.
Algunos segundos después, el resto de miembros de las SS y algunos policías más
descendieron y rodearon el perímetro con rapidez. El Reichskanzler era el que dirigía la marcha, mientras se
dirigían al punto de encuentro. Roht y Heller se encontraban justo detrás de
él, portando sus armas reglamentarias.
Mientras tanto, Ernst Röhm, ignorante
de su destino, bebía junto con su seguridad y un par de detectives. Su
conversación no tiene relevancia en este momento, podrían haber estado
conversando de cualquier cosa, hasta que la puerta se abrió repentinamente, de
golpe.
- Ernst
Röhm – dijo el propio Hitler, apuntando con su arma - quedas arrestado por conspiración contra el
gobierno alemán.
-
¡Que demonios estás…! – Ernst no pudo completar la frase, los miembros de las
SS se había desplegado, apuntando a todos los presentes.
Los
miembros de las Schutzstaffel se apresuraron a esposar a los
presentes, mientras que el propio Hitler hacía lo mismo con Rohm, el cual
permanecía en silencio.
Adolf
hizo señas a Roht y Heller, quienes vigilaban
la puerta, a que acompañaran al resto a arrestar a los SA faltantes. Previo
saludo, ambos ascendieron un piso más y
se colocaron frente a la puerta de la tercera habitación más cercana a las escaleras. En las otras ya habían compañeros suyos inspeccionando y
arrestando a cualquier sospechoso. Con señas, Heller indicó a Roht que lo
cubriera mientras él forzaba la puerta. El segundo retrocedió mientras apuntaba
con su arma la puerta. Heller intentó girar la manija, pero estaba cerrada,
para lo cual decidió forzar su apertura.
De una fuerte patada logró abrirla y ambos ingresaron.
Lo
que encontraron allí les causó sorpresa e indignación. Edmund
Heines yacía en la cama junto con un joven, ambos totalmente desnudos. Heller quería dispararles en ese mismo
momento, pero adelantándose a su compañero, Roht bramó:
-
¡Heines! ¡Sucio bastardo homosexual!
Tanto Heines como su compañero intentaron cubrirse con las sábanas mientras se ponían de pie. Mientras tanto, un tercer soldado que escuchó aquello, corrió vertiginosamente para avisarle a Hitler y compañía. El Reichskanzler subió acompañado de Erich Kempka, su chofer. Ambos ingresaron a la habitación y miraron con desagrado la escena. Adolf se limitó a ordenar:
- ¡Mátenlos!
El joven acompañante cerró los ojos.
Heines se limitó a mirar desafiante a
sus ejecutores. Heller y Roht dirigieron los primeros disparos hacia la cabeza.
Mientras la sangre brotaba de sus cráneos,
dispararon algunas balas más en el torso, hasta que los cuerpos cayeron
en sus propios charcos de sangre. Las sábanas con las cuales se intentaron
cubrir, se tiñeron de rojo. Pequeñas gotas carmesí podían visualizarse por la
mitad de la habitación. Hitler, satisfecho por el acto, se retiró del lugar
junto a su chofer.
Heller escupió en el cadáver de Heines,
mientras Roht sonreía. Este último dijo finalmente:
- Se acabaron los libertinajes. Ahora todo
será diferente. Todo.