De su querido sobrino.
NOCAUT TÉCNICO
“Esta no es la forma
en la que debe acabar…” Dijo el locutor
de la última pelea de Ali, para intentar ganar un último título en los Pesos
pesados, un cuarto título sin precedentes.
No era la manera
correcta de acabar una casi impoluta carrera de un héroe que se convertía en
leyenda. Ya no era lo mismo, Muhammad ya no era lo mismo. Todavía estaba su
carisma, sus siempre presumidas declaraciones, pero al Ali que se veía, ese no
era al que todos habían pagado para ver ganar su cuarto título. No era él.
Pop-art de Muhammad Ali |
Se le veía pequeño en
el ring, casi un novato, pero era todo lo contrario, era casi un anciano para
lo que era el boxeo. Sus reflejos no podían durar para siempre, su juego de
pies, preciso baile, no podía poseer para siempre esa agilidad. La de aquel
gigante que peleaba de forma tan poco ortodoxa, que había dejado de lado una
impenetrable defensa por la agilidad y su esquivo juego de pies, aquel que
podía dominar por diez rounds y seguir luchando, porque esa era su táctica,
estabas en su casa, siendo sedado, poco a poco, por sus golpes, hasta que tus
pies ya no dieran más, ése era el estilo del Grande. Siempre controlando los
tiempos de una pelea que podía parecer casi infinita.
Y, en contraparte,
casi parecía ayer cuando, dominando a un Terrell que le había llamado Clay, le
preguntaba, seguro de su victoria:
“¿Cuál es mi nombre, Tío
Tom, eh? ¿Cuál es mi nombre?”
Una demostración de su
poderío sobre el rin, descrito por algunos como “Una maravillosa demostración
de habilidad en el boxeo y una barbárica exposición de crueldad.” ¿Qué mejor
manera de describirlo? Cuando alargó el sufrimiento de aquel Terrell por 15
rondas, de las que su contrincante solo ganó 2.
Ahí está Clay, el que
alguna vez fue un novato, contra las cuerdas. Escuchando su nombre vitoreado
por cientos de personas, pero no puede seguir, contra las cuerdas, su inútil
intento por seguir peleando es todo menos apreciable.
“¿Puedes seguir, Ali?
¿Puedes seguir?” Pregunta su entrenador, pero sabe cuál es la respuesta, y
aunque su ojo izquierdo está todo lo cerrado que podría estar, y el derecho con
esfuerzo logra ver algo, su voluntad no le puede dejar caer así.
“¿Puedes seguir, Ali?”
Una pregunta casi sinsentido, por la personalidad de Ali, pero su entrenador se
preocupa por él, por su orgullo, tal vez tan acabado como él.
Ali ya no es más que
un saco de boxeo, a las manos de un Larry Holmes imparable, que, a esperas de
que declaren ganador, sigue golpeando, porque hasta que no caiga el castillo,
el peligro está inminente.
Y Ali, o quien fue
Clay, todavía quiere pelear, incluso luego del décimo round, arrinconado muerto
bajo su propia arma: El nocaut técnico.
Fotografía de su última pelea |
Muhammad no podía
durar para siempre, su entrenador lo sabía, y lo sabía mejor que él. En su
estado, no podía dejarlo pelear, al que estaba siendo apoyado con todas las de
perder; al que cayó en su último intento de ganar el campeonato como no debe
caer jamás un héroe. Porque una leyenda no debería caer así, de forma tan avasalladora,
no debería ser aplastada y empujada contra las cuerdas. Un héroe tendría que
irse entre vítores.
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