Un día como hoy, Jack El Destripador asesinaba a su presunta primera víctima. Jack ha pasado a la historia por ser un caso "enigmático" para la época. Hubo muchos misterios alrededor de sus asesinatos, varias cartas falsas y ningún sospechoso concluyente. Aquí dejamos una ficción sobre Jack y su primer asesinato, el de Mary Ann.
Vi sus ojos ya carentes de vida, faltos de expresión. Una marea terrible y vertiginosa consumía mi interior cada vez que la veía. Me recordaba a ELLA. No lo soportaba. Era revivir el momento, mi infancia, mi vida. Era verla a ella con vida de nuevo. Y cuando pensaba en ella con vida todo era una tormenta feroz y cruel. Era un león esperando a su víctima en el acecho, a sabiendas de que tendrá su comida y la disfrutará. Pero no solo era eso, era también amor, era un amor sucio. ¡Y BIEN QUE LO SABÍA!
No lo podía concebir.
Ese amor sucio. Maltrecho.
Ese amor que me consumía y me incitaba a más.
Era demasiado para mí.
Demasiado.
Describir ese amor era formar la guerra en mi cabeza, era citar a una legión de demonios que me atormentaban por el pecado.
…Por otra parte, era amor... y lo disfrutaba. No podía dejar de disfrutarlo, no podía dejar de llenarme en el preciso momento en que la sangre, roja, espesa, salía. Desprendía amor, me recompensaban de alguna manera hermosa y metafórica por su muerte. Porque ellas sabían lo horribles que eran para mí y para todos. Ellas lo sabían.
Lo sabían desde el momento en que me miraban sonreír, de esa manera tan encantadora tan de confiar. Lo sabían cuando con mis modos amables las trataba con cariño. Y no lo soportaba, no lo soportaba para nada. Saber que ellas lo sabían y que provocaban mi sufrimiento deliberadamente. Era algo espantoso.
Soñaba con ellas, riéndose, hundiéndose bajo el placer, bajo su maquillaje, bajo sus peinados, bajo su suciedad. Cuando sucedía eso y los pensamientos venían a mí fugaces, destronadores de cualquier otra cosa, imperiosos a la hora de gobernarme, sufría. Sufría mucho. No podía dormir noches enteras, lo que me forzaba a verla, a tocarlas, a sentir sus miradas, a oler sus sonrisas y oír sus perfumes, baratos. Era insoportable. Era algo que me destruía completamente por dentro. Era un pecado peor que el que cometo ahora.
Desde el momento en que la vi, en la que vi sus ojos, tan parecidos a ellos, su color, su forma... Todo de ella era parecido, Mary Ann. Una sucia prostituta, pero te veo y la animadversión desaparece. Me siento sosegado, la tormenta ya no es tormenta, es un mar hermoso que refleja a la luna. Es un mar hermoso y oscuro, incapaz de perderse en una noche tan brillante.
Mi cuchillo perfora su carne demasiado blanda para mí. Es una sensación que ya he sentido antes. Pero no como ahora, no disfrutándolo tanto. Antes era un placer corto, que se extinguía en medio del apuro y el miedo. Se extinguía en medio de los pensamientos más horribles, de los castigos imposibles.
A ella la había observado el tiempo suficiente como para saber que estaría sola, siempre pasaba por acá. Este lugar sería mi pequeño santuario en esta ocasión, nadie vería nada, estaríamos solos en una intimidad pública...
Ella ES una intimidad pública. Su vida pende de eso.
Y ESO, es... es..
Atravesar su carne es una sensación que apacigua todo el odio, todo los recuerdos de ella. Es ahora como una virgen ella, con sus ojos ahora cerrados, que ya no me culpan de nada. Es algo casi hermoso.
Me hace recordar todos los momentos que he pasado con ella, antes tan sucia, tan fea. Sus sonrisas pícaras, ahora se me antojan de ridículas. Ahora sí es hermosa, ahora puedo enorgullecerme de esto.
Puedo pensar con más claridad, ver a esa mujer impúdica con la que pasé mi niñez y reírme en su cara.
Matarla, despreciarla, hacer realidad todo lo que no pude cuando era demasiado joven. Ahora ella está muerta, enterrada. Ahora son otras ella las que me atormentan, como si supieran quién soy, como juzgándome, como dejándome desnudo, como desmembrándome y haciéndome suya.
Qué risa, qué graciosa e insustancial es la vida. Pensar que cae por un corte, que se escandaliza por el derramamiento de sangre, que derrumba por su ausencia. Pensar que sus ojos pierden todo el poder cuando la vida se esfuma, que sus caras se vuelven repentinamente hermosas, como llenas de paz, al fin liberadas.
— Ya me tengo que ir, querida...
"Ella"
Vi sus ojos ya carentes de vida, faltos de expresión. Una marea terrible y vertiginosa consumía mi interior cada vez que la veía. Me recordaba a ELLA. No lo soportaba. Era revivir el momento, mi infancia, mi vida. Era verla a ella con vida de nuevo. Y cuando pensaba en ella con vida todo era una tormenta feroz y cruel. Era un león esperando a su víctima en el acecho, a sabiendas de que tendrá su comida y la disfrutará. Pero no solo era eso, era también amor, era un amor sucio. ¡Y BIEN QUE LO SABÍA!
No lo podía concebir.
Ese amor sucio. Maltrecho.
Ese amor que me consumía y me incitaba a más.
Era demasiado para mí.
Describir ese amor era formar la guerra en mi cabeza, era citar a una legión de demonios que me atormentaban por el pecado.
…Por otra parte, era amor... y lo disfrutaba. No podía dejar de disfrutarlo, no podía dejar de llenarme en el preciso momento en que la sangre, roja, espesa, salía. Desprendía amor, me recompensaban de alguna manera hermosa y metafórica por su muerte. Porque ellas sabían lo horribles que eran para mí y para todos. Ellas lo sabían.
Lo sabían desde el momento en que me miraban sonreír, de esa manera tan encantadora tan de confiar. Lo sabían cuando con mis modos amables las trataba con cariño. Y no lo soportaba, no lo soportaba para nada. Saber que ellas lo sabían y que provocaban mi sufrimiento deliberadamente. Era algo espantoso.
Soñaba con ellas, riéndose, hundiéndose bajo el placer, bajo su maquillaje, bajo sus peinados, bajo su suciedad. Cuando sucedía eso y los pensamientos venían a mí fugaces, destronadores de cualquier otra cosa, imperiosos a la hora de gobernarme, sufría. Sufría mucho. No podía dormir noches enteras, lo que me forzaba a verla, a tocarlas, a sentir sus miradas, a oler sus sonrisas y oír sus perfumes, baratos. Era insoportable. Era algo que me destruía completamente por dentro. Era un pecado peor que el que cometo ahora.
Desde el momento en que la vi, en la que vi sus ojos, tan parecidos a ellos, su color, su forma... Todo de ella era parecido, Mary Ann. Una sucia prostituta, pero te veo y la animadversión desaparece. Me siento sosegado, la tormenta ya no es tormenta, es un mar hermoso que refleja a la luna. Es un mar hermoso y oscuro, incapaz de perderse en una noche tan brillante.
Mi cuchillo perfora su carne demasiado blanda para mí. Es una sensación que ya he sentido antes. Pero no como ahora, no disfrutándolo tanto. Antes era un placer corto, que se extinguía en medio del apuro y el miedo. Se extinguía en medio de los pensamientos más horribles, de los castigos imposibles.
A ella la había observado el tiempo suficiente como para saber que estaría sola, siempre pasaba por acá. Este lugar sería mi pequeño santuario en esta ocasión, nadie vería nada, estaríamos solos en una intimidad pública...
Ella ES una intimidad pública. Su vida pende de eso.
Y ESO, es... es..
Atravesar su carne es una sensación que apacigua todo el odio, todo los recuerdos de ella. Es ahora como una virgen ella, con sus ojos ahora cerrados, que ya no me culpan de nada. Es algo casi hermoso.
Me hace recordar todos los momentos que he pasado con ella, antes tan sucia, tan fea. Sus sonrisas pícaras, ahora se me antojan de ridículas. Ahora sí es hermosa, ahora puedo enorgullecerme de esto.
Puedo pensar con más claridad, ver a esa mujer impúdica con la que pasé mi niñez y reírme en su cara.
Matarla, despreciarla, hacer realidad todo lo que no pude cuando era demasiado joven. Ahora ella está muerta, enterrada. Ahora son otras ella las que me atormentan, como si supieran quién soy, como juzgándome, como dejándome desnudo, como desmembrándome y haciéndome suya.
Qué risa, qué graciosa e insustancial es la vida. Pensar que cae por un corte, que se escandaliza por el derramamiento de sangre, que derrumba por su ausencia. Pensar que sus ojos pierden todo el poder cuando la vida se esfuma, que sus caras se vuelven repentinamente hermosas, como llenas de paz, al fin liberadas.
— Ya me tengo que ir, querida...