Hola de nuevo. La ficción de hoy trata sobre un evento que marcó en las vidas de muchos peruanos. La mayoría de ellos tuvieron que cambiar su estilo de vida. Este suceso es recordado en el conciente colectivo como el "Fujishock". Y sigue siendo recordado hasta ahora.
“Que Dios nos ayude”
Cuando recuerdo esa frase
final de Hurtado Miller en el mensaje a la nación , me pongo a pensar si
realmente Dios nos ayudará. Y, a pesar de todo, mucha gente le reza al santo de
su preferencia para salir de ésta. En mi casa mi esposa, mi suegra
y mi hija mayor rezan arrodilladas frente a una imagen del Señor de los Milagros.
-¡Levántense! – les
increpo. Necesitamos soluciones, no milagros.
-Pero José… - me respondió mi suegra, indignada.
- ¡Usted cállese! Ya suficientes problemas tengo con mi familia, para
poder alimentar a dos bocas más.
-- ¡José! ¡No le grites a mi madre! – esta vez era mi esposa la que hablaba.
- ¡Tú tienes más hermanos,
pero todos son unos inútiles! ¡Por qué únicamente yo tengo que mantenerlos a
ustedes! ¡Soy hijo único y mis padres no me han pedido absolutamente nada para
ayudarlos! ¡Nada!
- José…
- ¡Al menos hagan algo productivo!
¡¿Por qué no han hecho la cola para comprar la leche?!
- Ayer fui y no alcancé a
comprarla – mi esposa bajó la cabeza, sabiendo que ese lácteo era vital para el
niño.
- ¡Mierda! ¡Al carajo con todos
ustedes! Me duele la cabeza. Desgraciadamente, tengo que ir a trabajar. Por un
sueldo de menor valor. Espero que a mi regreso, hayan hecho algo productivo y
no continúen rezando como zánganos. ¡La comida no cae del cielo, tienen que
buscarla!
El 8, hace un par de días,
tenía una pequeña bodega, como salida extra para mantener a mi esposa y dos
hijos. Mi trabajo no era malo. Claro, el éxito no me sonreía. El gobierno
anterior al “Chino” había sido un horrendo fracaso y todo el mundo lo sabe. El
país se encontraba en una de las más grandes crisis de nuestros tiempos. Sin
contar con los brotes de terrorismo, que incluso ahora acechan. Todo ese
contexto no me preocupaba, confiaba mucho en mi familia, e incluso en mis
propios vecinos.
Sí, estoy dando vueltas
para llegar al punto. No quiero recordar el momento en el cual se ven las
verdaderas caras. Pese al aviso del aumento de precios, yo veía como insulto
el colocar el nuevo precio en mi tienda. Así que en aquella noche lo
había decidido, los productos costarían igual.
Me desperté escuchando
algunos golpes en mi puerta. Al salir afuera, una multitud me rodeó, pidiéndome
que le vendiera productos a precios más baratos. Intenté calmarlos, pero no lo logré. La gente se desesperaba, empujándose entre sí. Llegaron al extremo de robarse mi mercadería.
Ayer también se acercaron
muchas personas a intentar conseguir algo en mi tienda. Cuando les dije que no
tenía siquiera una caja de fósforos, se enfurecieron e iniciaron otra
pelea, en la cual me vi involucrado sin querer. Entraron por la fuerza a
mi casa y al no ver nada, se fueron. Con golpes en el rostro, entré a mi casa
para revisar que todo continuase en orden. Mi familia no había sufrido daños.
Unas horas más tarde, llegaron los padres de mi mujer, con los cuales acabo de
discutir. Vaya familia la de mi mujer. Ninguno de sus hermanos quieren
ayudarlos, encima me lanzan con todo el paquete a mí, ¡a mí!
¡Ya! Hoy es hoy. No
me importa nada más. Sólo me molesta que algunas personas sean tan descaradas
como querer ser mantenidos. Viejos o no, deben ayudar al menos en algo en la
casa, vender algo ¡No sé! ¡Que me ayuden! ¡Que sean conscientes!
Dejé todos esos
pensamientos mientras caminaba hacia el paradero. Crisis o no, trabajo es
trabajo. El paradero se encontraba a escasos metros de un mercado. Era un lugar
muy concurrido. La gente tomaba sus buses hacia diversas partes de la capital.
Era muy normal ver a tanta gente esperando a estas horas. Lo diferente era la
larga cola. Se extendía por dos cuadras. Incluso pagaban dinero para “colarse”
en la fila. Hasta que sucedió. Vi a tres jóvenes con los rostros cubiertos
correr e intentar trepar por uno de los muros. Sus intenciones eran cualquier
cosa, menos honestas. Miré con desagrado el acontecimiento.
Muchos se dieron cuenta de
los vándalos y comenzaron a gritar. Otros, intentaron hacer lo mismo
trepando el muro. La gente rompió la larga fila e intentó entrar por la
fuerza en el mercado. Los propietarios, al darse cuenta, intentaron cerrar la
puerta. Era inútil. La fuerza de los consumidores era mayor y la
puerta cedió. No pudieron hacer nada.
Tanto yo, como otros tantos
que esperaban en el paradero, se confundieron con el tumulto. Nada bueno
saldría de esto. Corría peligro. No tardaron en aparecer las fuerzas armadas a
restablecer el orden. Dispararon al aire, a lo cual controló a la mayoría
de las personas. Pero algunos hicieron caso omiso a la advertencia. Un militar
disparó sin dudar en una de las piernas a un hombre calvo y de baja
estatura, el cual cargaba a duras penas, medio costal de arroz. El herido
cayó.
- Mis hijos tienen hambre… necesito… llevarles…algo. – pronunciaba con la
voz entrecortada, mientras sujetaba su botín.
Más personal militar se
acercó y forcejeó con él. Otro apareció detrás suyo y me esposó. Demonios, sólo
quería ir a trabajar y me terminan arrestando.
- Oiga, yo no hice nada – reclamé.
No recibí respuesta.
Terminé muy jodido el día de hoy. Ahora debo averiguar cómo salir de aquí, o mi
familia no come. Y así como estamos, lo que nos queda es rogar a Dios, a ver si
se acuerda de nosotros. Si, que dios nos ayude.
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