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"La paz de los que han sido llamados los Olímpicos
Serenos se rompió hoy justo antes del amanecer, alrededor de las 5 de la
mañana, cuando terroristas árabes armados con metralletas y rostros ennegrecidos,
saltaron la valla, se dirigieron al pabellón del equipo israelí e
inmediatamente mataron a un hombre. Ellos tienen 14 rehenes desde entonces y el
último reporte es que uno más ha sido asesinado" - Cobertura de los Juegos Olímpicos. ABC. 5 de
Septiembre de 1972.
La habitación olía a sudor y
sangre. Era de esperarse, después de todo, eran más de diez personas en un solo
lugar. Ocho a la expectativa, mirando a cada momento el televisor, escuchando
cada palabra que se decía sobre lo “trágico” que resultaba un evento de esa
naturaleza, atentos a la transmisión, no sabían cómo —y tal vez ni les
importaba—, del exterior del edificio en el que se encontraban. Por momentos
alguno explotaba en ira, pero Issa, el líder, era quien debía negociar el
rescate. Su sombrero blanco era ya reconocido por todos en el mundo a escasas
horas de iniciada la operación. Debían considerar que estaban teniendo éxito,
al menos por ahora. Alzaban sus voces y eran escuchados. Bien, pues, era un
momento decisivo, debían lograr también que aceptaran sus demandas.
Ocho a la expectativa,
sudaban por el miedo a fracasar repentinamente, se levantaban, daban vueltas,
corrían un poco la cortina para mirar afuera sin ser vistos, agarraban sus
armas con fuerza y se estresaban cuando el sudor se los impedía. Se estresaban
cuando chocaban torpemente con el cadáver a menos de dos metros de donde se
juntaban a ver la televisión, o cuando se daban cuenta del molesto silencio que
guardaban sus rehenes, quienes también sudaban, temerosos por sus vidas, pero
que no podían evitar, de vez en cuando, mirarlos profundamente a los ojos,
recordándoles que, antes que israelíes, eran seres humanos. Soportaban, al
mismo tiempo que el miedo, o tal vez a causa de éste, la pena por la muerte de
dos compañeros suyos. Romano era el cadáver tirado más allá, bañado en sangre.
El entrenador Weinberg había corrido la misma suerte.
Los Juegos Olímpicos habían sido suspendidos. Nadie movería un dedo hasta recuperar a los atletas. En televisión, vieron cómo un grupo se acercaba al edificio para ejecutar un plan de rescate. Tenían posiciones estratégicas y cada uno portaba también un arma. Los rodearían y podrían salvarlos a todos. Esa era la expectativa, nunca se permitirían negociar 9 vidas con la libertad de más de 200 presos palestinos. La hazaña podría haber iluminado los rostros de los rehenes, pero los hizo temer aún más. Tanto ellos como sus captores podían ver lo que sucedía allá afuera, era absurdo que pudieran tener éxito. Era absurdo que tuvieran tanto cuidado con ser vistos, cuando una cámara transmitía sus acciones directamente al enemigo.
Todos supieron de qué se
trataba, supieron que postergar la muerte de los rehenes había sido en vano,
que los habían engañado al decirles que Israel accedía a su pedido. Habían
esperado demasiado de una nación a la que despreciaban. Issa debería levantarse
una vez más, salir de la habitación sin tropezar con el cadáver de Romano y
mostrar su sombrero blanco al mundo, decir que lo habían visto todo, y que ya
no querían más negociaciones. Debían irse pronto.
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Después de esto, piden un avión para volar a Egipto con los rehenes. Se planea un nuevo rescate en un aeropuerto, pero todos resultan muertos. Al día siguiente, los Juegos se reanudan. Si no lo incluí es porque quería centrar el relato solo en el momento en que deciden irse. Si les interesa el tema, pueden ver "Munich", de Steven Spielberg, sobre las consecuencias de este evento (Operación encubierta Ira de Dios). Y los documentales "One day on September" de Kevin MacDonald, y "Segundos Catastróficos: Crisis de los rehenes de Munich" de la NatGeo. También hay un documental por History Channel, estrenado hace poco, con los sobrevivientes, pero no lo vi completo.
Es todo. Gracias por leer, y disculpen la demora.
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