La ilusión del perverso

¡Y aquí estoy! Eh, esperen, creo que no me esperaban. Da igual. Hoy es el día en el que murió Edgar Allan Poe, conocido por ser el "Padre" de los relatos policíacos y macabros. Un gran exponente creador de relatos y poemas que brilló por su oscuridad.


La ilusión del perverso


Siempre solía levantarme a las diez de la mañana con trece minutos. Era parte de mis rutinas programadas. Parte de ello formaba fingir el sueño por tres horas, hasta que el reloj despertador sonara exactamente tres veces. Solo entonces proseguía con mi vida. Era mi hábito más persistente, formaba parte de algo inequívoco en mí, algo ineluctable que resurgía casi con una furia férrea.
No había otro modo de que pudiera vivir los agotamientos de la vida, no había otra forma que complaciera mi sed de ficción, mis ansias de vivir otra vida. Y puede que sea producto de mi puerilidad, puede que simplemente fuera parte de un mecanismo formado por Él. No podía hacer nada para evitarlo, aunque el cinismo de mi vida fuera un abotarramiento de inconsciencia. Mi vida era una sed permanente que solo se saciaba con los desvaríos más insanos.

En mi vida he sufrido mucho, cuando apenas era consciente, cuando un lustro de mi vida paseaba jovial por mi vida llenándome de ilusiones y amor, mi querido perro, fiel compañero desde mi nacimiento, murió atropellado en frente de mí. Creí escuchar una risa mientras el camión se alejaba. Mi perro temblaba pobre y agonizante. Oí el graznido de un cuervo y tal vez empezó a llover en ese momento en el que sus ojos iban perdiendo la vida, en los que sus sentidos se perdían y su alma se esfumaba. Pero tardaba demasiado. En un acto de pura inocencia quise terminar su sufrimiento, busqué en mis alrededores algo con que acabarlo. Pronto conseguí algo con que terminar su vida, ahora hecha un llanto, un quejido permanente. ¿Qué pudo decir de su patética muerte? Si mi propia desgracia se veía seguramente en mi cara distorsionada por el sufrimiento, si las lágrimas saladas y la mucosidad volvía mi cara un circo para aquel desgraciado que creó a este monstruo. En sus momentos finales el cuervo rió, cuando golpee con fuerza la cabeza de mi perro. El cuervo estaba ahí, vigilante de mi conversión, cómplice de mi heroico acto, pronto a dictarme mis pasos hacia la maldad.


Mis próximos diez años de vida serían un simple monólogo de la muerte. Mataba a cuanto animal divisaba, con el cuervo acompañándome, alabando con su solemne graznido, con su inmutable postura, con su sempiterna levita negra. No puedo decir más que él me juzgaba, luego de incitarme, de decirme que lo debía hacer, que debía hacerle el tributo a mi gran perro con la muerte de estos animales, me juzgaba cruelmente, me tiraba a los abismos de la miseria. No eran mis pensamientos propios de los de un joven, no eran los métodos que usaba propios de un inocente que había tenido el sino de encontrarse con Él... ¿pero qué podía hacer? Privado de la felicidad, condenado a convivir con la muerte.

Nada, él me lo había dicho, nada. Nunca más podría hacer algo más que matar. Claramente me dijo que la muerte en su expresión más profunda no era nada más la exposición de esta. Su forma más básica solo se llevaba acabo cuando esta se realizaba. La muerte tenía un significado más allá del mundano, más allá de la perdida del alma, del hundimiento de la consciencia en la nada. La muerte era también el sufrimiento en vida. La humillación. El desespero, la agonía... La muerte solo era una sinfonía completa cuando todas sus fases se cumplían, decía el cuervo con sus graznidos, con sus aleteos, con su postura. Era algo inefable.

Los próximos años de mi vida me limitaría a leer las más horribles obras, a aprender de los anteriores maestros de la destrucción. La tiranía de nerón, las cruzadas, las cacerías brujas, el bombardeo atómico, el holocausto judío, Chernobyl, etc. Todas ellas me enseñaron lo hermoso de la crueldad humana. La inherente tendencia que nos guía hacia la perversidad. La muerte no es el morir, pero aquellos genocidios eran su manifestación más grande. Eran desesperación, eran sufrimiento, humillación, agonía. La sinfonía recitada por aquellos maestros.

Eso ya es pasado quemado y deshecho por el tiempo. Y ahora, cuando mi corazón tiembla al saber lo que he hecho, el frío simplemente empeora mi condición, torciendo mis huesos y hundiendo mi consciencia en un sopor insoportable. Ahora, que siendo más de las 10:13 de la mañana, sigo acostado, inmóvil y formando parte del horrible circo de payasos tétricos; que siento la lengua de la muerte relamerme y saborear mi inmundicia; saborearme como el malhechor que viola, que disfruta del placer del dominio y del libido; del asesino que, también esclavo del poder, sacia su sed de sangre, su inigualable frialdad cortando el blando cuello y disfrutando el sabor a óxido de la sangre.  Ahora sus dientes me atraviesan, incrementando el frío mortal y derramando mi perversidad. Y Él se ríe, porque dichoso y poseedor de la eternidad, sabe que ha ganado y yo, completamente inferior, le concedo la victoria a ese ser espectral, a ese ser horrible de incontables cuernos, cuellos y cuerpos.

Ahora, que mi corazón tiembla y se siente débil, me doy cuenta de mi fatal error al asesinarla a ella, proveedora de vida y humanidad. Ahora que la inmovilidad me petrifica y me siento como en un ataúd. ¿O estoy en uno? Siento mi vulnerabilidad, me siento poseso por toda clase de seres. Seres pequeños e imprudentes que destrozan mi piel, que me inyectan sus venenos y ceden su vida a Él.

Y el cuervo grazna, porque ríe. Y ríe, porque sabe que mi muerte esta cerca, sabe que mi muerte es una simple ilusión, un simple teatro que al fin se cumple. Sabe, y muy bien, que la tragedia que he estado viviendo finalmente comienza. Y que, nunca más, lo recalca bien en la ventana, con su sonrisa  a punto de ser totalmente humana y acabar conmigo, que nunca más podré ser humano. Porque estoy podrido y, ¡maldición!, si no lo estoy, soy una burla, un simple excremento siendo títere de este gran maestro que ha estado adiestrándome para solo reírse un poco más de esta tragedia.

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