Mientras escribía la ficción de hoy, medité sobre el valor que tienen para algunos un objeto en particular. Eso se presenta en situaciones en las cuales dos bandos se enfrentan entre sí. Un día como hoy, tanto el ejército aliado (compuesto por peruanos y bolivianos) como ejército chileno se enfrentaron en Tarapacá. Muchos recuerdan esta fecha. Ahora les dejaré con el escrito.
Estandarte
Agua. Por varias horas había tenido la esperanza de probar
un poco de líquido vital, pero fue en vano. Y definitivamente, él no era el
único con ese pensamiento. La guerra nunca había sido un lugar alegre, pero no
tener provisiones afectaba directamente en el desempeño de los soldados. Sus
pasos eran lentos, sus mentes perturbadas. Sus superiores, al percatarse del estado de
sus subordinados, elaboraron un plan de emergencia. Y al enterarse de ello, los soldados extrajeron
la poca fuerza que les quedaba.
Su nombre lo había dejado junto con su familia, en Santiago.
Sólo le quedaba el apellido, Herrera, con el cual era llamado por sus
superiores y compañeros de su regimiento. ¡Agua! ¡Agua! No le importaba morir a
manos del enemigo. Lo que detestaba era morir sin ni siquiera haber luchando a
plena capacidad. Sostuvo su rifle con firmeza, pero notó desesperanzado que sus
manos temblaban levemente. Alejó los pensamientos negativos de su mente y se
enfocó en el presente. ¿Acaso se daría
el lujo de mostrar débil ante sus contrincantes? ¡Jamás!
Su regimiento, el 2° de
Línea junto con otros más, se dirigieron hacia el fondo de la quebrada, al
mando del Coronel Ramírez. El deseo de beber un poco de agua tendría que
esperar. Mientras tanto, bebería de su orgullo.
"El Estandarte" de Fernando Lavoz B. |
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El pequeño caserío de Tarapacá se encontraba controlado por
las fuerzas peruanas. Fernández tenía un poco de sed, así que decidió ir a
buscar un poco de agua. El líquido rosaba sus labios y recorría su garganta. Luego
de haber tomado un poco, sonrió y revisó su armamento. No había olvidado nada.
Revisó sus reflejos apuntando hacia un lugar aleatorio, y luego de unos
instantes, volvió a guardar el arma. Junto con él, muchos de sus compañeros se
encontraban listos para pelear.
No todas las batallas se buscan. Hay momentos en los cuales
se debe estar alerta ante cualquier ataque invasor. Y eran estos momentos de
espera, uno de los más difíciles. Ninguno de los presentes se atrevería a mencionar sus dudas o temores. No por ser
ridiculizado por el resto, sino por orgullo propio y por su país.
Un soldado ajeno a su grupo gritó desde afuera. Los chilenos
habían sido divisados por las cercanías. Toda la tensión desapareció en un instante.
Fernández y sus compañeros estuvieron listos desde siempre.
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El Regimiento 2° de Línea tenía el objetivo de ingresar a
sangre o fuego al poblado. La batalla era reñida, el sonido de los cañones eran
consecutivos. La desesperación y la sed volvieron a aparecer en la mente de
Herrera. Apuntó con su carabina, mordió sus labios resecos y disparó. Se golpeó en la cabeza.
Lentamente, lograban mejores posiciones, llegando al punto
de ingresar a la ciudad. Quizás no obtendrían la victoria, pero un poco de agua
les levantaría la moral. Herrera había
notado a uno de sus compañeros que portaba el estandarte de su mucho más
agitado y cansado que él. Mientras continuaba su avance hacia el pueblo, un
proyectil lo alcanzó, causándole la muerte.
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Muy cerca de allí, Fernández y sus compañeros respondían al
fuego chileno. Llenarían el lugar de su sangre y cadáveres, antes de
entregársela al enemigo y rendirse. Fernández contempló cómo uno de los
soldados rivales que portaba el estandarte caía hacia el piso. Nuevamente su
sonrisa se iluminó en el rostro. Como un ave de rapiña, no desperdiciaron la
oportunidad y aumentaron el ataque. La oportunidad de obtener el valioso objeto
se le había presentado.
Regimiento 2° de Línea Chileno, junto a su estandarte. |
Ni a Herrera ni a Fernández les importaba la familia, el fuego cruzado, las
necesidades básicas, el futuro. Era el estandarte lo único que anhelaban. Ambos fueron presurosos a su encuentro. Ambos
sabían lo que pretendía el rival. Ninguno retrocedería. No desenfundaron
ninguna arma. Ambos presionaron sus puños, planeando golpear con ellos a su
rival. No les interesaba si vivía o
moría. Necesitaban…
Ambos sintieron el tacto de la tela. ¿Por qué entonces,
sentían que habían fallado? ¿Por qué sentían que lentamente, el objeto tan
deseado les parecía tan lejano? ¿Por qué no podían moverse? Sus fuerzas los abandonaban, no por la sed ni
por la cobardía. Era la muerte. Pero ninguno de los dos soltó el estandarte.