Hoy, o mañana, o ayer...
Emm... Quiero decir...
Hola. Sí, hola.
¿Cómo estáis? Ok, ya, ya.
Masacre de My Lai, ¿qué de ella? Una bonita, linda, cute ficción. Sí, en cursivas, porque así se ve más lindo. Bien, el hecho es que es una ficción sobre una masacre que sucedió en la Guerra de Vietnam un día como hoy, en 1968.
Disfrútenlo. O no.

La masacre

— ¡Q..qué jodida mierda!— Gritó un soldado en una voz que no era más que la voz de un niño, era una voz perdida entre muchas otras. Entre gritos que soñaban con vivir un día más, con haber podido jugar y tal vez dormir con sus abuelos o madres por las noches.
Un helicóptero sobrevolaba la escena, y su estridente sonido era uno más entre la metralla, las explosiones y los gritos. Los ojos de Smith, el piloto, veían con abominación lo que sucedía, un brazo cercenado...  
El Lugarteniente Josh daba órdenes de disparar sin discreción. Estaban en la guerra. Esto último lo dijo con un énfasis heroico, como mandado en una misión profética, entonces sintió que algo tomaba su pierna. Se molestó. Recordó le había cercenado la cabeza a un maldito soldado vietnamita segundos antes.
“Ratas”.
Entonces vio de nuevo al mismo soldado con la cabeza deformada por el disparo. Su corazón golpeó fuertemente y creyó que moriría del susto. Contestó con una patada en la quijada ya de por sí rota de aquel zombi y  le disparó a quemarropa.
Una mujer pedía auxilio, pero él no oía nada. Él lo que veía era a un animal pronunciando cosas sin sentido, a un mono, si se admitía la comparación. Le cortó la cara con la bayoneta de su rifle. Escupió en su cuerpo y siguió apuñalando su cara. 
"Así estas caras rajadas se ven más bonitas , con la cara llena de sangre." Se rió de su sentido del humor. Estos eran los momentos que valían la pena. 
Oyó que Smith le pedía auxilio por los vietnamitas heridos. Rió de nuevo, la situación era irrisoria. ¿Auxilio para estas ratas comunistas? 
"El único auxilio que les puedo dar es una granada." 
Smith veía lo que sucedía y no encontraba respuesta. Era una terrible sátira, una broma de muy mal gusto. Él no había venido a Vietnam a masacrar a civiles, esto no era lo que él quería. 
A lo lejos, puede que cien metros más allá en la villa, la masacre seguía su curso. Viejos, mujeres y niños caían, no había distinción. Porque los que caían eran quimeras de propiedades incréibles, soldados vietnamitas que seguían atacando en una cólera insólita. Eran monstruos, imparables que solo querían proteger su hogar, estaban ya muertos pero en sus almas podridas en la guerra todavía querían proteger su tierra y a sus familias. Se aferraban a sus tierras con sus uñas, con sus sus dientes, no cedían.
Y oían los gritos de sus hijos, de sus padres y sus esposas. Sentían ganas de llorar y tal vez lágrimas corrían por sus ojos, excepto que sus ojos eran dos cavidades negras y profundas, y tal vez sufrían daños, en sus cuerpos etéreos. La negrura de sus miembros desmembrados se volvían tan solo más guerreros, querían justicia y en sus almas oscurecidas por la rabia, volver como ghouls o zombis era la única venganza posible. 
Lo que sí era cierto era que los soldados estadounidenses oían sus voces, las oían desgarradoras, las oían por encima de la metralla, las oían por encima de las explosiones. Lo oían todo claramente y lo entendían, aún sin conocer nada de esa lengua de insectos comunistas. Sentían como sus cuerpos se debilitaban, como la atmósfera era tan oscura y siniestra que no parecía de día.
Fébriles, desfallecidos y fuera de sus cabales algunos soldados caían. No querían hacer esto, pero el mismo miedo los obligaba. 
El Lugarteniente Josh estaba encantado con la escena, reía a carcajadas y aunque oía los gritos desgarradores y sus voces pidiendo justicia, las ignoraba o acaso esa era la yesca que encendía su sed de sangre.
Smith contactó con los soldados en tierra, a cargo de la masacre, pero lo que escupían de sus bocas no tenía sentido. Era un odio perverso que solo daba a entender que lo que ellos realizaban era una limpieza del mundo.
***
Un pequeño le preguntó a su mamá por voces extrañas, que se perdían entre los aullidos del viento. A vece, entre esos aullidos, oía a su padre o a su abuelo. Son las dos de la madrugada y Kim-Ly, la madre del chico, no ha dormido nada desde hace días, porque sabía que sobre su villa se cernía la muerte. Su abuela se lo había dicho, al borde de la muerte, hacía ya una semana, que su esposo estaba muerto desde hace meses, mucho antes de que se lo comunicaran las tropas vietnamitas.
En la villa se hablaba de una influencia maligna que rodeaba a sus muertos, no estaban encontrando paz. Regresaban como sombras de lo que habían sido, como bestias llenas de rencor. No era solo su abuela la que lo sabía, porque había sido la espiritista del pueblo hasta su muerte.
Era una verdad entredicha por todos.
Ella decía que se lo habían dicho los muertos. Los muertos de los estadounidenses, arruinados y arrepentidos, que murieron en batalla. También los soldados vietnamitas se lo habían dicho, con sus ojos anegados de lágrimas, porque querían ver a sus sus esposas y sus familias..
Thian, hijo de Kim-Ly,  le dijo que vio a su padre de camino por acá, y parecía feliz en su sueño. Y ella, en la oscuridad, con mejillas que llaman a las lágrimas, respondió:
— Papá, está en el cielo, Thian, como tu abuela. Se fue porque quería protegernos.
— Ah... Pero yo quiero verlo.
— Yo también. Yo también, tal vez lo veremos pronto. Ahora duerme.
***
La bala traspasó su estómago y luego arrasó con el cráneo de su hijo.
Buenos días, personas, ancianos, asesinos seriales, gatitos voladores y cosas andantes... Lo que aquí se presenta es un relato. Un relato de "misterio" y "fantasía oscura", sí, probablemente es eso. Un intento fallido de terror, pero un intento fallido que me gusta.
And thats it.
Las imágenes utilizadas son:
http://innakayuta.deviantart.com/art/Old-Man-63585850
http://sebbri.deviantart.com/art/Dark-40174819
http://intao.deviantart.com/art/Dark-Night-in-Old-Town-117177268


El Decrépito


En su cuerpo había una lentitud permanente. La forma en la que andaba era exigirle demasiado a su cuerpo, pese a que su estatura y su peso eran bajos, como si se fuera a desmoronar en cualquier momento por el esfuerzo. Parecía que cargara los grilletes de un alma en pena.
— Lo cierto— repetía cada vez que podía—, lo cierto que es que todos morirán.— Vaticinaba con una voz que en esos momentos parecía tener un tono espectral. Dicho esto, escupía el humo de su cigarro y todos juraban que era su alma la que salía de su cuerpo. Luego bebía de su cerveza y se aclaraba la garganta; sumado a su fantasmal manera de hablar, había una languidez que comenzaba en sus ojos y terminaba en el eco de su voz, ronca y dolorosa. Una verdad era que todos lo escuchaban, algunos con expectación y algo de miedo, y otros, los menos, con severidad y demostrado fastidio. Tenía una capacidad tal que parecía consumir la atención de las personas. Infundir en ellos un temor insano e indescriptible, pero todo eso se veía opacado con lo que él representaba como tal.
De él se contaban historias increíbles, las más inverosímiles que pudieran existir. Se decía que su senectud era producto de un pacto con el diablo; que su sombra devoraba a las personas que se acercaban a él; que nunca había sido joven, pues era producto de un rito de orígenes ignotos. Todos evitaban mirarlo a los ojos... tal era el poder de sus ojos, vacíos de toda humanidad, que se decía que estabas un paso más cerca de ir al infierno; que tu alma había sido expropiada. Claro estaba que estos relatos eran relatos que no tenían sentido, que desaparecían tan pronto como aparecían. Solo se podía llegar a una conclusión, y esa es que era un pobre viejo con la muerte tendiendo sobre su cuello.
Nadie sabía a ciencia cierta quién era ni si él estaba consciente de la opinión que generaba. Nadie se había preguntado de dónde había salido, porque se consideró natural que estuviera ahí. Nadie sabía nada de su pasado, pero ¿qué importaba? Seguramente era familiar de alguien...
— ¿Y su nombre?— Preguntaban siempre los más curiosos. Era una pregunta trampa sin serlo, porque nadie sabía su nombre, lo que no impedía que todos creyeran conocerlo.
— ¿No lo sabes? Es...— Y el vacío se apoderaba de sus palabras, entonces se daban cuenta de que no sabían cómo se llamaba. Sentían, por un segundo, un vahído. Sentían que sus sombras peligraban, que sus espaldas estaban descubiertas. Nadie sabía su nombre, empero, todos creían conocerlo. Estaban seguros de ello.
El decrépito era un objeto turístico, escondido entre la multitud e imposible de localizar. Lo que no impedía que todos quisieran conocerlo. Preguntarle quién era y de dónde venía era un deseo imposible, pues nunca lo reconocían, le atribuían una apariencia normal y su mirada les parecía enternecedora, casi un alivio por lo desgastado que estaba. Algunos habían dicho, luego de irse del pueblo y de contactar con sus familiares, que sentían una presencia extraña detrás de ellos, como si pisaran sus sombras, que sus sueños eran una neblina eterna y que de salida al pueblo se habían perdido por horas, sintiendo una ansiedad y una presencia inhumana sobre ellos. Un calor infernal rodeaba a sus cuerpos ateridos por el frío en los carromatos. Oían algo, pero eran incapaces de discernir qué era. El cochero les decía que no se preocuparan, que todos los caminos llevaban al mismo lugar. Lo que en sí era más terrorífico...
— Ya que su voz no parecía humana. Era casi un grito, ahogado y espantoso... Debiste oírlo. Su atuendo era un traje de luto. Te podría jurar que creí que nos mataría, que nos llevaría al infierno mismo. Mi madre se quedó pálida, creí que estaba muerta. Rezó tres rosarios mientras estuvimos perdidos. Y te juro que no se si fue ella la que me generó más miedo, con su murmullo incesante e inentendible y su apariencia como de ánima, o el hecho de que no tuviera idea de dónde estaba, perdido en ningún lugar. ¿Hay algún camino así por el pueblo?
Nadie había oído nunca de tal camino. De por sí era raro que hablaran de una vía alterna. El pueblo era un “lugar de nadie”, un pueblo perdido en su propio país, al que solo se le podía llegar por una senda.
Todos los jóvenes nacidos el año en que llegó el viejo -si es que llegó en algún momento-,  rondaban entre veintitrés y veinticinco años, y había una agitación permanente en su estado. Eran una camada considerada extraña y singular para la naturaleza valiente y temeraria de la gente del pueblo. Eran pusilánimes, asustadizos como gatos. Los más raros vestían siempre de color negro, como preparándose para algo y se creía de ellos lo peor. También era cierto que eran los más cultos, que el más temido de todos, Alejandro Hans, era considerado un brujo erudito tan responsable de cualquier mal que ocurriera en el pueblo como el decrépito.
— Son claramente aliados. Uno lo ve por sus ojos, por lo que siente al pasar al lado de ellos. Se siente una peste, una sensación como de pantano. ¿No has oído lo que dijeron de él? Mató al pobre de Luis. Lo encontraron por un barranco, desmembrado y con una cara rara, llena de paz. ¿No te da miedo? No es tan siquiera lo más espeluznante. El grupo de búsqueda que lo encontró vio varios cadáveres de animales en los alrededores y se creyó ver al decrépito por ahí, con su tan conocido puro. Se le vio riendo y más vivo que nunca.
— ¡Pero cómo es eso! Si él estuvo todo el día en la taberna.. — Todos enmudecieron y consideraron una mala broma lo del grupo de búsqueda. El viejo podría ser raro, tal vez el demonio, pero no podía estar involucrado en los asesinatos recientes. Porque él no era capaz de matar una mosca. Sus brazos eran muy frágiles, sus piernas apenas y podían con lo que le quedaba de vida. Inculparlo a él quedaba de por sí refutado por su misma presencia.
Pero Eugenia Flores, Madre Superiora de la escuela más grande del pueblo, daba por cierto que aquel “viejo del demonio”  era un socio de la “oveja descarriada”, que eran la piel y carne del mismo Satanás. Ordenó a la policía que se le interrogara a ambos, y por mucho que la gente intentó disuadirla de que aquel viejo era tan débil que casi era un fantasma, su decisión fue irrevocable. Quería que se le interrogara y se le tratara como el criminal, a los ojos de Dios, que era.
Así se hizo. Fueron hacia la taberna y con cierto misticismo se le acercaron al viejo, que los miró por el rabillo del ojo, momento en el que se creyeron petrificados por su mirada. Fueron más cautelosos de lo que quisieron. Antes de que siquiera pudieran decir algo él comenzó hablando:
— Cierto es que los consume el miedo tal como la vida los consume. No tienen final certero, pues el final de todos ustedes, borregos, será el mismo. Son una masa uniforme que morirá inevitablemente bajo su mano. Me apiado de ustedes, porque cierto es que la muerte les consume como el miedo que les apodera.— La voz tomó propiedades inimaginables, el eco era el de una iglesia y su voz la de Dios vaticinando lo inevitable.
El ambiente era tal que el miedo se respiraba. El perro del tabernero, habitual acompañante, chilló y salió corriendo. Las sombras tomaron un tono demasiado negruzco para la hora del día y la iluminación.
— ¿Q-qué estaba haciendo el miércoles por la n-noche?
Su pregunta no tuvo contesta mas que la mirada impávida del viejo. Era tal su presencia que las palabras parecían tropezar las unas con las otras cuando salían de sus bocas. Era tal el ambiente que todos los que miraron sus ojos, todos los que estaban ahí sin saber realmente nada, se sintieron condenados. Exiliados para siempre de todo perdón. Vieron como la guillotina colgaba sobre ellos. Era una imagen horrible, tal vez un valle desolado, tal vez lo que alguna vez había existido antes del pueblo y todos, cada uno de los que estaba en la taberna, estaba inmovilizado, a la espera de la hoja de la guillotina.  
— ¿C-conocía u-usted al joven a-asesinado?
Tampoco respondió. Cada pregunta hacia él no tuvo respuesta, cada pregunta era burla hacia ellos mismos. El viejo era como un radio, luego de decir sus presagios de heraldo de la muerte nada más abría su boca. Eso se recordaba de él. Aunque todos tenían en mente haber mantenido al menos una vez, una conversación con él. El asunto se consideró perdido, cuando salieron, creyeron que habían tenido una conversación perfectamente normal y que sus respuestas habían sido comprensivas y enternecedoras. En lo más profundo de sus mentes habían quedado marcados, condenados a algo que muchos de los sabios considerarían peor que el infierno.
A Alejandro Hans se le trató con mucha más aspereza. Inhumanamente, se diría, pero él no era humano. Cuando tumbaron la puerta de su casa, modesta y pequeña, lo encontraron a él esperándolos sentado, bebiendo una sustancia de un rojo profundo y oscuro, sonriendo de esa manera sardónica que solo se puede asociar con la perversidad.
—La suerte de los infieles es siempre la misma. Él lo dijo y se cumplirán sus palabras, porque Él ve lo que nosotros no vemos, ve las cosas que están más allá de nuestro horizonte... — Y quiso decir más, pero una bofetada cerró su boca.
— ¡Hijo de puta!, tus días están contados— el alguacil lo agarró por el cuello de su camisa y le dedicó su mirada más  intimidante y el asesino, en parte impotente, en parte con el orgullo herido, soltó una risotada en su cara e intentó soltarse, pero Hugo Calderón no era exactamente un peso pluma o alguien que se dejara someter por nadie más que la religión. Le escupió en la cara, le dedicó una paliza que tenía el nombre de justicia impregnado en él.
Alejandro Hans simplemente lloriqueaba una plegaria a quién sabe qué, mientras ensangrentado y adolorido recibía escupitajos y patadas de todo quien pasó por ahí en las dos horas que siguieron antes de que fuera llevado a una celda.
Al día siguiente, se encontró a Hans murmurando por horas y horas palabras ininteligibles. Se le creyó rezando por su inocencia. No sabían ellos lo equivocados que estaban ni que en su estado deplorable era una amenaza que se cernía como el pequeño cuervo mensajero de una gran oscuridad. La noche anterior la Madre Eugenia había caído bajo una fiebre de propiedades diabólicas, y estaba segura de que era el mismo decrépito el que la había embrujado. Toda la noche había delirado y creía ver sombras moverse a su alrededor. Sombras poderosas y gigantes que poseían conocimientos arcaicos que ya nadie debía conocer.
— ¡Esas sombras son horribles! ¡Horribles! Se apoderan de uno, de todo cuanto uno tiene. Lo rodean y observan. Revisan todo cuanto uno tiene y lo ven, con aquellos ojos... ¡SI TUVIERAN OJOS! ¡PERO NO LOS TIENEN! Se apoderan del sexo de una, de toda conciencia de Dios. Esas sombras son el demonio, son algo que no puede ser humano... ¡¿Cómo es que no las ven, llamándose a ustedes mismos creyentes?! ¡Son todos hijos del demonio! ¡Pecadores sin suerte alguna en este mundo! ¡Por eso morirán! ¡Por eso su sangre les consumirá como el fuego y sus sombras los poseerán! No dejando más que... — Entonces su voz se apagó, fue cuanto pudieron oír las monjas bajo su cuidado. Sus signos vitales, estaban muy débiles y el médico más sabio del pueblo, Eloy Urbina, daba por sentada su muerte.
— Una verdadera pérdida para el estado de miedo y ansiedad del pueblo— declaró antes de irse. Nunca llegó a su casa, su cuerpo fue hallado en un estado de inconsciencia horas después con una nota escrita en su mano. “Las sombras... las sombras son más reales que uno. Estamos condenados... ¡Y todo es culpa de Él!”.
La posible muerte de Eugenia era solo una más entre las que sucedieron esa noche. Se habían registrado las desapariciones de quince niños y ocho muertes por causas desconocidas. Todas habían destinado a las inmediaciones del asesinato de Luis Rojas antes de morir y ahí parecían haber sido degollados después de muertos. Una vez se adentraron más al bosque, encontraron tres cadáveres más, de personas consideradas desaparecidas desde hace meses. ¿Era ése el comienzo de esta epidemia?
Se le increpó a Alejandro Hans las vicisitudes del pueblo, le preguntaron por sus socios y ya su, dado por hecho, culto satanista.
— Bajo este cielo solo hay uno que lo puede todo. Y Él le sonríe a los que están con Él. Bajo este cielo solo hay uno que lo puede todo. Y Él estará con nosotros mientras le devolvamos la sonrisa. Bajo este cielo solo hay uno que lo puede todo. Y Él siempre nos guiará por el buen camino. Bajo este cielo solo hay uno que lo puede todo...
—¡CÁLLATE, CARAJO!— Pero el bucle en el que había caído Alejandro parecía otra prueba de que todo lo que ocurría era algo inevitable y de poderes más grandes de los que cualquiera pudo haber imaginado. Se le golpeó hasta lo inhumano para cerrar su boca, pero su voz nunca se apagó. Sus ojos siguieron como perdidos en la pared gris. Su cuerpo siguió como de trapo, solo reaccionando a los golpes que recibía por la inercia.
— Ya lo había dicho yo, que las muertes se cernirían sobre ustedes y nada podrían hacer— Era la voz del viejo, tan clara como potente. Pero él no estaba ahí. Estaba en la taberna, como siempre. Estaba en la plaza del pueblo, como siempre. Estaba en la esquina, como siempre. Estaba en todos lados.
La memoria de todos era una trampa mortal. La conciencia que tenían de su alrededor era tan vana y ligera que en realidad podían estar en otro mundo. Un mundo gris y perdido en quién sabe dónde, pero que estaba en el pueblo. Era un mundo de colores raros y desconocidos. Donde todo parecía ahora vacío y derruido. Claramente su desgaste venía de tiempos anteriores, mas las desgracias ocurridas solo hacían de éste otro hecho más como para creer que eran víctima de los juegos macabros de un ser superior. El pueblo en el que estaban había hecho metamorfosis y  solo faltaba el golpe de gracia de Él.  
Se llamaron, mientras las líneas telefónicas estuvieron estables, a incontables curanderos del alma, a brujos que velaban por el bien y a sacerdotes que decían tener la solución.
Nunca llegaron.
El mismo cochero de luto que perdía a los turistas por largas horas hasta llevarlos a su destino perdió a aquellos parlatanes. Y ellos también conocieron el miedo, porque la sombra del hombre de luto estaba tan viva como él y sus sombras también estaban muy vivas. El frío congelaba sus extremidades, que parecían luego amarradas al carromato. Un calor fuerte se adentraba en ellos, un calor que los quemaba por dentro. Los parajes que  veían eran de características imposibles y el grito de los pájaros consumía sus energías. Dijeron luego que esos gritos infernales te carcomían el alma. Que los árboles eran más grandes que edificios y que el cochero solo tenía boca, otro rasgo distintivo además de su atuendo no existía. Y su voz.
— Oh, su voz... Su voz era tan profunda y grave que no parecía ser en realidad la voz de nadie, sino otra presencia que te rodeaba, que te abrazaba con una fuerza enorme y extinguía toda esperanza. Lo que decía, ¿preguntas? De veras no lo quieres saber. Ven... lo tengo todo escrito, viví días de alucinación en los que no podía hacer más que recordar sus palabras.
>>“Dicen venir de allende a corregir algo, como si lo corrupto tuviera salvación. Dicen venir de allende, pero vienen de adentro, son parte del averno, son solo almas de Aqueronte y yo solo un pobre hombre en su canoa, tratando de salvarlos de su porvenir. Dicen que representan la verdad, pero solo Él es la verdad. Ustedes ya lo saben, ustedes están bajo su encanto. Todo lo que sucede aquí es solo una consecuencia inevitable.” Al decir esto, volteaba y mostraba su... ¿rostro? y sonreía.”La verdad es que estamos consumidos, ¿no es así?”
Atestiguaron, además, que las voces que los llamaron eran voces claramente en posesión de un ente superior, de un agente cósmico o espiritual, que estaba desgastando y rasgando toda realidad posible.
“Estuvieron condenados desde siempre”. Sin embargo, esos mismos testimonios que dieron, carecían de veracidad y humanidad. Sus pupilas se convertían en un garabato en el momento en que se adentraban en lo que creían que había pasado en el pueblo.
Eso es lo que se tiene de registro de ese fatídico día, los demás terminaron en el manicomio, incapaces de contar a ciencia cierta lo que experimentaron. Gritando por las sombras que vendrán por todos, que todo lo demás era solo una mentira. Las paredes blancas, la ciudad, son todos espejismos ineluctables de un intelecto superior y maligno. De un decrépito que solo puede querer para nosotros lo peor, ya que las sombras nos consumen continuamente. Eso decían poseídos por sus mentes desgastadas.  
Cuando se creó un grupo de búsqueda al comprobar la verdad de las miles de desapariciones y la falta de contacto con el pueblo. Se dirigieron a éste por su único camino, pero era imposible por desastres naturales. Tuvieron que adentrarse por los caminos enrevesados, caminos que nadie conocía pero que solo podían llevar a un solo lugar. Se comenta de ese viaje de expedición  que perecieron un tercio de sus integrantes, que en el bosque había un olor permanente a muerte. Encontraron cientos de cadáveres a la redonda, cadáveres que se encontraban en posiciones imposibles y que tenían características que por sí solas, solo incrementaban el misterio sobre lo acaecido en el pueblo. Al arribar al pueblo, descubrieron algo totalmente imprevisto. El paisaje era como si hubiera caído una bomba y se lo hubiera llevado todo.
Salía humo de las ruinas de las casas. Había una niebla roja y brillosa a lo largo del pueblo.
Solo se encontraron unos veinte sobrevivientes. La gran mayoría estaba en un estado de shock tal que poco se pudo sacar de sus testimonios, solo balbuceaban frases cortas referidas a las sombras y a lo horrible de este mundo. El menos afectado parecía ser un joven que se hizo llamar Luis Rojas. El muchacho estaba en un estado tal que era irreconocible. Macerado  y raquítico. Era irreconocible en comparación a su documento de identidad.  Además de Luis, un señor de cabellos blancos pero de apariencia fuerte, les dijo con una voz llena de sapiencia:
— Lo cierto de lo sucedido en este pueblo es que nada pasó. Ya que todo lo que ocurre bajo su mano, es producto de la nada y debemos aceptarlo, ¿no?
Realmente no se sabe si dijo esto o si fue algo que creyeron escuchar, ya que sus ojos poseían un amor hacia lo vivo que poco tenía para corresponder con sus palabras. Y las gentes estaban tan perturbadas por la situación que sentían un algo inenarrable que se cernía sobre ellos. Pronto apuraron el paso para salir de aquel lugar, mientras oían la voz pacífica y sanadora del señor.