Buenos días, personas, ancianos, asesinos seriales, gatitos voladores y cosas andantes... Lo que aquí se presenta es un relato. Un relato de "misterio" y "fantasía oscura", sí, probablemente es eso. Un intento fallido de terror, pero un intento fallido que me gusta.
And thats it.
Las imágenes utilizadas son:
http://innakayuta.deviantart.com/art/Old-Man-63585850
http://sebbri.deviantart.com/art/Dark-40174819
http://intao.deviantart.com/art/Dark-Night-in-Old-Town-117177268
El Decrépito
En
su cuerpo había una lentitud permanente. La forma en la que andaba era
exigirle demasiado a su cuerpo, pese a que su estatura y su peso eran
bajos, como si se fuera a desmoronar en cualquier momento por el
esfuerzo. Parecía que cargara los grilletes de un alma en pena.
—
Lo cierto— repetía cada vez que podía—, lo cierto que es que todos
morirán.— Vaticinaba con una voz que en esos momentos parecía tener un
tono espectral. Dicho esto, escupía el humo de su cigarro y todos
juraban que era su alma la que salía de su cuerpo. Luego bebía de su
cerveza y se aclaraba la garganta; sumado a su fantasmal manera de
hablar, había una languidez que comenzaba en sus ojos y terminaba en el
eco de su voz, ronca y dolorosa. Una verdad era que todos lo escuchaban,
algunos con expectación y algo de miedo, y otros, los menos, con
severidad y demostrado fastidio. Tenía una capacidad tal que parecía
consumir la atención de las personas. Infundir en ellos un temor insano e
indescriptible, pero todo eso se veía opacado con lo que él
representaba como tal.
De
él se contaban historias increíbles, las más inverosímiles que pudieran
existir. Se decía que su senectud era producto de un pacto con el
diablo; que su sombra devoraba a las personas que se acercaban a él; que
nunca había sido joven, pues era producto de un rito de orígenes
ignotos. Todos evitaban mirarlo a los ojos... tal era el poder de sus
ojos, vacíos de toda humanidad, que se decía que estabas un paso más
cerca de ir al infierno; que tu alma había sido expropiada. Claro estaba
que estos relatos eran relatos que no tenían sentido, que desaparecían
tan pronto como aparecían. Solo se podía llegar a una conclusión, y esa es que era un pobre viejo con la muerte tendiendo sobre su cuello.
Nadie
sabía a ciencia cierta quién era ni si él estaba consciente de la
opinión que generaba. Nadie se había preguntado de dónde había salido,
porque se consideró natural que estuviera ahí. Nadie sabía nada de su
pasado, pero ¿qué importaba? Seguramente era familiar de alguien...
—
¿Y su nombre?— Preguntaban siempre los más curiosos. Era una pregunta
trampa sin serlo, porque nadie sabía su nombre, lo que no impedía que
todos creyeran conocerlo.
—
¿No lo sabes? Es...— Y el vacío se apoderaba de sus palabras, entonces
se daban cuenta de que no sabían cómo se llamaba. Sentían, por un
segundo, un vahído. Sentían que sus sombras peligraban, que sus espaldas
estaban descubiertas. Nadie sabía su nombre, empero, todos creían
conocerlo. Estaban seguros de ello.
El
decrépito era un objeto turístico, escondido entre la multitud e
imposible de localizar. Lo que no impedía que todos quisieran conocerlo.
Preguntarle quién era y de dónde venía era un deseo imposible, pues
nunca lo reconocían, le atribuían una apariencia normal y su mirada les
parecía enternecedora, casi un alivio por lo desgastado que estaba.
Algunos habían dicho, luego de irse del pueblo y de contactar con sus
familiares, que sentían una presencia extraña detrás de ellos, como si
pisaran sus sombras, que sus sueños eran una neblina eterna y que de
salida al pueblo se habían perdido por horas, sintiendo una ansiedad y
una presencia inhumana sobre ellos. Un calor infernal rodeaba a sus
cuerpos ateridos por el frío en los carromatos. Oían algo, pero eran
incapaces de discernir qué era. El cochero les decía que no se
preocuparan, que todos los caminos llevaban al mismo lugar. Lo que en sí
era más terrorífico...
—
Ya que su voz no parecía humana. Era casi un grito, ahogado y
espantoso... Debiste oírlo. Su atuendo era un traje de luto. Te podría
jurar que creí que nos mataría, que nos llevaría al infierno mismo. Mi
madre se quedó pálida, creí que estaba muerta. Rezó tres rosarios
mientras estuvimos perdidos. Y te juro que no se si fue ella la que me
generó más miedo, con su murmullo incesante e inentendible y su
apariencia como de ánima, o el hecho de que no tuviera idea de dónde
estaba, perdido en ningún lugar. ¿Hay algún camino así por el pueblo?
Nadie
había oído nunca de tal camino. De por sí era raro que hablaran de una
vía alterna. El pueblo era un “lugar de nadie”, un pueblo perdido en su
propio país, al que solo se le podía llegar por una senda.
Todos
los jóvenes nacidos el año en que llegó el viejo -si es que llegó en
algún momento-, rondaban entre veintitrés y veinticinco años, y había
una agitación permanente en su estado. Eran una camada considerada
extraña y singular para la naturaleza valiente y temeraria de la gente
del pueblo. Eran pusilánimes, asustadizos como gatos. Los más raros
vestían siempre de color negro, como preparándose para algo y se creía
de ellos lo peor. También era cierto que eran los más cultos, que el más
temido de todos, Alejandro Hans, era considerado un brujo erudito tan
responsable de cualquier mal que ocurriera en el pueblo como el
decrépito.
—
Son claramente aliados. Uno lo ve por sus ojos, por lo que siente al
pasar al lado de ellos. Se siente una peste, una sensación como de
pantano. ¿No has oído lo que dijeron de él? Mató al pobre de Luis. Lo
encontraron por un barranco, desmembrado y con una cara rara, llena de
paz. ¿No te da miedo? No es tan siquiera lo más espeluznante. El grupo
de búsqueda que lo encontró vio varios cadáveres de animales en los
alrededores y se creyó ver al decrépito por ahí, con su tan conocido
puro. Se le vio riendo y más vivo que nunca.
—
¡Pero cómo es eso! Si él estuvo todo el día en la taberna.. — Todos
enmudecieron y consideraron una mala broma lo del grupo de búsqueda. El
viejo podría ser raro, tal vez el demonio, pero no podía estar
involucrado en los asesinatos recientes. Porque él no era capaz de matar
una mosca. Sus brazos eran muy frágiles, sus piernas apenas y podían
con lo que le quedaba de vida. Inculparlo a él quedaba de por sí
refutado por su misma presencia.
Pero
Eugenia Flores, Madre Superiora de la escuela más grande del pueblo,
daba por cierto que aquel “viejo del demonio” era un socio de la “oveja
descarriada”, que eran la piel y carne del mismo Satanás. Ordenó a la
policía que se le interrogara a ambos, y por mucho que la gente intentó
disuadirla de que aquel viejo era tan débil que casi era un fantasma, su
decisión fue irrevocable. Quería que se le interrogara y se le tratara
como el criminal, a los ojos de Dios, que era.
Así
se hizo. Fueron hacia la taberna y con cierto misticismo se le
acercaron al viejo, que los miró por el rabillo del ojo, momento en el
que se creyeron petrificados por su mirada. Fueron más cautelosos de lo
que quisieron. Antes de que siquiera pudieran decir algo él comenzó
hablando:
—
Cierto es que los consume el miedo tal como la vida los consume. No
tienen final certero, pues el final de todos ustedes, borregos, será el
mismo. Son una masa uniforme que morirá inevitablemente bajo su mano. Me
apiado de ustedes, porque cierto es que la muerte les consume como el
miedo que les apodera.— La voz tomó propiedades inimaginables, el eco
era el de una iglesia y su voz la de Dios vaticinando lo inevitable.
El
ambiente era tal que el miedo se respiraba. El perro del tabernero,
habitual acompañante, chilló y salió corriendo. Las sombras tomaron un
tono demasiado negruzco para la hora del día y la iluminación.
— ¿Q-qué estaba haciendo el miércoles por la n-noche?
Su
pregunta no tuvo contesta mas que la mirada impávida del viejo. Era tal
su presencia que las palabras parecían tropezar las unas con las otras
cuando salían de sus bocas. Era tal el ambiente que todos los que
miraron sus ojos, todos los que estaban ahí sin saber realmente nada, se
sintieron condenados. Exiliados para siempre de todo perdón. Vieron
como la guillotina colgaba sobre ellos. Era una imagen horrible, tal vez
un valle desolado, tal vez lo que alguna vez había existido antes del
pueblo y todos, cada uno de los que estaba en la taberna, estaba
inmovilizado, a la espera de la hoja de la guillotina.
— ¿C-conocía u-usted al joven a-asesinado?
Tampoco
respondió. Cada pregunta hacia él no tuvo respuesta, cada pregunta era
burla hacia ellos mismos. El viejo era como un radio, luego de decir sus
presagios de heraldo de la muerte nada más abría su boca. Eso se
recordaba de él. Aunque todos tenían en mente haber mantenido al menos
una vez, una conversación con él. El asunto se consideró perdido, cuando
salieron, creyeron que habían tenido una conversación perfectamente
normal y que sus respuestas habían sido comprensivas y enternecedoras.
En lo más profundo de sus mentes habían quedado marcados, condenados a
algo que muchos de los sabios considerarían peor que el infierno.
A
Alejandro Hans se le trató con mucha más aspereza. Inhumanamente, se
diría, pero él no era humano. Cuando tumbaron la puerta de su casa,
modesta y pequeña, lo encontraron a él esperándolos sentado, bebiendo
una sustancia de un rojo profundo y oscuro, sonriendo de esa manera
sardónica que solo se puede asociar con la perversidad.
—La
suerte de los infieles es siempre la misma. Él lo dijo y se cumplirán
sus palabras, porque Él ve lo que nosotros no vemos, ve las cosas que
están más allá de nuestro horizonte... — Y quiso decir más, pero una
bofetada cerró su boca.
—
¡Hijo de puta!, tus días están contados— el alguacil lo agarró por el
cuello de su camisa y le dedicó su mirada más intimidante y el asesino,
en parte impotente, en parte con el orgullo herido, soltó una risotada
en su cara e intentó soltarse, pero Hugo Calderón no era exactamente un
peso pluma o alguien que se dejara someter por nadie más que la
religión. Le escupió en la cara, le dedicó una paliza que tenía el
nombre de justicia impregnado en él.
Alejandro
Hans simplemente lloriqueaba una plegaria a quién sabe qué, mientras
ensangrentado y adolorido recibía escupitajos y patadas de todo quien
pasó por ahí en las dos horas que siguieron antes de que fuera llevado a
una celda.
Al
día siguiente, se encontró a Hans murmurando por horas y horas palabras
ininteligibles. Se le creyó rezando por su inocencia. No sabían ellos
lo equivocados que estaban ni que en su estado deplorable era una
amenaza que se cernía como el pequeño cuervo mensajero de una gran
oscuridad. La noche anterior la Madre Eugenia había caído bajo una
fiebre de propiedades diabólicas, y estaba segura de que era el mismo
decrépito el que la había embrujado. Toda la noche había delirado y
creía ver sombras moverse a su alrededor. Sombras poderosas y gigantes
que poseían conocimientos arcaicos que ya nadie debía conocer.
—
¡Esas sombras son horribles! ¡Horribles! Se apoderan de uno, de todo
cuanto uno tiene. Lo rodean y observan. Revisan todo cuanto uno tiene y
lo ven, con aquellos ojos... ¡SI TUVIERAN OJOS! ¡PERO NO LOS TIENEN! Se
apoderan del sexo de una, de toda conciencia de Dios. Esas sombras son
el demonio, son algo que no puede ser humano... ¡¿Cómo es que no las
ven, llamándose a ustedes mismos creyentes?! ¡Son todos hijos del
demonio! ¡Pecadores sin suerte alguna en este mundo! ¡Por eso morirán!
¡Por eso su sangre les consumirá como el fuego y sus sombras los
poseerán! No dejando más que... — Entonces su voz se apagó, fue cuanto
pudieron oír las monjas bajo su cuidado. Sus signos vitales, estaban muy
débiles y el médico más sabio del pueblo, Eloy Urbina, daba por sentada
su muerte.
—
Una verdadera pérdida para el estado de miedo y ansiedad del pueblo—
declaró antes de irse. Nunca llegó a su casa, su cuerpo fue hallado en
un estado de inconsciencia horas después con una nota escrita en su
mano. “Las sombras... las sombras son más reales que uno. Estamos
condenados... ¡Y todo es culpa de Él!”.
La
posible muerte de Eugenia era solo una más entre las que sucedieron esa
noche. Se habían registrado las desapariciones de quince niños y ocho
muertes por causas desconocidas. Todas habían destinado a las
inmediaciones del asesinato de Luis Rojas antes de morir y ahí parecían
haber sido degollados después de muertos. Una vez se adentraron más al
bosque, encontraron tres cadáveres más, de personas consideradas
desaparecidas desde hace meses. ¿Era ése el comienzo de esta epidemia?
Se
le increpó a Alejandro Hans las vicisitudes del pueblo, le preguntaron
por sus socios y ya su, dado por hecho, culto satanista.
—
Bajo este cielo solo hay uno que lo puede todo. Y Él le sonríe a los
que están con Él. Bajo este cielo solo hay uno que lo puede todo. Y Él
estará con nosotros mientras le devolvamos la sonrisa. Bajo este cielo
solo hay uno que lo puede todo. Y Él siempre nos guiará por el buen
camino. Bajo este cielo solo hay uno que lo puede todo...
—¡CÁLLATE,
CARAJO!— Pero el bucle en el que había caído Alejandro parecía otra
prueba de que todo lo que ocurría era algo inevitable y de poderes más
grandes de los que cualquiera pudo haber imaginado. Se le golpeó hasta
lo inhumano para cerrar su boca, pero su voz nunca se apagó. Sus ojos
siguieron como perdidos en la pared gris. Su cuerpo siguió como de
trapo, solo reaccionando a los golpes que recibía por la inercia.
—
Ya lo había dicho yo, que las muertes se cernirían sobre ustedes y nada
podrían hacer— Era la voz del viejo, tan clara como potente. Pero él no
estaba ahí. Estaba en la taberna, como siempre. Estaba en la plaza del
pueblo, como siempre. Estaba en la esquina, como siempre. Estaba en
todos lados.
La
memoria de todos era una trampa mortal. La conciencia que tenían de su
alrededor era tan vana y ligera que en realidad podían estar en otro
mundo. Un mundo gris y perdido en quién sabe dónde, pero que estaba en
el pueblo. Era un mundo de colores raros y desconocidos. Donde todo
parecía ahora vacío y derruido. Claramente su desgaste venía de tiempos
anteriores, mas las desgracias ocurridas solo hacían de éste otro hecho
más como para creer que eran víctima de los juegos macabros de un ser
superior. El pueblo en el que estaban había hecho metamorfosis y solo
faltaba el golpe de gracia de Él.
Se llamaron, mientras las líneas telefónicas estuvieron estables, a
incontables curanderos del alma, a brujos que velaban por el bien y a
sacerdotes que decían tener la solución.
Nunca llegaron.
El
mismo cochero de luto que perdía a los turistas por largas horas hasta
llevarlos a su destino perdió a aquellos parlatanes. Y ellos también
conocieron el miedo, porque la sombra del hombre de luto estaba tan viva
como él y sus sombras también estaban muy vivas. El frío congelaba sus
extremidades, que parecían luego amarradas al carromato. Un calor fuerte
se adentraba en ellos, un calor que los quemaba por dentro. Los parajes
que veían eran de características imposibles y el grito de los pájaros
consumía sus energías. Dijeron luego que esos gritos infernales te
carcomían el alma. Que los árboles eran más grandes que edificios y que
el cochero solo tenía boca, otro rasgo distintivo además de su atuendo
no existía. Y su voz.
—
Oh, su voz... Su voz era tan profunda y grave que no parecía ser en
realidad la voz de nadie, sino otra presencia que te rodeaba, que te
abrazaba con una fuerza enorme y extinguía toda esperanza. Lo que decía,
¿preguntas? De veras no lo quieres saber. Ven... lo tengo todo escrito,
viví días de alucinación en los que no podía hacer más que recordar sus
palabras.
>>“Dicen
venir de allende a corregir algo, como si lo corrupto tuviera
salvación. Dicen venir de allende, pero vienen de adentro, son parte del
averno, son solo almas de Aqueronte y yo solo un pobre hombre en su
canoa, tratando de salvarlos de su porvenir. Dicen que representan la
verdad, pero solo Él es la verdad. Ustedes ya lo saben, ustedes están
bajo su encanto. Todo lo que sucede aquí es solo una consecuencia
inevitable.” Al decir esto, volteaba y mostraba su... ¿rostro? y
sonreía.”La verdad es que estamos consumidos, ¿no es así?”
Atestiguaron,
además, que las voces que los llamaron eran voces claramente en
posesión de un ente superior, de un agente cósmico o espiritual, que
estaba desgastando y rasgando toda realidad posible.
“Estuvieron
condenados desde siempre”. Sin embargo, esos mismos testimonios que
dieron, carecían de veracidad y humanidad. Sus pupilas se convertían en
un garabato en el momento en que se adentraban en lo que creían que
había pasado en el pueblo.
Eso
es lo que se tiene de registro de ese fatídico día, los demás
terminaron en el manicomio, incapaces de contar a ciencia cierta lo que
experimentaron. Gritando por las sombras que vendrán por todos, que todo
lo demás era solo una mentira. Las paredes blancas, la ciudad, son
todos espejismos ineluctables de un intelecto superior y maligno. De un
decrépito que solo puede querer para nosotros lo peor, ya que las
sombras nos consumen continuamente. Eso decían poseídos por sus mentes
desgastadas.
Cuando
se creó un grupo de búsqueda al comprobar la verdad de las miles de
desapariciones y la falta de contacto con el pueblo. Se dirigieron a
éste por su único camino, pero era imposible por desastres naturales.
Tuvieron que adentrarse por los caminos enrevesados, caminos que nadie
conocía pero que solo podían llevar a un solo lugar. Se comenta de ese
viaje de expedición que perecieron un tercio de sus integrantes, que en
el bosque había un olor permanente a muerte. Encontraron cientos de
cadáveres a la redonda, cadáveres que se encontraban en posiciones
imposibles y que tenían características que por sí solas, solo
incrementaban el misterio sobre lo acaecido en el pueblo. Al arribar al
pueblo, descubrieron algo totalmente imprevisto. El paisaje era como si
hubiera caído una bomba y se lo hubiera llevado todo.
Salía humo de las ruinas de las casas. Había una niebla roja y brillosa a lo largo del pueblo.
Solo
se encontraron unos veinte sobrevivientes. La gran mayoría estaba en un
estado de shock tal que poco se pudo sacar de sus testimonios, solo
balbuceaban frases cortas referidas a las sombras y a lo horrible de
este mundo. El menos afectado parecía ser un joven que se hizo llamar
Luis Rojas. El muchacho estaba en un estado tal que era irreconocible.
Macerado y raquítico. Era irreconocible en comparación a su documento
de identidad. Además de Luis, un señor de cabellos blancos pero de
apariencia fuerte, les dijo con una voz llena de sapiencia:
—
Lo cierto de lo sucedido en este pueblo es que nada pasó. Ya que todo
lo que ocurre bajo su mano, es producto de la nada y debemos aceptarlo,
¿no?
Realmente
no se sabe si dijo esto o si fue algo que creyeron escuchar, ya que sus
ojos poseían un amor hacia lo vivo que poco tenía para corresponder con
sus palabras. Y las gentes estaban tan perturbadas por la situación que
sentían un algo inenarrable que se cernía sobre ellos. Pronto apuraron
el paso para salir de aquel lugar, mientras oían la voz pacífica y
sanadora del señor.
El Decrépito
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Liàre.J.A.
«Nacido en la antigua capital del Imperio bolivariano, Liàre es un chico muy lindo y dulce que suele consumir material oscuro, grotesco y violento. Ha creado un personaje que vive y escribe por él, cuyas emociones básicas brotan atropelladamente a través de palabras cada que algo lo perturba.» - Yaong.
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