.+.+.+.+.+.+. La caída de la Torre.+.+.+.+.+.+.
¡Brrrrrrrraaaaaaaammmmm!!!!!
Cuando el primer pedazo de la Torre cayó en el Sena no había
nadie que pudiera verlo. Solo estaban los árboles, árboles invasores que habían
quebrado el piso e invadido los cielos más allá de lo que les estuvo permitido
en algún tiempo. El agua del río se encargaría de terminar el trabajo realizado
por el viento hasta entonces: terminaría de debilitar y estropear el acero,
reduciendo así cualquier rastro del coloso a tan solo una leyenda. Así era como
acababa su historia. Sin embargo, quizá hacía ya mucho que se había terminado.
“Si un árbol cae en el
bosque y no hay quién lo escuche, ¿hace ruido?”
— Para reactivar la economía es necesario que…
— Sí, ayuda financiera internacional, pero la
Unión dejó de existir hace mucho. Cuando la situación empeore se nos cerrarán
las puertas y comenzaremos a sucumbir.
Lo que decía François Duchement era cierto. La situación
actual en Francia era incontenible, y si seguía así, arrastraría consigo a sus
países vecinos y aliados económicos. Por otro lado, Paul Vien era un político
entusiasmado, incapaz de aceptar nunca un estado de crisis como en el que se
encontraban. Para él todo era nada más que mentiras. Creía que aún era posible
una ayuda internacional. Y no estaba del todo equivocado. Sectores comunistas,
como el Gran Frente del Pacífico, liderado por Rusia, y la pequeña Unión de
América, con Cuba a la cabeza, habían ofrecido una ayuda con la que bien podría
sobrellevarse la crisis. Sin embargo, existía una tensión respecto a Francia,
hasta hace algunos años uno de los países líderes de la economía capitalista
mundial. Su caída estaba afectando de a pocos a sus aliados, y las típicas
riñas con el bando socialista adquirieron un tono más agresivo y provocador.
“Se llevarían el mundo a la desgracia”. Las palabras de los norcoreanos,
repetidas por los políticos disidentes del capitalismo alrededor del mundo,
auguraban el verdadero fin de los tiempos. Aceptar su ayuda era hacerse
enemigos de todas las naciones restantes, la gran mayoría, que volverían a
sufrir otra crisis dentro de poco y culparían a Francia. La razón de esto, en
cambio, estaba en la sobreproducción y la pérdida de las áreas de cultivo.
Duchement sabía todo esto y lo temía. Un cambio era
necesario en estos momentos, pero ¿se atrevería alguien a renunciar a su mundo
actual?
Torre Eiffel (vista desde abajo) |
Cuando Charles despertaba, lo primero que veía era la gran
Torre. Un mosaico gigante de metal que a él le parecía hermoso. Dormían allí,
debajo, él y sus padres desde hacía unos meses, cuando tuvieron que renunciar a
su departamento para sobrevivir, y salir a buscar un lugar con una carpa.
Llegaron al Campo de Marte con una gran cantidad de personas, todas víctimas de
la depresión económica. Desde entonces le había impresionado mucho la Torre, pero
solo había podido subir dos veces, porque con sus cortos cinco años no le
permitían alejarse mucho. En estas dos ocasiones fue acompañado de Jean, un
chico de quince años al que le gustaba andar a sus anchas. Pero decir que
subieron quizá sea demasiado. Solo estuvieron quince metros sobre el suelo. Más
allá era peligroso. El ascensor se había averiado hace un año y no se le volvió
a reparar. Aún así, a Charles le gustaba pensar que había estado en lo alto.
Muy poca gente quedó en Francia tras la caída financiera.
Todos volaron al extranjero en busca de un mejor futuro; sin embargo, su
destino no fue distinto al de los que se quedaron. El colapso continuó, y
aunque los intentos por frenarlo aliviaron por algunos meses la situación, todo
era ilusorio. Incluso los regímenes comunistas estaban cayendo, por su
dependencia indirecta con la economía extranjera.
Fue entonces que, tras la muerte de un político
estadounidense durante su viaje a uno de los países del Gran Frente, comenzó
una de las riñas más ridículas de la historia. El hecho fue una excusa para el
inicio de una nueva Gran Guerra, donde se decidiría el destino de los recursos
del mundo.
Francia era un país fantasma.
La guerra le puso fin a la riña, pero también al orgullo
injustificado. Los países que quedaron tras ella eran pueblos débiles,
incapaces incluso de satisfacer sus necesidades internas. Las armas no se
bajaron por la paz, sino por un hastío de violencia y un hambre insaciada.
Para recuperarse, el mundo necesitaría muchos años. Unos
pocos para darse cuenta de que su mayor error fue fragmentarse en pequeños
grupos incapaces de dialogar.
Mientras tanto, en la ciudad fantasma de París, el sol se
pone sobre lo que queda de la Torre Eiffel, como si marcara la ausencia de
algo, aunque, en realidad, no sea visto por nadie.
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Muy bien, eso fue todo. Sí, una vez más un relato futurista. Ojalá que les haya gustado. Gracias por leer, y, una vez más, mil disculpas por el retraso.
La literatura me interesa mucho y por eso trato de leer a diversos autores cada vez que puedo. Cuando viajo a otro país, averiguo sobre los libros típicos del lugar y como estoy por sacar los Vuelos a San Pablo, espero poder leer a algunos autores de Brasil
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