André Jacques Garnerin. ¿Quién es y por qué saco su nombre? No sé. Simplemente salió de mi mano mágica. Ustedes también deberían tener una. Miento. Es algún francés al que le enseñé a volar en globo alguna vez y hasta le di la idea para que hiciera un paracaídas. Miento. Fue el primer paracaidista y un volador de globos francés. Incluso le dedicaron un doodle interactivo. Esto porque logró el primer salto en paracaídas (el 22 de octubre de 1797), y porque lo hizo desde una altura de 350 metros.
So yep, eso es todo. (Spanglish, sorry)
“Este el fin, ahora sí voy a caer. Au revoir, monamour. Au revoir, Francia.”
Garnerin sintió también el peso del éxito, porque a medida de que descendía, se daba cuenta de que existía la posibilidad de que sobreviviera. Sabía que cuando saliera del paracaídas iba a tener que actuar como si tuviera nervios de acero.
“¡Está vivo!” Oyó que gritó algún espectador.
Y se dijo “Estoy vivo. Sin heridas. Sano y salvo”.
Pasó horas hablando sobre lo fácil y lo seguro que era. ¡Jeanne!, pensaba, ¡cuánto deseo hablar contigo! ¡Cuánto deseo que puedas volar, seré el primero en hacerte volar!
Y, oh, ¡la pequeña Elisa! Tan entusiasta, tan joven. Se aseguraría de que una vez creciera ella pudiera también volar. Se aseguraría de que ambas, la mujer de sus sueños, y su pequeña sobrina, experimentaran tal sensación que lo mantenía amando el vuelo.
Sentir la brisa y ver paisajes. Ver hacia abajo y ver aquellos grandes edificios ser minúsculos. ¿Qué somos, en realidad, si nos hemos perdido la belleza de volar la mayor parte de nuestras vidas?
¿Son los pájaros más felices por poder volar?
So yep, eso es todo. (Spanglish, sorry)
La caída
Garnerin sintió que se moría. Sintió que la vida se le venía
abajo. Sería su fin. Volar en globos era una cosa, pero tirarse de ellos y
sobrevivir era otra. El viento lo tambaleaba de un lado para otro tan
violentamente que no pasó un segundo en el cual no pensará:
“Este el fin, ahora sí voy a caer. Au revoir, monamour. Au revoir, Francia.”
Garnerin sintió también el peso del éxito, porque a medida de que descendía, se daba cuenta de que existía la posibilidad de que sobreviviera. Sabía que cuando saliera del paracaídas iba a tener que actuar como si tuviera nervios de acero.
Ilustración del descenso en paracaídas |
“Como volar un globo, en efecto. No tiene mayor dificultad.
Ya ve, uno le pierde el miedo, Monsieur. Como si uno fuera un ave, usted se
acostumbra al viento. A verlo todo desde lo alto. Estamos dando pasos grandes
los hombres. Esto es cualquier cosa ahora, hasta una mujer lo podría hacer. Sí,
sí, como se lo digo, no conlleva mayor dificultad.”
Se sintió orgulloso. Sintió que lloraba. Sintió que caía,
ligeramente, al piso. Y pensó que estaba muerto; era su fin, efectivamente.
Salió de la canasta y creyó, por un momento, que era su alma la que salía.
“¡Está vivo!” Oyó que gritó algún espectador.
Y se dijo “Estoy vivo. Sin heridas. Sano y salvo”.
“Yo lo dije. Esto era un asunto trivial. Es un gran pas…
Mejor dicho, un gran salto, primero ¡volamos en globo! Y ahora ¡caeremos en
paracaídas!”
Pasó horas hablando sobre lo fácil y lo seguro que era. ¡Jeanne!, pensaba, ¡cuánto deseo hablar contigo! ¡Cuánto deseo que puedas volar, seré el primero en hacerte volar!
“Jeanne, la preciosa Jeanne, alumna mía, serás la primera en
volar y en usar un paracaídas, ¡de eso, monamour, me haré cargo yo!”
Y, oh, ¡la pequeña Elisa! Tan entusiasta, tan joven. Se aseguraría de que una vez creciera ella pudiera también volar. Se aseguraría de que ambas, la mujer de sus sueños, y su pequeña sobrina, experimentaran tal sensación que lo mantenía amando el vuelo.
Sentir la brisa y ver paisajes. Ver hacia abajo y ver aquellos grandes edificios ser minúsculos. ¿Qué somos, en realidad, si nos hemos perdido la belleza de volar la mayor parte de nuestras vidas?
¿Son los pájaros más felices por poder volar?