La fecha de la ficción de hoy es la de ayer, 16 de noviembre, día en que por allá en los lejanos 1532, fue capturado en Cajamarca, Perú, el último Inca gobernante a manos de los españoles de los que tanto ya hemos escuchado hablar: los "conquistadores". Las versiones (literarias) de los hechos sobre este día son variadas, dependiendo de si el autor estaba del lado de quienes les gustaba invadir o si no lo estaba.
En todo caso, esta ficción podría ser otra versión más, una que nos muestra a un Felipillo diferente... uno un tanto más ranger.
El miedo de Felipillo
Bien sabía questos
hombres harían mucho daño desde el comienzo. Ahí nomás cuando los vi, ya sabía
que solo maldades iban a traer. Nada de bueno podía venir con esa rapidez, una
serpiente enojada parecía ese bote enorme. Tuve miedo al principio, quise huir
pero me atraparon por puro tonto que me había quedado viéndolos tan diferentes
a todos nosotros.
Ahora dicen que el Inca está en camino, que le van a hablar, que le van a leer el mismo libro ese que me hicieron leer por allá cuando me atraparon. Seguro el mismo juramento y esa fiesta extraña. Pero yo no me fío nada, ya sospecho lo que va a pasar está todo bien clarito. Estos quieren hacerle daño al Tayta Inca con una trampa. Y quisiera advertirle, pero si me descubren me matan, y si no me matan estos, me matan los mismos hombres del tayta, porque cuando saltó su rebelión, mi pueblo estuvo siempre delado de nuestro Inca Huáscar. Pero ahora todo es diferente muerto ya éste, la guerra es otra y una fuerza que creo que me viene dela panza me dice que estoy delado equivocado.
Ay, mamita, dicen
que el Inca ya está acá, que me prepare pa’ salir, me apuran siempre como si
fuera un allco. Todo por chaposito y bien dispuesto que soy seguro.
Ahí está el Inca,
brillando como el sol, ya las patas me tiemblan solas, como si quisiera correr.
Debe ser que en mi vida miserable no pensé que llegaría a conocer al Tayta, menos de tan cerquita. Pero
creo que el miedo de verdad debería darle a ese Valverde de mirarlo desa manera
al Tayta. Bien fijito a los ojos veo que le mira como si fuera su igual, pero
jamás el demonio va a ser el igual de un Dios. Yo si no me atrevo, caso hago de
mis antepasados que siempre decían “jamás has de mirar al hijo del Huiracocha
de frente porque podrías quemarte y ¡achachay! Eso debe doler harto”. No miro y
no miro aunque este Valverde me dice que hable por él mirándolo al Tayta, para que
disque entienda mejor. No quiero morir, le respondo, allá tú que quieras
quemarte. Insolente, me ha dicho, me amenaza con los ojos como una fiera, pero
no puede moverse, porque todo este encuentro extraño parece que esconde algo en
sus entrañas y está a punto de explotar.
¡Ay Dios Huiracocha,
por qué nos has mandado a estos demonios! Tantas maldades crees que hemos
hecho. Esas cosas que revientan en los cuerpos han generado este infierno.
Estos extranjeros me han protegido, pero yo la verdá que no quiero, quisiera
morir allí con mis hermanos, las lágrimas no paran de salirse de mis ojos, me
suelto y corro hasta casi donde esta el Tayta. No quiero mirarlo de frente, y
ahora no es por el miedo de quemarme sino por otro miedo… uno más profundo. Su
anda ha caído, unos extranjeros lo protegen de otros extranjeros, es todo confusión, gritos y sangre,
y ahora ¡ya lo puedo ver!, tiene la mirada dura y fija en el horizonte,
mientras lo agarran por los dos lados… entonces bien comprendo que nunca debí
tener miedo de verlo con la cabeza gacha y pidiendo misericordia.
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