Sin más preámbulos les dejo la primera parte de esta larga larga ficción. Chaitos.
"Emperador Rojo"
Sus ojos tenían algo de ofidio, lo supe a pesar de que en
rango me era inferior. Sus modales, inferiores, precisos y respetuosos. No eran
ambas cosas particularmente sorprendentes. Su locuacidad no era nada
impresionante. Su manejo con las armas, ineficaz. La manera en que trataba a
los soldados de pie, incluso a la caballería, imponía cierto respeto; oí a mis
sirvientes referirse a él como un dragón, sus bigote y barba, sus ojos agudos,
les causaban esa impresión. Era carismático aunque barbárico, una cualidad que
era extravagante entre la gente culta e intimidatoria entre los pueblerinos.
Liu Bang, era, sin duda alguna, un ser engreído, pero
capaz. Según las historias que traía consigo, era un ser astuto, mentiroso
y gran estratega.
Estatua de Emperador de Gaozu de Han |
Cuando mi tío murió, se supo de inmediato que yo sería el
único capaz de tomar Guanzhong. El Rey Huai II proclamó que el primero que
invadiera el corazón de las tierras de Qin,
sería proclamado el Rey de Guanzhong. Vi en sus palabras un optimismo
desmesurado, una victoria asegurada, supe de inmediato que habíamos ganado. Liu
Bang vio también la victoria; yo estaba destinado a ser emperador y él un
simple campesino con ínfulas de poder.
***
Los tiempos eran difíciles. Se hablaba de rebeliones por
parte de familias reales, de que la caída de la Dinastía Qin llegaría a su fin.
El sol y la humedad dificultaban el traslado de los prisioneros. Tuve sueños en
los que me vi muerto, ejecutado por pena capital. Una semana y un día después
de los sueños, un pequeño grupo de prisioneros se escapó. Se oyeron rumores
sobre mi inminente muerte; el rumor de un dragón rojo surcando los cielos por
las noches, circuló también. Patrañas.
La tercera noche después del escape de los primeros
prisioneros me paré ante la fogata y vi a cada uno de ellos.
“¿Tienen familias, no es así?”
“Sí.” Fue la respuesta unísona. Sabía que muchos mentían,
sabía que muchos eran simples rufianes.
“Yo también, pero más que todo y como muchos de ustedes
temo a la muerte, o mejor dicho no quiero morir. Con los rumores de una
rebelión creciendo, siento que podríamos ser parte de esto, probar nuestra ya
marchita suerte.” Me escucharon con sus oídos vivaces, con sus ojos
desconfiados y sus voces burlonas.
Yo, un mentiroso reconocido, sabía que ninguno de ellos
me había creído, pero sabía también que ninguno de ellos conocía la zona y que
no tenían a dónde ir. Los desaté, ellos depositaron en mí una confianza vacía y
yo deposité en ellos una apuesta al aire.
La mayoría escapó justo como predije. La mañana siguiente
solo una docena me acompañaba. Uno de los que se había escapado volvió al medio
día, estaba herido y sus palabras eran desarticuladas, deliraba y hablaba de
una gigante serpiente blanca. Murió poco después.
Horas más tardes,
cuando el día menguaba y la oscuridad extendía las sombras, volviéndolas parte
de su reino, vi una serpiente blanca.
“¡Un dragón!”, gritó uno que murió por su ponzoñoso
aliento al siguiente día.
Vi en su lengua bífida, un poema hacia a la muerte, hacia
el caos. Comprendía sus silentes oraciones, sus gritos de guerra; comprendía
sus movimientos a través del baile de su extenso cuerpo y de su lengua belicosa.
Sus ojos poseían la frialdad de un glacial, un dragón, sí… estaría dispuesto a
llamarlo un dragón.
La hoja de mi espada cortó su cuerpo, fue un acto
reflejo; un acto de fe. Otros vieron que un dragón rojo la había matado, otros
me acusaron de brujería porque pensaron que yo era tal dragón. En los
alrededores, la gentuza que había escapado se unió a la gloria de la muerte de la
bestia.
Soñé con la grandeza de la victoria, con escamas rojas
que caían de un cielo naranja.
Nos despertó el sollozo de una mujer vieja, decrépita; me
despertó el desertar de mi consciencia. En sus ropas hechas harapos y con ojos
blancos, consumidos por la ceguera, caminaba jorobada la anciana.
“¡Mi hijo!, el
primogénito del Emperador Blanco ha caído… ¡asesinado bajo el acero del hijo
del Emperador Rojo!” Sus palabras, entre la niebla de la mañana, entre el agua
del rocío, entre un canto y un poema, parecían venir por encima de nuestras
cabezas; parecía engendrar una profecía que no lograba comprender. Más que
nada, eran las palabras de una vieja señora que desapareció entre la niebla,
eran palabras adoptadas por sus incontables años, sinsentidos de una moribunda.
Pasaron días y semanas en los que nos escondimos en una
montaña cercana, mientras mantuve correspondencia con buenos amigos. La gentuza
se impacientaba, la muerte del dragón me otorgó solo cierto grado de autoridad.
Días más tarde, me llegó la noticia de que el magistrado tomaría parte en la
rebelión, el viento empezaba a soplar a mi favor, pero el viento es un viejo
caprichoso y su decisión no fue más que un engaño, el magistrado cambió de
parecer como el viento, mandando a ejecutar a mis amigos, negándome entrada al
Distrito de Pei.
En las frías noches de las montañas, tuve una visión, el
hambre aporreaba a mi estómago, al que justifiqué, vi al magistrado ejecutando
a mis viejos amigos, la sonrisa sucia de un traidor. Al amanecer, al primer
cantar del gallo, salimos hacia Pei, donde, en medio del camino, encontré a
mis amigos exhaustos…
Xiang Yu |
“El magistrado ha decidido de la nada apoyar a la
Dinastía Qin. Ese infeliz…”
“Tenemos un plan. La gente está insatisfecha, Liu, quieren
a un líder… si disparamos flechas con mensajes que apoyen nuestra causa, se nos
unirán.”
“Eso o nos perseguirán y acusarán de traición hacia la
Dinastía. Hagámoslo.”
***
Entre la tensión de Pei, llegó la primera flecha que cayó
con nuestros mensajes, una flecha que voló como un dragón rojo, en llamas. La
gente del pueblo dudaba, la noche anterior, todos habían soñado con la llegada
de Liu Bang transformado en un imponente Dragón, los mensajes de las cartas
certificaban los sueños, Liu Bang, ahora Duque de Pei, lideraría la rebelión.
El pueblo reclamó y tomó la cabeza del magistrado y le dieron una bienvenida al
Dragón que entró con su pequeño grupo al municipio. La gente luego se dio
cuenta de que Liu Bang era tan solo un hombre y que era su presencia la que les
imponía la presión del Dragón. Para ese entonces, ya se había ido a apoyar a
Xian Liang, tío de Xiang Yu, en el estado de Chu. No fue larga su estadía, pues
pronto Xian Liang moriría en manos de los enemigos, un presagio a una campaña
de mayores expectativas.
Segunda Parte
Segunda Parte
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