Puerto Perla
El “Puerto Perla”, conocido lugar de asentamiento de muchas embarcaciones, se encontraba particularmente ocupado. La U.S.A (“United Ships Association” o Asociación de embarcaciones unidas) había decidido atracar una buena cantidad de su flota en aquel puerto. Y esto no le pareció nada agradable a cierta persona.
J.O. Richardson, conocido por mucho como el “Almirante” (debido a
su gran popularidad entre muchos capitanes de las embarcaciones) observaba disgustado el
panorama. Había recibido órdenes directas del presidente del directorio de
realizar aquella maniobra. Si hubiese sido cualquier otra, la hubiese aceptado
con facilidad, pero el caso era distinto. Su experiencia como marino le
mostraba una perspectiva muy peligrosa. Y más aún al saber el conflicto que
mantenían diferentes empresas.
No pudo soportarlo más. Estaba decidido a hablar.
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El “Almirante” tomó con prisa un taxi y se dirigió la oficina
central de U.S.A., para conversar con sus superiores y expresar su disgusto. Al
llegar a su destino, fue recibido con increíble rapidez, cosa que lo sorprendió
increíblemente. Y no de manera positiva.
La secretaria, luego de recibir una llamada, guio a Richardson
hasta la oficina del presidente, ubicada en el último piso. Ambos viajaron en
un asensor distinto al resto. Al llegar a su destino, pudo observar unos
cuantos muebles de color café a los lados de las enormes puertas blancas
que llevaban a la oficina. Con un leve movimiento de sus manos, la secretaria
abrió las puertas. Lo
primero que pudo reconocer,
fue al hombre de avanzada edad que se encontraba mirando el horizonte desde la
amplia ventana de su oficina. Aquella persona, al escuchar el saludo de su
visitante, giró lentamente con ayuda de las muletas con las que se sostenía y respondió:
- Siéntese, Richardson.
- Muchas gracias, Mr. President.
El “Almirante” dio una rápida mirada y encontró una silla de
madera, en la cual se sentó. Se
aclaró la garganta y se preparó mentalmente para lo que diría.
- Mr. Presidente, con todo el respeto que usted se merece, vengo a
darle las quejas por su más reciente decisión, de atracar a nuestra flota en el
puerto Perla. ¡Es demasiado
peligroso e inconveniente! Primero, porque aquel puerto no tiene el suficiente
espacio e infraestructura para mantener a nuestra flota. Segundo, Puerto Perla
es muy vulnerable, la seguridad es malísima y podríamos sufrir robos o incluso
otros atentados. Y finalmente, el Puerto Perla queda demasiado lejos del hogar
de muchos de nuestra tripulación. Señor, no quiero faltarle el respeto, pero…
¡Hacer esto es una gran falta de tino!
- Vaya, así que me consideras un idiota - respondió con tono firme el
presidente, que permanecía de pie, pese a su clara discapacidad.
- Señor, no lo considero a usted un idiota, pero aquella orden es…
- ¡Basta! Usted ha sido contratado para una determinada tarea. Si
quisiera sus consejos, lo contrataría como asesor, pero eso no es así.
- ¡Señor!
- Retírese – el presidente indicó la salida con un ademán- Queda
delegado de su cargo. Recibirá el día de mañana una llamada con las
instrucciones de su nuevo trabajo.
Richardson se retiró muy perturbado. Lo había dicho bien.
Demasiado bien. Bajó por el ascensor completamente solo, considerando una
terrible posibilidad.
- Espero que no esté planeando… entrar en aquella guerra, Mr.
President. – pensó.
Al
presidente de U.S.A. Franklin D. Roosevelt no le agradaba mostrar signos de
debilidad alguna. Incluso cuando se enfermó de poliomielitis, evitó en lo
máximo posible verse como un ser discapacitado y débil. Esa terquedad era
característica del presidente. Cuando el presidente decidía algo, no había
marcha atrás y se realizaba.
Y aquello no era la excepción.
Sus asesores lo convencieron de intervenir en el conflicto sin
cuartel entre varias empresas. Y no era un conflicto únicamente económico. Las
empresas en disputa se enfrentaban directamente, destruyéndose oficinas,
enviando sicarios a asesinar empleados, destruir materiales de fabricación, etc. Inclusive esta guerra había llamado la
atención de algunos medios de comunicación por varios días, pero extrañamente
se dejó de hablar del tema. Incluso algunos afirman que la policía estaba
envuelta en el conflicto.
Un enfrentamiento atroz, del cual U.S.A. quería ser parte. Un
enfrentamiento que traería
graves consecuencias para todos. Un enfrentamiento sangriento. El propio
presidente declaró que no intervendría en conflictos ajenos, cosa que alegró a
muchos de los empleados. Sin
embargo, cuando ocurrió la guerra, prometió al presidente de una compañía
asociada a la suya, de intervenir.
Roosevelt ya se encontraba preparado. Incluso ya sabía lo que
ocurriría. Incluso había diseñado, junto con sus asesores, diferentes formas
para intervenir en la batalla.
En otro lado de la ciudad, dos hombres que trabajaban en un
complejo empresarial, como representantes de distintas empresas, decidieron ir
a comer. Uno de ellos era Joseph Grew, representante de U.S.A y el otro era
Ricardo Rivera, un
representante de una empresa textil poco conocida. Ambos coincidían en sus
horas y lugares de almuerzo. Por ello, terminaron entablando una gran
amistad.
Gracias a esa amistad, Rivera avisó a su compañero Joseph del
inminente peligro: la empresa constructora de aeroplanos “Kami no Kaze”, planeaba un atentado contra
alguna de sus flotas. Por supuesto, Joseph lo notificó, pero no recibió
respuesta.
De todas formas, el tema siempre volvía aparecer entre sus
conversaciones.
Ambos estaban almorzando en un restaurante japonés cercano. Y
Joseph, mirando lacónicamente su plato de comida, mencionó:
- Ricardo, aún no me han hecho caso.
- Eso es muy preocupante, Joseph – respondió Ricardo.
- ¿Crees que hice algo mal?
- Pues… no lo creo.
- Rayos, necesito una prueba. Algo convincente. Algo verdadero.
- Pues… ¿Quieres que te ayude?
- ¿Qué? ¿Cómo?
Joseph Grew |
Ricardo
Rivera señaló a un hombre con rasgos asiáticos que comía cerca a ambos. Joseph
no pudo entenderlo, pero guardó silencio. Ricardo se acercó a aquel hombre y,
luego de una breve conversación, ambos continuaron haciendo lo suyo.
Joseph miró todo eso desde su sitio. Quiso preguntarle a su
compañero sobre lo que había hecho, pero él ya se encontraba en la puerta,
dispuesto a retirarse.
Varias horas después, Ricardo entregó un sobre cerrado a su
amigo y se fue. Joseph se quedó con muchas preguntas sin responder. Cosa que,
al abrir el sobre, se responderían.
En ella encontró un documento escrito en japonés, con varios
detalles referentes a un ataque que realizarían en el puerto perla.
Inmediatamente, envió los documentos vía fax al presidente de la empresa, a sus
consejeros, a su secretaria, y a otros cargos importantes.
No recibió respuesta.
Preocupado por el destino de su empresa, Joseph Grew se tumbó en
su cama, mirando el techo en silencio.
En cambio, el presidente Roosevelt, el cual desechó los documentos
que recibió recientemente vía fax, sonreía satisfecho. Faltaba muy poco,
realmente poco.
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