La muchacha mala de la historia

Publicado por Hao Sigismondi
 
«[María Emilia] Cornejo (1949 – 1972) fue alumna del taller de poesía de la Universidad de San Marcos y ahí leyó sus primeros poemas. Por su temprana desaparición, muchos la convirtieron  en una leyenda. Se habló entonces de su voz maldita, de niña terrible. Algunos consideraron que su suicidio era una respuesta romántica y resucitaron el mito del poeta bohemio y marginal. Pienso que su muerte significó un corte lamentable en la vida de una joven escritora. No hay mito ni leyenda que pueda compensar esta pérdida. […] en [la poesía de] Cornejo la mujer era la protagonista y destinataria. Su poesía, carente de retórica, me impresionó. Y una vez más constato que el estilo, como expresión, es el que impone la calidad, y no el tema, como se cree, el que alcanza la intensidad en un texto literario. Su estilo, a su vez, subyugaba gracias a sus contenidos contestatarios.»
Carmen Ollé.
Prólogo a la segunda edición de «En la mitad del camino recorrido», poemario póstumo de María Emilia Cornejo.


Como tú lo estableciste

Tenía que subir cinco pisos porque él solo tenía para alquilar el último. Un pequeño cuartucho que no era ni buhardilla ni nada: solo «nuestro nido de amor». Entonces venía el odio, el hastío, la pregunta del por qué debería seguir subiendo las sucias escaleras que la conducían a ningún lugar. Al menos estaba cerca de la Universidad, se repetía, cada tarde que llegaba a su casa. La escena era siempre la misma: lo veía tirado en la cama, leyendo cualquier libro, cualquiera, y ella entonces le recriminaría. Quiero ser madre, ¿sabes?, jamás le diría, quiero tener una familia, continuaría falsamente. Ah, sí, claro, diría él. ¡Ni si quiera me escuchas! Entonces él la miraría extrañado y no haría sino hacerle el amor. Minutos después, sí, ¡minutos!, continuaría la lectura y me diría que cocine algo, mi amor. Entonces haría puré, unos tallarines o carne con alverjas en esa cocinita gastada que trajo de la casa de su madre de Ica. Y se sentiría realizada. «Estoy embarazada», le dije. Casémonos entonces, fue su respuesta. Un mes después de la boda, perdería al niño. Cómo sabes que fue niño, preguntarías estúpidamente. Ana me lo dijo. Y cómo sabe ella, inquirirías torpemente. Porque nacimos juntas, porque sentimos juntas. Las frases hechas saldrían de tus labios como siempre, hasta que no me dejaste entrar. Garuaba en el centro y la llave no daba en la cerradura. El chico que vivía en el segundo piso salió y miró divertido. Ya no vive aquí, está cerrado desde adentro, me dijo. Recordé que era hijo de la que nos daba pensión y entonces lo supe. Una escena que solo se veía en las películas gringas o en la literatura barata. La cereza que coronaría el pastel fue que un loco me tiró un manazo en la cabeza y se llevó mi cartera, no me la arranchó, simplemente se la llevó. Yo misma se la di por el susto. Buscarte en la casa de tu madre, donde siempre huías hubiera sido lo ideal pero es tarde, hace frío y estoy sola.

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