Mi hermana, maestra y
bodhisattva
—Me
dijo que lo único que yo amaba era eso —lanzándome un paño con sangre de su
vientre— y que eso no era bello. No dijo
mucho más, siguió caminando y citando a Platón para quienes se acercaban a
escuchar.
Pero hizo más
que eso. Ahora lo entiendo, había llegado seducido por su belleza, que no es
suya. Dejándome arrastrar por la idea de que era bella y nada más, había creado
una tulpa que drenaba mi energía y distraía mi pensamiento. No podía escuchar
nada de lo que decía, no podía dejar de pensar en lo bella que era.
Como uno de
los ciegos que coloca el rey frente al elefante fui convenciéndome de que el
elefante es como un roble, un tambor, un abanico... Un punto de vista vale
mucho menos que ninguno y ese pedacito que decidí percibir y exaltar no es lo
que mi maestra es en realidad. Fui tan ciego como los siete del cuento indio.
Pero, oh, mi
maestra me sacó de ese estado con un solo movimiento y sin perder la armonía
que conduce sus actos. No solo hizo lo que hizo, no fue solo lo que hizo en el
mundo de aquí, de la materia, se movió de un modo potente sin que nadie lo
percibiera. Nadie además de mí lo sintió, pero… un enorme abrazo, casi alado,
me cubrió y me hizo sentir pequeño y amado.
Y ese amor no
era limitado y agudo como la fascinación por la aparente belleza atribuida a
estándares heredados y luego confirmados para sentirme especial y sofisticado
al decir: esta figura es hermosa, soy capaz de descubrirla y admirarla porque
poseo gran sensibilidad y aprecio la belleza de la naturaleza. No. Era tan
puro. Tan puro y directo como las palabras que solía usar cada vez que necesitaba
decir algo importante y aguardaba en silencio un momento.
Cuatro años
hacen ya desde que mi maestra no está en este mundo que ensucio con las plantas
de mis pies cuando camino sin prestar atención a mis pasos, pero no dejo de
sentir ese inmenso amor infinito ni de llevar en mi corazón los mensajes que
del suyo brotaban cuando pronunciaba tranquila palabras sencillas que aparentan ser profundas si es que no abriste tu corazón
al verdadero mensaje.
Y yo que sigo
caminando espero y sé que volveremos a encontrarnos aunque nunca nos he sentido
separados desde ese día.
0 comentarios:
Publicar un comentario