¡Semana de la mujer en EDI, yo me adhiero!

Hipatia congregaba en el Agora discípulos de muchos lugares y de religiones distintas, tratándolos como hermanos. Esta vez y basándome en una anécdota popular que puede que no tenga mucha precisión histórica decidí otorgarle al personaje un pasado budista y crear un documento del tipo: "copia de discurso de discípulo de Hipatia, no identificado, que data del siglo V". Gracias por leer y compartir, hermanos y hermanas. Gracias por encontrarnos otra vez.


Mi hermana, maestra y bodhisattva

                —Me dijo que lo único que yo amaba era eso —lanzándome un paño con sangre de su vientre— y que eso  no era bello. No dijo mucho más, siguió caminando y citando a Platón para quienes se acercaban a escuchar.
Pero hizo más que eso. Ahora lo entiendo, había llegado seducido por su belleza, que no es suya. Dejándome arrastrar por la idea de que era bella y nada más, había creado una tulpa que drenaba mi energía y distraía mi pensamiento. No podía escuchar nada de lo que decía, no podía dejar de pensar en lo bella que era.
Como uno de los ciegos que coloca el rey frente al elefante fui convenciéndome de que el elefante es como un roble, un tambor, un abanico... Un punto de vista vale mucho menos que ninguno y ese pedacito que decidí percibir y exaltar no es lo que mi maestra es en realidad. Fui tan ciego como los siete del cuento indio.
Pero, oh, mi maestra me sacó de ese estado con un solo movimiento y sin perder la armonía que conduce sus actos. No solo hizo lo que hizo, no fue solo lo que hizo en el mundo de aquí, de la materia, se movió de un modo potente sin que nadie lo percibiera. Nadie además de mí lo sintió, pero… un enorme abrazo, casi alado, me cubrió y me hizo sentir pequeño y amado.
Y ese amor no era limitado y agudo como la fascinación por la aparente belleza atribuida a estándares heredados y luego confirmados para sentirme especial y sofisticado al decir: esta figura es hermosa, soy capaz de descubrirla y admirarla porque poseo gran sensibilidad y aprecio la belleza de la naturaleza. No. Era tan puro. Tan puro y directo como las palabras que solía usar cada vez que necesitaba decir algo importante y aguardaba en silencio un momento.
Cuatro años hacen ya desde que mi maestra no está en este mundo que ensucio con las plantas de mis pies cuando camino sin prestar atención a mis pasos, pero no dejo de sentir ese inmenso amor infinito ni de llevar en mi corazón los mensajes que del suyo brotaban cuando pronunciaba tranquila palabras sencillas que aparentan  ser profundas si es que no abriste tu corazón al verdadero mensaje.

Y yo que sigo caminando espero y sé que volveremos a encontrarnos aunque nunca nos he sentido separados desde ese día.

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