Continuamos con nuestra
semana dedicada a las mujeres, y hoy tenemos la historia de Marianne Mozart (o
Nannerl Mozart), hermana del famosísimo compositor austriaco, quien, por
cierto, era también una prodigio de la música. De hecho, Amadeus creció
admirándola en el piano. Sin embargo, el talento de Nannerl fue limitado por su
época y tuvo que seguir el destino que su padre había trazado para ella y
casarse. El siguiente relato es sobre la relación entre los hermanos Mozart
mientras comenzaban a crecer, entre juegos...
.+.+.+.+.+.+. Nannerl, La Reina Escondida.+.+.+.+.+.+.
Para llegar al Reino
Escondido había que cruzar esa puerta. La puerta del salón vacío al fondo del
pasillo. Sin embargo, no era lo único que se necesitaba, hacía falta también
una contraseña.
Nannerl se la enseñó a
Amadeus la primera vez. "Hay que tocarla en el violín", le dijo, y su
pequeño hermano escuchó con suma atención cada una de las siete notas.
"Debes ser preciso", añadió ella con una sonrisa. "Ahora
sí", era posible abrir la puerta y no encontrarse solamente con un salón
vacío, o casi vacío, pues tenía amontonadas cosas antiguas en una esquina. El
procedimiento debía ser siempre el mismo: tocar las siete notas en armonía,
tanto para ir como para volver del Reino Escondido. Debían cuidar siempre de
ello como un secreto, era su lugar para ser más felices, para sentirse libres y
enfrentar aventuras inimaginables.
Cuando se hizo una costumbre
ingresar a este mundo cada día después del almuerzo, Nannerl y Amadeus habían
aprendido un nuevo idioma y conquistado cada rincón que encontraban a su paso
con música. Había notas mágicas para crear prados, crecer árboles y para hacer
llover a voluntad, y ambos aprendieron cada una de ellas con la promesa de
componer algún día un mundo aún más perfecto. Así, el Reino Escondido se
convirtió en su reino y ellos en monarcas.
Amadeus aprendió rápidamente
el santo y seña de la puerta y comprendió con el tiempo que no era la única
forma de entrar, que era posible tocar algo distinto y que mientras fuera tan
hermoso como la pequeña composición de su hermana, la puerta le abriría el paso
hacia su reino.
Nannerl, quien entendía y
apreciaba la astucia de su hermano, tenía, sin embargo, un problema. Los
tiempos en que fueron llevados de gira como los talentos más jóvenes de la
música, y en los que Amadeus había demostrado que, así como ella, él también
era capaz de lograr interpretaciones hermosas, esos tiempos fueron duros de
enfrentar. Como hermana mayor no podía permitirse el comenzar a ver a Amadeus
con cierta envidia, pero sus padres tenían desde ya un plan para ella, un plan
del que Nannerl no sabía nada, pero que pudo comprender de las limitaciones que
le impuso su padre al colocarla solo como acompañamiento de su hermano menor, o
de lo que recordaba de otras muchachas cuando habían alcanzado su edad. Era
injusto, pero su rebeldía al pensarlo no podía pasar de ello. Era su destino y
comprendía estoicamente que todo estaba en su contra, excepto Amadeus, el
pequeño hermano que veía crecer casi sin límites y con el que comenzó a añorar
los tiempos en los que no eran más que chiquillos jugando a hacer música.
Para olvidarse de todo,
Nannerl visitaba frecuentemente el Reino Escondido, incluso más a menudo que de
costumbre, llegando por la mañana y quedándose ahí hasta que tuviera hambre y
no tuviera otra opción que volver y ser reprendida por haber desaparecido
tantas horas sin dar respuesta. O aun por la noche. Pasar la noche en el único
lugar en el que parecía ser libre, y donde la belleza parecía no tener fin. Y
encontrarse con Amadeus, a quien a veces esperaba ver llegar, para jugar juntos
y olvidarlo todo.
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