Hola hola hola. ¡Zack está de vuelta! y esta vez con un antojadizo relato. ¿Conocen a William Shakespeare? Seguro que sí, uno de los escritores más emblemáticos en lengua inglesa, ícono de la dramaturgia y un tipo al que todo el mundo ha citado alguna vez en su vida. ¿Recuerdan Hamlet o Romeo y Julieta? ¿La tempestad? Pues no es de eso que trata la ficción de hoy, sino de las teorías que cuestionan la autoría de muchas de las obras de Shakespeare. Una en particular es muy curiosa. Según esta, un joven escritor llamado Christopher Marlowe se escondió detrás del nombre de Shakespeare para continuar escribiendo. Pero sucede que Marlowe tenía un amigo, Thomas Kyd. Y ambos tienen alguna relación de autoría con el gran Shakespeare. Es así que surge esta ficción...


.+.+.+.+.+.+. The Shakespeare Effect .+.+.+.+.+.+.

Su compañero de habitación se llamaba Christopher. «Dime Chris, es más fácil de recordar», pero era casi imposible que olvidara su nombre. Lo venía escuchando desde hacía algún tiempo, un año o dos. Sus obras tenían buena crítica y eso le llamó la atención desde el principio. Nunca imaginó que coincidiría con él en la misma compañía ni menos aún que compartirían habitación. «Chris», musitó, «Chris Marlowe», dijo para sí. «Te diré Thom, por lo mismo, si no te incomoda». No, no le incomodaba para nada. Siempre había sido Thom.

Al contrario de lo que esperaba, Chris no era un joven altanero con el que resultaba imposible mantener una conversación. Hablar con él era siempre increíble, su imaginación parecía ilimitada y sus conocimientos sobre el mundo amplios. Thom, por su parte, era un tipo extremadamente observador, conocía el corazón humano como pocos y tenía un interés inasible sobre cualquier tema. Esto hacía de ellos una buena dupla, razón por la cual no tardaron en probar una escritura en conjunto.

Sin embargo, la mayor parte de las cosas que escribían no eran más que sinsentidos, experimentos en los que todo era posible, por lo que resultaba casi imposible saber dónde iría a parar la historia o el discurso escrito. Así pasaban sus ratos libres, cuando no había nada más que hacer o el dinero no lo permitía.

En una de estas ocasiones, Thom fue sorprendido por un texto que lo aludía de manera directa. La mirada de Chris, sin embargo, solo le sugería continuar con el ejercicio. «Nada extraño pasa», pensó. «¿Cree "Sir Thomas" en los imposibles?», quizá, quizá no. Pero ¿a qué se refería con "imposibles" su compañero de cuarto? No volvió a mirarlo a los ojos hasta que terminó de escribir la respuesta. «Su propia vida lo es, imposibilidad». Se trata, entonces, de una creencia corriente o de una confianza inalterable en la inexistencia de lo imposible. «Hace bien Sir Thomas» en creer, en observar la ligera curvatura en los labios de Chris, una línea que lo hace pensar más allá de sus propios límites, que lo interna en ese mundo que tanto ansía, una sonrisa de confianza plena en la posibilidad de lo imposible. «Ahora, escuche, Sir Thomas», y Thom escuchó, pero los labios de Chris permanecieron cerrados siempre. Su voz, sin embargo, estaba allí, en su cabeza, se había metido en su mente sin su permiso, o quizá él lo permitió al ceder ante la posibilidad de lo imposible.

El mundo no volvió a ser el mismo desde entonces. Chris le enseñó a Thomas a comunicarse, pero necesitaría mucho más tiempo para aprender a escuchar la mente de los otros. Sin embargo, esa sola capacidad le permitía gastar bromas cuando se sentía aburrido o influir en situaciones entre desconocidos. Intervenía aleatoriamente, diciendo también cosas de forma aleatoria. Amaba las expresiones de la gente cuando escuchaban la extraña voz en su cabeza.

¿Qué pasaría si los descubrieran? A Chris no le gustaba la idea, el mundo no estaba preparado para eso. «Hice un trato con un duende», decía cada vez que Thom preguntaba dónde lo había aprendido. Nada más.

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El día que capturaron a Thom, Chris salió muy temprano, sin decir nada, si no para evitar molestar a su compañero, porque no quería que supiera a dónde iba.

Tocaron la puerta sin responder quién era e ingresaron a la habitación intempestivamente. Fue sujetado mientras hurgaban cada espacio del cuarto. «¿Thomas Kyd?», asintió. «Estos papeles tienen mala pinta», dijo uno de ellos al encontrar las hojas en las que ejercitaban su prosa.

Fue llamado hereje a partir de entonces y no supo nada de Chris Marlowe ni mucho menos pudo comunicarse con él al no saber dónde se encontraba. «¡Tú escribiste esto, hereje!». No. «¡Confiesa!, ¿por qué lo hiciste?», pero Thom estaba decidido a no decir nada. Había convenido con Chris que la telepatía no le daría buenos resultados en el mundo y se enfrentaba en este momento a un gran problema. Podía asustarlos hablando en sus mentes, pero eso solo aceleraría su muerte. Así, su silencio lo llevó a la tortura y a la resignación. Una semana después de su captura, Thom se encontraba exhausto y no entendía nada de lo que le decían. No recordaba cómo había llegado allí ni por qué. Tampoco comprendía el significado de la palabra hereje, pero sí reconocía los papeles escritos con Marlowe. «Chris...», no pudo evitarlo. Pensó de inmediato en su compañero, el único que quizá tendría posibilidad de sacarlo de ahí con sus habilidades metafísicas, pero no sabía nada de él. ¿Dónde estaba Chris Marlowe? Sus interrogadores, sin embargo, estaban al tanto de todo y tomaron su musitar como una inculpación. El siguiente en la lista era Chris.

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A pesar de toda sospecha, Thom fue liberado. Perdió, no obstante, su trabajo, y su fama de ateo le recortó oportunidades pese a lo mucho que se esforzó por ser reconocido como inocente.

Escuchó poco después sobre la muerte de Christopher Marlowe, cuando ya no tenía nada que perder y, recuperando parte de los textos escritos con su compañero, compuso Cornelia, obra dedicada a la condesa de Sussex. Esto fue, sin embargo, una de las últimas cosas que haría. Comenzaba a enfermar y a deprimirse por ello y las deudas. Pocos le tendían una mano y perdió toda esperanza.

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«¿Cree Sir Thomas en los imposibles?», escuchó. Era de madrugada y todo estaba en quietud excepto su propia mente. Thom sonrió. ¿Era momento para volver a creer en lo imposible? Si era esa misma creencia la que lo había llevado a la desgracia, ¿qué sentido tenía volver a creer? «Moriré pronto», musitó. «Puedo sacarte de ahí», más allá del desasosiego y la enfermedad. Todo eso resultaba una ilusión en ese momento. ¿Existía realmente su sufrimiento? ¿Existían acaso su mala fama y la enfermedad? «Si no muero aquí» ¿Existía la muerte? «Te traeré conmigo, no te preocupes»

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«¿Y cómo nos llamaremos?» «Sir Christhom, Chrom Kydlowe» «Já... Sir Gemini» «No seas tan obvio...» «Kydlowe, Wydloke, Wyldoke...» «¿Will Doke? ¿William Doke?» «William suena bien» «William, entonces, Sir William Doke» «Suena a perro» «O a duque» «Un duque con una espada» «¡Con una lanza!» «Sir William, el duque de las lanzas» (risas) «Un fanático de las lanzas» «¿Se agitan para probar su usabilidad?» «Sí, Sir William, el agitador de lanzas» «¿En serio crees que saldrá un nombre de esto?» «Spears shaker, shaker of spears» «Shake-spears» «¿William Shake-spears?» «Sonará ridículo así» «¿Shakespear?» «Shakespeare, Sir William Shakespeare, ese será nuestro nombre»


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 Bien. Eso ha sido todo. Espero que les haya gustado. Un saludo de lanza agitada.
Por Paul Vásquez

En el año 2000, una persona que más tarde sería conocida como John Titor, publicó varios comentarios por la red, argumentando ser un viajero del tiempo. Sus complicados mensajes y la misteriosa forma en que apareció y desapareció, hicieron que fuera motivo de interés, e incluso en una leyenda de la historia de internet para muchas personas, incluso en la actualidad.
 


  Steins;Gate, novela visual, manga y anime, usa como base a este personaje para desarrollar su trama, en la cual se ven involucrados un grupo de jóvenes, una vieja computadora, una poderosa organización (¿les suena CERN?), y por supuesto, el propio John Titor.

Altamente recomendada.



Hoy, seis de mayo, se cumplen 159 años del nacimiento de uno de los tres maestros de la sospecha: Sigmund Freud. Padre de psicoanálisis, que, junto a Marx y Nietzsche gozan tal título: el de la sospecha. Así, en #errrordeimprenta queremos recordarlo con una ficción y, quizá, con una serie, ¿quién sabe?

Disquisiciones con Sigmund

¿Qué es lo que nos trae la muerte, doctor? ¿Miedo, pavor al futuro venidero?, o, acaso, ¿ansias, muchas ansias, de sabernos acabados? 

«Oh, la autodestrucción es más vieja que todos los males humanos», estuve tentado a decirle, pero callé.
―Nada de eso, doctor ―continuó―. Lo que nos trae la muerte es… ―Hizo una pausa, breve, acaso histriónica― ¡nada! Es como si volviéramos a nacer desde el principio pero esta vez jamás seremos conscientes de ese maravilloso hecho. Así de simple ―sentenció.

¿Qué es un hecho?, estuve tentado a preguntarle pero lo hubiera hecho trastabillar. Además, a los hablantinos no es bueno preguntarles por aspectos tan puntuales, corremos el riesgo o de ridiculizarlos o, en el peor de los casos, hacerlos hablar más por el temor a verse, o saberse, expuestos. El aburrimiento que a veces me provocaba el trabajo era tan extenuante… ay, ahora, para llenar este vacío…

―Pienso en la muerte también cuando veo a la ausencia… ―Dijo de repente.

«¿Ausencia?», lo interrumpí, sorprendido.

            ―Sí, ausencia, doctor… ―Hizo otra pausa, tomó aire, exhaló, pero ahora parecía ir en serio―, como cuando voy a la casa de alguien ―había cambiado el tono de voz, ya no la exageraba, ¿estaba siendo sincero?―, lo hacen esperar a uno en el recibidor… las sillas, los muebles, la mesa… ¡todo!, está vacío y limpio. Todo es tan bello… tan muerto, como la naturaleza muerte, los bodegones…



No lo dejé terminar porque tosí de una manera grandilocuente  para contenerme la risa. Después de todo yo también sé de actuación… con tantos tipos como él… Sí que se creía su discurso. Aunque, ¡bah!, tenía razón… cuando  viajo en tranvía  alguna veces, recuerdo, me he preguntado cómo es posible que los hogares puedan, y, si acaso, deban, estar vacíos la mayor parte del día… el padre trabajando, los chicos en la escuela y madre en las diligencias y nadie en la casa… Nadie…

¿Continuará?



Microficción a propósito del encuentro y asesinato de Osama Bin Laden el 2 de mayo del 2011 por parte de las escuadras de Estados Unidos.

La vida, un segundo

Las ráfagas vinieron de todos lados hasta matarlo. El gobierno lo había localizado hacía varios meses. Sabíamos dónde dormía, qué días salía de la casa y cómo lo hacía. Dónde le compraban la comida, cuáles eran las medidas de seguridad que tomaban con él, cómo lo camuflaban, qué ropa se ponían o cómo lo vestían... Todo. Lo único que nos faltaba era dar el golpe de gracia. La orden, aunque implícita, era un imperativo: matarlo. Era lo único… Así vengaríamos la muerte de tantos compatriotas de aquel  11 nefasto. Mientras disparaba recordé a Amadeo, mi padre. Él, si bien no había sido como yo esperaba, había cambiado tanto… tanto… Me encomendé a Dios y a él nomás mientras veía tanta sangre en el piso. Logré matar a 4 soldados de un porrazo. Vi cómo a dos le volé los sesos. A los otros dos les di cerca a la garganta y al hombro. Muertos todos. Ya cayó, ya cayó, gritaban todos mis compañeros de base al unísono. Pasaríamos a la historia. Al principio no sentí el impacto. Luego, cuando me lo dijeron, no lo creí. Simplemente no creía que algo así hubiera sido posible en tan poco tiempo. Cuando desperté no lograba sentir ninguno de miembros superiores. «Fue un milagro que hayas podido disparar con tus brazos en este estado», me dijo Luther, mi superior. No entendía nada. 





El 30 de abril de 1879 J. J. Thomson junto a un equipo de científicos británicos estudiaba los efectos y propiedades de los rayos catódicos, logró identificar una partícula en el hasta entonces indivisible átomo que tomaría el nombre de "electrón". Aquí una breve ficción en la que la idea del electrón es inspirada por un ser exiliado en el planeta cuya permanencia depende de la evolución intelectual de los bípedos estándar.

El rayo azul, el catódico y el electrón

Blergh había dormido más de la cuenta y no supo cómo justificar su falta de compromiso con la causa en la isla. “Terrible, esto es terrible, me sacarán del exilio si estos seres no progresan al menos intelectualmente. Y… fuera del exilio soy presa fácil”. Cincuenta y cuatro años dormido, cincuenta y cuatro. El Concilio no tendría piedad con quien no cumplió su misión por dormir demasiado. Salió de su cueva y recorrió con sus sensores la costa arbolada, un pequeño y verde muchacho agitó sus ramas y fue suficiente para que Blergh supiera qué hacer. 
Nadó por la espesa neblina de esa mañana fría y al encontrar un edificio similar a ciertos castillos de su sistema natal escogió una ventana. Un rayo de luz azul le susurró una idea sencilla a un tipo sentado que revisaba unos manuscritos, distraído y angustiado no se fijó en cómo se iba formando en uno de sus cuadernos un dibujo extraño, un diagrama algo revolucionario para la época pero con bastante sentido, aún así le faltaba llevar a cabo algunos experimentos.
Y como no había captado la idea en su total magnitud pues había salido corriendo al laboratorio, Blergh tendría que influenciar a uno de sus sucesores y a varios más durante algunos años. Hasta que por fin pudo presentarse ante el Concilio sin ninguna culpa o temor:

-¿Los habitantes tridimensionales tienen una idea de la composición de la materia más adecuada que hace cuatro mil años?
-No están preparados para conocerse a ese grado, pero han avanzado mucho.
-¿Cuánto?


Pudo dormir dos años de cada siete como estaba previsto y cuando el modelo del átomo se acercó hasta lo permitido en un planeta de nivel dos como la Tierra se le concedieron dos peticiones, reproducirse y adoptar una mascota  emplumada a la que llamó “JJ” como al primer científico al que influenció en su primera misión lejos de casa.