Microficción a propósito del encuentro y asesinato de Osama Bin Laden el 2 de
mayo del 2011 por parte de las escuadras de Estados Unidos.
La vida, un
segundo
Las ráfagas vinieron de todos lados hasta matarlo. El
gobierno lo había localizado hacía varios meses. Sabíamos dónde dormía, qué
días salía de la casa y cómo lo hacía. Dónde le compraban la comida, cuáles
eran las medidas de seguridad que tomaban con él, cómo lo camuflaban, qué ropa
se ponían o cómo lo vestían... Todo. Lo único que nos faltaba era dar el golpe
de gracia. La orden, aunque implícita, era un imperativo: matarlo. Era lo único…
Así vengaríamos la muerte de tantos compatriotas de aquel 11 nefasto. Mientras disparaba recordé a
Amadeo, mi padre. Él, si bien no había sido como yo esperaba, había cambiado
tanto… tanto… Me encomendé a Dios y a él nomás mientras veía tanta sangre en el
piso. Logré matar a 4 soldados de un porrazo. Vi cómo a dos le volé los sesos.
A los otros dos les di cerca a la garganta y al hombro. Muertos todos. Ya cayó,
ya cayó, gritaban todos mis compañeros de base al unísono. Pasaríamos a la
historia. Al principio no sentí el impacto. Luego, cuando me lo dijeron, no lo
creí. Simplemente no creía que algo así hubiera sido posible en tan poco tiempo.
Cuando desperté no lograba sentir ninguno de miembros superiores. «Fue un
milagro que hayas podido disparar con tus brazos en este estado», me dijo
Luther, mi superior. No entendía nada.
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