Caín: El Segundo Fruto Prohibido 2da Parte

La naturaleza humana, amiguitos, ¿qué es? ¿Un muffin disfrazado de dinosaurio intentando aterrorizarnos? Bien puede que lo sea. Bien puede que sea algo maleable como Majin Buu.  En fin, aquí está la segunda parte de este relato de no sé cuántas partes.


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Caín. El Segundo Fruto Prohibido 2da Parte

Este fuego que ves en mi mano, es tan solo una fracción de nuestro poder. Absalom.  Nosotros jamás les haríamos daños a nuestros amados humanos. Este fuego, es el fuego que los protegerá. Este fuego significa esperanza. ¿No ves como brilla en la oscuridad? ¿No te parece hermosa la forma en la que arde este fuego? Nosotros, Absalom, te podemos prestar parte de nuestro poder, porque así somos los ángeles de amables. Te ofrecemos un calor… humano, cándido ante la violencia del fuego natural. Confía en nosotros, oye nuestras palabras… Predicaremos la verdadera Fe de Dios. Y tú serás nuestro primer pastor. Sin preguntármelo dos veces, asentí y me acerqué a él, porque todo sugería que eso era lo que debía hacer. Mi mano se acercó al fuego y lo sentí crepitar y sentí mi mano arder. Me sentí engañado, pero el ardor,  la forma en la que quemaba… no era dolorosa. Lo fue en un primer instante, más pronto fue placentero.  Entonces el fuego estuvo en mis manos y en verdad vi que sus llamabas eran hermosas y bailaban de una forma extraña e hipnotizante.   Le di, entonces, mi mano derecha a Lucifer. Pero yo no le prestaba atención a mis acciones, solo al fuego. Se la di y sentí otro ardor, uno más preciso que parecía ir dibujando una forma, al final cuando dejó el tatuaje, la marca ardió mucho más de lo que había ardido al inicio e incluso más que el fuego. Perdí la concentración, caí al piso y grité, la oscuridad me absorbió y todos los ángeles desaparecieron tras el gruñir de la bestia y tuve miedo, me sentí desolado. Y la marca ardía tanto, la marca ardía tanto que no podía ni siquiera pensar en otra cosa que la marca.

¿Me sentía traicionado? Me hubiera gustado sentirme traicionado, pero tras el inexorable dolor vi unos ojos que brillaban en la oscuridad. Ojos de bestia. Oí el gruñido de nuevo. Me sentí rabioso, de alguna forma, sentí que el ardor que nacía en mi palma, ardor inhumano, emulaba la rabia de la bestia y le daba forma a mis pensamientos.

Sentí el fuego y me sentí sumamente cansado también. El gruñido se hizo inconsistente tras el avanzar de sus patas y el fuego entonces nació de mi mano. Este  no era un fuego dócil y cándido, este era avivado por ese dolor, por esa rabia, por la impotencia humana. Me sentí más humano que nunca, más débil que nunca ante lo horripilante de la bestia.  Y sin embargo allí estaba el fuego en mi palma, gigantesco, enorme e imposible y la bestia estaba frente a mí, ahora agazapada y temblando de miedo, su pelaje erizado. Mi humanidad no pudo contra el perdón que imploraba la bestia.  ¿Acaso se lo merecía? No. Claro que no. Era un ser que iba en contra del orden de las cosas.

Pensé, pero mi voz me ganó: Consúmete en el fuego,  imposible bestia.  Y el fuego se abalanzó hacia ella y la consumió y el fuego fue una vez más increíblemente cálido y hermoso de nuevo. Caí en un sueño profundo y soñé con el hermoso futuro que caería encima de nosotros los humanos.

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Al  día siguiente, al llegar a la aldea. Todos me miraban como si caminara un milagro entre ellos.

“¡Te creímos muerto, Ab!” 

En la oscuridad yacen cosas horribles, es cierto. 

“Esto es un verdadero milagro. Comentó otro”.

Todos se acercaban a mí y besaban mis mejillas y las mujeres intentaban limpiar mi cara, llena de mugre.  Yo apretaba mi mano, escondiendo la marca, y temía… no sabía qué sacar de todo lo experimentado. Si eran ángeles… verdaderos ángeles, si había un verdadero Dios. Si todo esto era real, la amabilidad humana, la bondad. Yo había quemado a esa criatura horrible, es verdad. Sus ojos, sin embargo, habían dejado de ser los de una bestia.  Parecía incluso mansa.

Recordé al terrible Caín. ¿Cómo podíamos ser los humanos buenos tras un pasado tan oscuro? ¿Había sido Adam un verdadero líder? ¿O solo otro  hipócrita? ¿Había matado él mismo a Caín? La muerte de un hijo por celos del altísimo…  Adam lo debía haber matado y si él había matado a su hijo. El primero de los primeros, ¿qué quedaba para nosotros? ¿Eran los ángeles que aparecían rara vez entre nosotros verdaderos portadores del mensaje?… no lo sé.

Lloré, y todos pronto entendieron que me sentía perdido y que todavía tenía miedo. ¿Qué podían saber mis coterráneos? Estaban en una oscuridad más terrorífica que la mía.

“El verdadero milagro”, dije entre sollozos, “es que hayamos podido resistir el terrible porvenir hasta ahora.

“¿Podremos más tarde?” Me cuestioné, pero mi voz me traicionó y todos se sintieron extrañados y atemorizados. 

“¡Basta de drama! No nos alimentaremos de eso. Hay que trabajar, todavía es temprano en la mañana.” La anciana que hacía de matriarca exclamó mientras agitaba su gran bastón. “Absalom,” dijo, una vez no hubo nadie sino yo, arrodillado, y ella, gigantesca en su pequeñez, “me has decepcionado. Esperaba más de ti. Los altísimos me habían comentado sobre tus aptitudes de líder, me habían dicho que nos harías orgullosos. ¿Y qué has hecho, qué ejemplo le das a los más jóvenes? Que está bien andar por ahí, por la noche, y que puede llegar uno sano y salvo…”  Hizo una pausa, como pensando lo que justo había dicho y preparando sus próximas palabras. La mueca de consternación se hizo visible antes de que dijera algo más.

Noté rabia… sentía el ambiente del pueblo como de sueño, como si no fuera real. Nada de esto, esta aura de seguridad, inocencia, incluso, podía existir en comparación a esa oscuridad. A ese miedo. Sin embargo, daba por seguro que no era el primero en experimentar la discordancia entre lo que se solía vivir en esta aldea y lo que era el mundo en realidad. Claro, había enfermedades. Uno que otro hombre había muerto presa de un depredador, pero estando juntos nos protegíamos y eso había bastado hasta ahora… hasta ahora…

“¿Qué pasará si todos los niños empiezan a salir por las noches? Si todos los hombres se van y nos abandonan, buscando quién sabe qué… Aventura, satisfacer la inmunda curiosidad que nos ha traído tantos males. Ellos nos enseñaron  lo que debíamos saber, nos dijeron lo vital y aún así, después de traicionarlos, nos tratan con ternura. Sus rostros son impenetrables, es verdad. Pero hay sin duda amor en ellos, ¿no lo sientes, hijo mío?” Su mano llena de arrugas y cayos, áspera, rozó mi rostro y vi que en sus ojos no había compasión, no había cariño; había sospecha, desconfianza. Me sentí asqueado, pero mi rostro estaba sucio de mugre, lágrimas y moco seco. El dudar de ella, en cierta forma, el sentirme asqueado de ella, era rechazar a lo que los ángeles querían. Recordé los ojos de los ángeles diurnos y en sus ojos, en el trato hacia nosotros, no encontré más que una profunda decepción. Un cansancio eterno y… un amor igual de eterno. 

“¿No estás herido?” Preguntó.

“No…” contesté. Su sospecha se avivó como nunca. 

“Tal vez es mejor que descanses por hoy, quién sabe lo que de verdad te haya sucedido.” 

“No. Trabajaré, lleva mucha razón abuela Jael” le dije por cariño, no compartía yo la sangre de Adán, como ella sí, por parte del difunto Seth. “¿Qué ejemplo doy a la gente si estando sano y tras un tonto desvarío obtengo descanso?” Ella sonrió y yo sonreí de vuelta.

Así pasó un día de ardua labor, había comentarios, preguntas y respuestas vagas de mi parte. En el descanso del medio día, me alejé de todos y comí una ración pequeña, intenté revivir el fuego en vano. Oí un escándalo después, mientras todos comían… El perro muerto. Tenían que haber encontrado sus huesos carbonizados.

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