Caín: El Segundo Fruto Prohibido 7ma Parte
Nunca pensé que vería a alguien ser mutilado por una bestia, por un arma. Era un pensamiento que no podía formarse en mi cabeza. Me costaba pensar que alguien fuera capaz de matar a otra persona, ya había pasado y precisamente eso; ese sucio recuerdo que nos habían repetido desde que Caín mató a Abel, era el recuerdo que nos demostraba lo aterrorizador que sería… sentir la furia de Dios, que se manifestaba ahora en horrible cólera. Así mismo, nunca pensé que vería a un demonio… ¿a una bestia? Matar a un humano, descuartizarlo de la forma tan violenta en la que lo habían hecho. Nunca pensé que vería en el piso una mano seccionada del cuerpo de alguien. Nunca pensé que asesinaría a Abiram. Todo lo que había sucedido, había llegado al extremo de lo posible.
Así, con este pensamiento en la cabeza, rompí el cuello de cuatro horribles bestias que atacaban a mis coterráneos. Maté incluso a los que peleaban contra los… ¿humanos?… con lanzas. Dudaba de la veracidad de todo y era difícil. Una sensación de hormigueo y un dolor indescriptible eclipsaban mucho de lo que intentaba pensar. Ya llevaba más de una hora sin poder moverlo, solo viendo como la oscuridad se arrastraba por mi brazo, casi llegando a mi hombro.
“¿Cómo puedes confiar en los ángeles, Jael? ¿Cómo pudiste dejar que hicieran esto a nuestros hermanos, a nuestras madres y padres? ” Dije, tras la caída de las bestias, solo se escuchaban gemidos de dolor y cansancio. Mi voz, aunque baja, fue escuchada.
“¿Quién crees que trajo a estas bestias? ¿Quién ha hecho más daño, hijo mío?” El énfasis que puso al decir hijo mío fue vomitivo.
Una pregunta difícil de responder, se veía en mi cara, su sonrisa condescendiente lo reveló. Ardí en una rabia controlada. Era cierto. ¿Cómo no vi algo que estaba en frente de mis ojos? ¿Cómo pude ignorar que la bestia que me había atacado era la misma que había estado a los pies de Lucifer, mansa? Era tan claro… Lucifer había mentido tan clara y descaradamente… Una apuesta. Claro, una apuesta, si podía destruir a esa bestia, seguro le sería útil más tarde.
“¿Es que eso justifica alguna cosa? ¿Tenemos que ver qué lado ha hecho peores cosas para saber quién tiene la razón? No… no entiendo, no entiendo nada. No entiendo cómo los ángeles pueden jurar querer nuestro bien y luego hacer lo que hicieron aquí. ¿No ves lo que está pasando?” E incluso cuando escupía esos pensamientos poco elaborados, que eran más un berrinche por no querer aceptar una verdad que ya conocía, no podía dejar de pensar que todo era tan despreciable… “¿Por qué tuvo esto que llegar a un baño de sangre…?”
“Porque Satán te ha manipulado. Porque mancillaste a la gente que vivía feliz. Trajiste una sucia mentira y la vendiste por verdad; les enseñaste ilusiones sobre lo que podría ser… los tentaste. Tal como Satán tentó a Eva y Satán te tentó a ti. A Eva se le podía perdonar el mal, tú… tú esparciste el mal. Todo lo que hizo Dios, lo hizo porque había que limpiarlos a todos, a todos los que dudaran… a los que pusieran en duda la fe por creer en ti.”
“¿Cómo puedes decir eso… cómo creer tan ciegamente lo que dice un bando?”
“¿Quiénes nos crearon, Absalom?”
“¿Y qué justifica eso? Porque nos crearon… si nos crearon… ¿qué justifica? Si hay tanta verdad en su versión, ¿por qué exiliaron a Lucifer? ¿Era eso necesario?”
“No entiendes nada. Estás mancillado… y pensar que te vi crecer, siendo tan solo un niñito. Pensar que tu madre murió por lo que crecería para ser un Monstruo… que tu padre moriría trágicamente en una cacería, cuando aún eras un niño, para que crecieras con el único fin mancharnos a todos con tus mentiras.” Hizo una seña y sus guardianes fueron hacia a mí.
Con un mismo movimiento de mano los impulsé hacia atrás. Me levanté del suelo, estaba dos metros por encima de ellos. Sentí un cansancio profundo que parecía entorpecer cualquier movimiento que intentara hacer. Ya era hora de que sintiera la fatiga. Ante mí podía ver a sus cuatro guardianes, mirando hacia el cielo, el sol a mi espalda. No podía ganarles. Me fui hacia adelante, el objetivo era disturbar la energía que formaba el sello. Mi cuerpo se movió con rapidez, llegué hacia el sello tan pronto como quise, pero me encontré a Jael en frente de mí, volando de la misma manera. Se veía por su expresión la tensión que le provocaba usar la magia. Comprendí que esa era la razón por la que tenía a los guardianes, la magia era un golpe fuerte a su senectud. Una ráfaga de aire nació en mi mano y se dirigió hacia ella dando un silbido. Lo esquivó a duras penas, sangre manchaba sus ropas alrededor del abdomen.
“De verdad eres un monstruo… me costaba creerlo…” dijo a duras penas, pero lo que vino a continuación fue energía empujándome hacia el suelo con tanta fuerza que escupí sangre. Sin dudarlo un momento, sus guardias me rodearon apuntando sus lanzas hacia mi malherido cuerpo. A pesar de que sentía una oscura sombra a punto de tomar vida, la impotencia se materializó en un movimiento que me terminaría de desgastar. Electricidad salió de mi cuerpo, explotando y destrozando los cuerpos de sus guardias.
“No eres más que un vil asesino.” Es cierto, pensé. No soy más que un vil asesino, vi hacia mi izquierda, ya no tenía fuerza para siquiera mover mi cuello. Podía ver mi hombro oscurecido… tal vez, cuando llegara esa oscuridad a mi corazón, moriría. Creí ver la silueta de Anah, pero eso cambió rápido. Jael levantó mi cuerpo pusilánime. Ver cara a cara a la persona que me había criado, sudando, jadeando con sangre en su boca, era una imagen horrible. Lo que me impresionaba era su intensa rabia, su insensibilidad hacia la masacre. Desentendiéndose con una justificación débil. Maldita sea, yo entendía que incluso lo que había hecho era horrible, jamás me perdonaría por eso… y sin embargo ella era capaz de justificarlo y encontrar justicia en sus actos. Sentí una presión aplastante en todo mi cuerpo. El esfuerzo se desvaneció al ver que a ella misma le costaba mantener esa energía. “No sé qué decirte, Absalom. Espero que el infierno sea piadoso con tu alma.” Quise responder: Vivimos en el infierno, más no dije nada. La máscara de energúmeno que portaba me dejaba claro que la vieja que estaba delante de mí había dejado de ser humana hacía muchísimos años. Era solo un títere.
Anah, en efecto, había sido la dueña de la silueta que había visto. El sello había desaparecido ya supongo, considerando que estaba detrás de Jael, a unos diez metros. Eso no fue lo que distrajo a Jael.
Una risa majestuosa y vulgar, nació solitaria y se volvió la de una multitud. Triunfal fue la llegada de Lucifer. ¿Pero qué había ganado?
“¿Ves lo que está pasando Sariel, Remiel, Gabriel? Oh… Mis hermosos ángeles. ¿Qué tan profunda es la equivocación que los tira hacia abajo, que los obliga a descender al plano de los caídos?”
“¿Esto?” Dijo una voz que se oía como muchas, sin adoptar presencia.”¿Esto te entretiene, Lucifer?”
“Fue una apuesta. Una apuesta entre murmullos. Ustedes sabían que lo haría y no me detuvieron la primera vez. Esta vez, no me vieron venir y cayeron en mi juego, provocaron una masacre. No podían soportar que un humano pensara algo diferente. No podían aceptar que los guiara hacia una versión de la verdad no censurada.”
El sol de la mañana había hecho que la sangre se secara rápido, una nube cubrió al sol dándonos algo de fresco. De un rayo de luz, pareció descender el mismísimo sol. Pronto fueron sus siluetas a contraluz las que se vieron. Arriba, en el cielo, haciendo gracia de la majestuosidad angelical, se encontraban ocho ángeles. Sariel a la cabeza.
Abajo, en la tierra sanguinolenta, en la miseria del infierno. Jael perdió su fuerza y me dejó caer al suelo, Anah sostuvo mi caída como pudo. Cerca de nosotros, estaba el séquito de Lucifer. En el infierno la gente gemía y tenía miedo. La rabia empezaba a ceder paso a un miedo que surgía por la presencia de ambos bandos, chocando. El dolor de sus heridas se hacía real cuando las fuertes emociones ya no maquillaban sus sentidos, pero había un silencio grande y espacioso, que no daba paso a ningún pensamiento, como si todo fuera cubierto por los verdaderos protagonistas; invadiendo tu mente y dejándote exhausto. Mi consciencia empezaba a ceder lentamente.
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