Entrevista laboral

¡Hey!, ya estamos de vuelta y este es el primer post del 2016 :D Bueno, no sé si sea para entusiasmarse tanto, pero sí que se siente bien volver al blog y que esta vez no haya pasado más de un mes. Este relato es un respiro de CAÍN, para distraernos un poco. Anecdóticamente, esta historia la escribí en 2013 y la perdí, pero solo hace una semana me digné a reescribirla (y como no encontré una imagen que me gustara, improvisé un dibujo). Veamos qué tal nos va con los felinos...


.+.+.+.+.+.+. Entrevista Laboral.+.+.+.+.+.+.

El único paisaje visible desde mi ventana es una pared amarilla. No podía pedir mucho desde que vivo aquí, en el último piso de este pequeño edificio, una habitación sin lujos ni vistas agradables. Me acuesto en la cama y puedo ver el cielo, una fracción pequeña, esperaría que me diera la tranquilidad necesaria para olvidar lo malo del día, lo mal que me fue en la entrevista de trabajo, me sudaron las manos, sentía muy claro un palpitar en mi cuello, quería salir de allí, escapar de los ojos jueces, de las voces condenatorias, de sus preguntas que escarbaban en mi mente. Traté de calmarme, respiré hondo y conté hasta tres varias veces, no supe manejarlo y por eso terminé aquí, mirando ese pedazo de cielo a punto de atardecer, coloreándose cálidamente. Pero ni siquiera eso se me permite ahora. Un gato cubre mi limitado paisaje, ingresó con elegancia, eso que a mí me hace falta y, aunque esperé que se fuera pronto, las cosas se pusieron peores cuando aparecieron más.

Comenzaron a maullarse unos a otros, a maullar mirando la calle y también hacia mi habitación, a mí mismo. Ya no existía más el cielo, tan solo gatos maullando, colmándome los oídos. Intenté ignorarlos, pero me resultó imposible.

Mi cansancio era directamente proporcional a mi estado de ansiedad. En el mejor de los casos, seguramente, me quedaría en este cuchitril por varios meses más, trabajando en proyectos pequeños y de remuneración miserable. Decidí subir y enfrentarlos, espantarlos con un grito o lanzándoles algo, un pedazo de ladrillo, quizá, de este techo en ruinas. Pero por alguna desconocida razón lo primero que hice fue gritarles, les grité reprochándoles su reunión frente a mi cuarto, les pedí que se calmaran al menos y me dejaran dormir, pero no me hicieron caso, parecían estar muy concentrados en sus propios asuntos. Aquello era bastante parecido a una conversación, sus maullidos tenían tonalidades específicas de interrogación, sorpresa y entendimiento. Me sentí un completo idiota en ese momento, estaba asombrado. Era probable que el cansancio me estuviera provocando alucinaciones, disparates.

Volví a mí mismo y a mi necesidad de descanso, busqué una piedra, un pedazo de ladrillo, pero no pude lanzarlo. Los gatos me miraron fijamente entonces, como escrutando mi actitud o mi vida entera, maullaron brevemente y se fueron, excepto uno, que saltó de mi lado y me siguió hasta la habitación. No pude deshacerme de él, era escurridizo, pero al menos silencioso, así que pude olvidarlo fácilmente y dormir.

Al día siguiente le abrí la puerta, pero no quiso irse. Hoy saldría también a buscar trabajo, quizá podría dejarlo por ahí, de paso, pensé. Revisé rápidamente los clasificados de dos semanas atrás, el trabajo ideal, ese de la entrevista del día anterior, estaba marcado con entusiasmo. Arrugué el papel y lo tiré a la basura. Salí frustrado de casa en busca de un nuevo periódico y una lata de atún, mi plan para despedirme del gato. Se la dejé en un callejón y saltó a comer. Era libre.

Minutos después, me encontraba en una banca, revisando los anuncios. Nada parecía encajar conmigo. "Quizá mañana", pensé, y decidí volver a casa. En el camino, algo se metió entre mis piernas y comenzó a dar vueltas, era el gato. Su juego era impecable, no importaba cuánto se moviera o intentara yo deshacerme de él, ninguno de los dos tropezaba. Al contrario, me había desviado del camino a casa, el pequeño animal estaba alterando mi rumbo.

Se detuvo en la entrada de un edificio que yo recordaba muy bien. Sí, tan solo ayer estuve aquí para una entrevista, la peor de toda mi vida. Decidí que esto era el fin del camino y quise dejar al gato, pero, una vez más, fui conducido por su juego.

Pese a la presencia del felino, fui recibido cordialmente y sin ningún tipo de reclamo en la sala de espera. Entonces dijeron mi nombre y me levanté, el gato me empujó ligeramente con su cuerpo y me pareció percibir al verlo cierta complicidad.

En la oficina me esperaban las mismas cuatro personas del día anterior, con la diferencia de que esta vez sus sonrisas eran grandes y auténticas. Me llamó la atención su escritorio, ocupado por platos de galletas y vasos de leche. El que parecía ser el jefe jugaba con una diminuta bola de lana, pasándola de una mano a la otra. Me miró sin dejar de sonreír ni mucho menos abandonar la lana. Empiezas mañana, dijo. No sé si mi sonrisa fue igual de grande que la suya.

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Bien, esto ha sido todo. Gracias por leer. Saludos :)

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