Aquí vamos de nuevo, un post casi al final del mes, sí, es como si nos estuviéramos volviendo un poco flojos y fuéramos a abandonar el blog... pero no (definitivamente NO). Es decir, sí, quizá nos hemos vuelto un poco flojos, pero no está en nuestros planes abandonar EdI. El problema es que nos hemos estado enfocando en cosas equivocadas y quizá perdimos de vista lo demás (al menos eso aplica a mí). Así que, para salvar esa falta probaré suerte esta vez buscando cosas (textos viejos) que nunca completé y que podría ser divertido terminar ahora. Este es uno de esos casos. A ver qué tal quedó...
Lo sintió clarísimo. El llamado era en esta ocasión imposible de ignorar. Daba igual si se negaba a mover un dedo, a dar un solo paso, la fuerza que lo invadía era incontenible, se le había clavado entre los sesos, movía sus ojos hacia la desesperación y desconectaba sus manos de su voluntad; le provocaba sudar a mares y jadeaba por el miedo de ser una vez más poseído, preso de una necesidad urgente hacia el mal, hacia la muerte del prójimo y sin embargo un completo desconocido. "Señor, haz de mí un instrumento de…", musitó. La idea de una gran voluntad divina aún funcionaba para calmarlo, para darle la seguridad necesaria y realizar el plan satisfactoriamente, como un heraldo de la muerte o de esta gran fuerza desconocida que le impedía pensar con claridad.
Empezó a perder estabilidad y apoyó su cuerpo contra una pared, la lucha por el control es dura, pero se encuentra ya predispuesto a su destino. Sabe que una vez que los engranajes de la fuerza han comenzado a girar será imposible detenerlos y que tarde o temprano sentirá la dolorosa señal en el pecho, el limpio tirón de soga que ejecuta su verdugo como si su corazón fuera un campanario, la señal inevitable de que se encuentra frente a su víctima, el elemento defectuoso que necesita ser eliminado por el equilibrio del universo. "Quizá será la última vez", algo le decía que su vida de fugitivo, su sacrificio y los altos niveles de adrenalina que experimentaba en cada ocasión terminarían hoy. Tal vez se trataba de otra señal de la fuerza.
En medio de la calle, sabía que el elegido podría ser cualquiera, sin importar su condición. Daría igual si fuera un hombre de saco y corbata, una mujer embarazada o un niño perdido; daría igual si fuera el amigable anciano de sombrero verde que le regaló la mitad de su miserable almuerzo hace varias horas. Ha sucedido antes, sí. Piensa en la primera vez que sintió el llamado, la desesperación, los gritos que dio, su familia volviéndose loca, llorando al ser descubierto con las manos en el cuello de su padre. Pensaron que estaba loco y se lo llevaron al psiquiatra, pero no dieron con nada, ocultaron el crimen por vergüenza y por la misma vergüenza se vio obligado a escapar de sus ojos. La voluntad lo llamaba otra vez y no podía continuar escondido o vendrían por su él. Nadie lo entendía realmente, pero se trataba de una lucha por sobrevivir. Él era el elegido del destino para corregir los desperfectos del mundo y si no cumplía con su misión, su corazón explotaría. El dolor en el pecho y la invasiva necesidad de matar que lo invadía eran la prueba. No importaba quién fuera la víctima, la fuerza se encargaría de llevarlo a cabo, con su ayuda o a expensas de ella.
Entonces sintió el dolor. Un maldito punzón le apretaba el pecho y podía sentir las campanadas como una cuenta regresiva hacia el final, pero su víctima no estaba ahí, no era capaz de verla. Si hubiera sido de su completa elección, escogería sin dudar a los maleantes que vinieron a darle encuentro haciendo alboroto. Lo golpearon todos entre risas sin que emitiera queja alguna. Entonces recuerda la oración de San Francisco; le gustaría ser como él, o como Abraham, y entregarse por completo. También le gustaría que, como en la historia de Abraham, la voluntad divina que lo posee le contuviera el brazo a tan solo un instante del golpe de gracia. Lamentablemente eso solo es una historia, piensa. Aun así, tampoco la voluntad ha determinado que ataque a estos maleantes, pero a ellos no les gustan los muñecos de trapo ni las bolsas de arena y marcan su retirada con un escupitajo.
Solo, con la cabeza al suelo, sintió el transcurrir de las horas observando el paso de la gente. Le pareció un espectáculo sombrío de sujetos sin identidad, pero armónicos, sumisos ante la voluntad de una fuerza más grande que todos ellos juntos, y él completaba la escena como la mano que decide el destino. Sus ojos estaban al punto para identificar a su víctima, la vería como si fuera lo único que existiera en el universo, así de claro era su objetivo, así de fuerte era la voluntad que le permitió diferenciar la figura descuidada de su enemigo un segundo antes de sentir el dolor en el pecho.
Lo vio tambaleándose entre la multitud, era un tipo sucio, un malnacido al que no le importaba insultar a quien se metiera en su camino. Sintió que la fuerza era justa y que ese hombre merecía morir. Lo veía acercarse y lo aborrecía, crecía en su interior un odio infinito hacia ese ser humano, hacia ese defecto universal y en su mente solo podía mantener la idea de aniquilarlo. Se veía sujetándole el cuello y quebrándoselo como a un ave, percibiendo el descenso de su presión sanguínea y soportando su asqueroso olor a alcohol, que comenzaría también a impregnársele, pero le importaría poco ese olor ante el triunfo y el cese del dolor en el pecho. Este hombre que merecía morir por fin ha muerto, este hombre es con seguridad el que estaba llamado a matar desde el principio, y no esos jóvenes perdidos ni esa mujer embarazada, sí, él no sabía que estaba embarazada hasta que apareció en los diarios, pero la había matado y también al bebé. Podría contar todas sus víctimas como un camino duro de recorrer para llegar a este objetivo final, un hombre que con seguridad corrompía jóvenes a tiempo completo y se aprovechaba de la gente en las calles, un matón, un ladrón, un borracho, un defecto al fin. Estaba convencido de que debía terminar con él, tenía los puños listos y la mente clara cuando se lanzó a atacarlo y forcejearon. Cada golpe que le daba en el rostro diluía el dolor en su pecho, pero no era un rival sencillo de vencer, también recibió golpes y escupitajos e insultos. Sus manos atraparon el cuello de su víctima y lo arrinconaron, sintió su aliento de borracho y el poder de terminar con su vida en un instante, apretó con más fuerza y escuchó como si algo se quebrara, pero fue él quien empezó a respirar con dificultad. En su mente estaba claro que su misión última había terminado y que por fin sería libre. Entonces vio elevarse frente a él una botella rota manchada en sangre y volver a su cuello para darle el golpe final, esperó la irrupción de la mano de un ángel, pero nada la detuvo. Esta vez era la última, sí, y la voluntad se había hecho cargo.
.+.+.+.+.+.+. Voluntad.+.+.+.+.+.+.
Lo sintió clarísimo. El llamado era en esta ocasión imposible de ignorar. Daba igual si se negaba a mover un dedo, a dar un solo paso, la fuerza que lo invadía era incontenible, se le había clavado entre los sesos, movía sus ojos hacia la desesperación y desconectaba sus manos de su voluntad; le provocaba sudar a mares y jadeaba por el miedo de ser una vez más poseído, preso de una necesidad urgente hacia el mal, hacia la muerte del prójimo y sin embargo un completo desconocido. "Señor, haz de mí un instrumento de…", musitó. La idea de una gran voluntad divina aún funcionaba para calmarlo, para darle la seguridad necesaria y realizar el plan satisfactoriamente, como un heraldo de la muerte o de esta gran fuerza desconocida que le impedía pensar con claridad.
Empezó a perder estabilidad y apoyó su cuerpo contra una pared, la lucha por el control es dura, pero se encuentra ya predispuesto a su destino. Sabe que una vez que los engranajes de la fuerza han comenzado a girar será imposible detenerlos y que tarde o temprano sentirá la dolorosa señal en el pecho, el limpio tirón de soga que ejecuta su verdugo como si su corazón fuera un campanario, la señal inevitable de que se encuentra frente a su víctima, el elemento defectuoso que necesita ser eliminado por el equilibrio del universo. "Quizá será la última vez", algo le decía que su vida de fugitivo, su sacrificio y los altos niveles de adrenalina que experimentaba en cada ocasión terminarían hoy. Tal vez se trataba de otra señal de la fuerza.
En medio de la calle, sabía que el elegido podría ser cualquiera, sin importar su condición. Daría igual si fuera un hombre de saco y corbata, una mujer embarazada o un niño perdido; daría igual si fuera el amigable anciano de sombrero verde que le regaló la mitad de su miserable almuerzo hace varias horas. Ha sucedido antes, sí. Piensa en la primera vez que sintió el llamado, la desesperación, los gritos que dio, su familia volviéndose loca, llorando al ser descubierto con las manos en el cuello de su padre. Pensaron que estaba loco y se lo llevaron al psiquiatra, pero no dieron con nada, ocultaron el crimen por vergüenza y por la misma vergüenza se vio obligado a escapar de sus ojos. La voluntad lo llamaba otra vez y no podía continuar escondido o vendrían por su él. Nadie lo entendía realmente, pero se trataba de una lucha por sobrevivir. Él era el elegido del destino para corregir los desperfectos del mundo y si no cumplía con su misión, su corazón explotaría. El dolor en el pecho y la invasiva necesidad de matar que lo invadía eran la prueba. No importaba quién fuera la víctima, la fuerza se encargaría de llevarlo a cabo, con su ayuda o a expensas de ella.
Entonces sintió el dolor. Un maldito punzón le apretaba el pecho y podía sentir las campanadas como una cuenta regresiva hacia el final, pero su víctima no estaba ahí, no era capaz de verla. Si hubiera sido de su completa elección, escogería sin dudar a los maleantes que vinieron a darle encuentro haciendo alboroto. Lo golpearon todos entre risas sin que emitiera queja alguna. Entonces recuerda la oración de San Francisco; le gustaría ser como él, o como Abraham, y entregarse por completo. También le gustaría que, como en la historia de Abraham, la voluntad divina que lo posee le contuviera el brazo a tan solo un instante del golpe de gracia. Lamentablemente eso solo es una historia, piensa. Aun así, tampoco la voluntad ha determinado que ataque a estos maleantes, pero a ellos no les gustan los muñecos de trapo ni las bolsas de arena y marcan su retirada con un escupitajo.
Solo, con la cabeza al suelo, sintió el transcurrir de las horas observando el paso de la gente. Le pareció un espectáculo sombrío de sujetos sin identidad, pero armónicos, sumisos ante la voluntad de una fuerza más grande que todos ellos juntos, y él completaba la escena como la mano que decide el destino. Sus ojos estaban al punto para identificar a su víctima, la vería como si fuera lo único que existiera en el universo, así de claro era su objetivo, así de fuerte era la voluntad que le permitió diferenciar la figura descuidada de su enemigo un segundo antes de sentir el dolor en el pecho.
Lo vio tambaleándose entre la multitud, era un tipo sucio, un malnacido al que no le importaba insultar a quien se metiera en su camino. Sintió que la fuerza era justa y que ese hombre merecía morir. Lo veía acercarse y lo aborrecía, crecía en su interior un odio infinito hacia ese ser humano, hacia ese defecto universal y en su mente solo podía mantener la idea de aniquilarlo. Se veía sujetándole el cuello y quebrándoselo como a un ave, percibiendo el descenso de su presión sanguínea y soportando su asqueroso olor a alcohol, que comenzaría también a impregnársele, pero le importaría poco ese olor ante el triunfo y el cese del dolor en el pecho. Este hombre que merecía morir por fin ha muerto, este hombre es con seguridad el que estaba llamado a matar desde el principio, y no esos jóvenes perdidos ni esa mujer embarazada, sí, él no sabía que estaba embarazada hasta que apareció en los diarios, pero la había matado y también al bebé. Podría contar todas sus víctimas como un camino duro de recorrer para llegar a este objetivo final, un hombre que con seguridad corrompía jóvenes a tiempo completo y se aprovechaba de la gente en las calles, un matón, un ladrón, un borracho, un defecto al fin. Estaba convencido de que debía terminar con él, tenía los puños listos y la mente clara cuando se lanzó a atacarlo y forcejearon. Cada golpe que le daba en el rostro diluía el dolor en su pecho, pero no era un rival sencillo de vencer, también recibió golpes y escupitajos e insultos. Sus manos atraparon el cuello de su víctima y lo arrinconaron, sintió su aliento de borracho y el poder de terminar con su vida en un instante, apretó con más fuerza y escuchó como si algo se quebrara, pero fue él quien empezó a respirar con dificultad. En su mente estaba claro que su misión última había terminado y que por fin sería libre. Entonces vio elevarse frente a él una botella rota manchada en sangre y volver a su cuello para darle el golpe final, esperó la irrupción de la mano de un ángel, pero nada la detuvo. Esta vez era la última, sí, y la voluntad se había hecho cargo.
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Bien, eso ha sido todo. Gracias por leer :)