Cristiano Amor
II
Cristiano aún no se había olvidado de aquel episodio de su niñez y desde muy joven comenzó con los fierros. El primero lo obtuvo en el trabajo de su padre. Él, su padre, se desempeñaba como agente encubierto de la policía sin serlo precisamente. Era hábil con las palabras y eso bastaba para la policía. Podía engañar a sus eventuales informantes y hacerse amigo con facilidad de ellos. Caía bien, tenía sex appeal, ángel, carisma, no sé, compadre. Pudo hacer caer a capazos del narcotráfico y de la trata de personas con una facilidad increíble. ¿Recuerdas a ese gringo que le decían la Bestia? Ese... el que violaba niñas, incluso violó a la hija de su colaborador. Mi padre lo capturó gracias a que se hizo pasar por cliente, uno muy ficho y exigente ¿que cómo? Pues la verdad no sé... Él era un hombre de pocas palabras. Jamás hablaba con nosotros, mucho menos de su trabajo... Cristiano lo admiraba. Una vez lo acompañó a hacer un reconocimiento. Como civil encubierto participaba en muchos reconocimientos para facilitar la labor de la policía. Su tarea era básicamente incriminar acusados, fungir de testigo, mentir rampantemente sin si quiera haber visto a su víctima en su vida gracias a aquella capacidad única de hilar mentiras creíbles, creérselas él mismo y argumentar. Claro, ahora lo niegas, cachafaz, cuando te dije expresamente que le dejaras de vender esa porquería a mi hija, miente, ladrón, miente que algo quedará, se ufanaba su padre mitómano. Habían capturado a un extorsionador de colegio de un distrito populoso de la capital y era él, Morr, al que necesitaban. Cristiano vio el arsenal de armas que le habían incautado al acusado: granadas, rifles y sobre todo pistolas. Infinidad de ellas. Cuando hubo terminado la presentación le preguntó a un joven policía que qué harían con ellas. Las botaremos o quemaremos, dijo risueño el oficial. Un brillo malsano provenía del rabillo del ojo. ¿Cuánto dinero tenía? ¿Le alcanzaría? El robo siempre es un opción pero con tantos policías y como no había traído mochila lo descartó de inmediato. Tengo 100 soles acá pero te puedo dar más. Dámelos ahora y el arma estará en el basurero de la puerta tres. Sé puntual porque hay mucha gente. Y si no me das 500 más en dos semanas diré que la robaste. Sé quién eres, sentenció el oficial e hizo un además como para que se fuera. Fue así como se hizo con su primera arma. Su historial delictivo empezaría a las pocas semanas. ¿Cuándo fue que mataste por primera vez? Cristiano me miró dubitativo. Maté a mi primer hijo a punta de puñetes. Nada más, me dijo serio. Jamás, escúchame, y me lo dijo mirándome fijamente a los, jamás, repitió, he matado a alguien. ¿Mientes, Cristiano? ¿Mientes igual que tu padre? ¿Qué es traición a la patria entonces? ¿De qué te acusan sino de matar a un miembro importante de la cúpula del ex presidente justo un día antes de su juicio oral? Un mero criminal, un sucio pero inteligente criminal que asesinaba gatitos por diversión antes de pasar a la secundaria, porque hay que hacerlo con garbo, pues. Y que luego lo confesaría en una libreta. Tu primer juicio, ¿no? Ah, sería la respuesta. ¿Ah?, qué, imbécil, se trata de vidas. Ya, pero siguiendo qué lógica. Imagínate esto: por qué a los polleros o carniceros nadie les dice nada. Doble negación en castellano hace sino reforzar la negación con la que niega, es otro plano. Otro. Ellos meten al pollo vivo al agua caliente para sacarle las plumas luego le cortan el pescuezo. Sufrimiento a rabiar, entiende. A rabiar. Eso que ni hablar de los carniceros. Ahora, yo por pegarle a un gatito, por disfrutar de su sufrimiento, me granjeé un juicio con una vieja loca y estéril. Porque esa mujer no ha tenido hijos en su vida, huevón, y zas, a pagar. ¿Aún no estaba normada la ley de protección animal, no? No, pues. Hubiera sido su primera cana, pensé. Ya era un problema desde pequeño. ¿Por qué me encontraba acá, inmerso en un caso que sabía que no tenía buen puerto? Prendí un pucho. No sabes aspirar, huevón. Me molestaba que me diga así. ¿Cómo fue todo? Lo vi mientras lo trasladan a una celda unitaria del Palacio de Justicia. Christian Morr ¿un reo? El mismo que tenía fama de mujeriego y pingaloca en el cole. ¿Que estuvo con Betsy, la de 5to cuando estábamos en 3ero? Huevón, me la caché. Sabía que alguna vez pagaría por tanto pero ¿preso? El VIH hubiera sido un final más digno para él. Preso y ¡encima con cargos políticos!, era un fin poético, mucho, para alguien como él. No se lo merecía, no.
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