Estamos de vuelta pronto con la segunda entrega de este atrevimiento llamado Una historia negra (de nariz roja). Que quede claro que lo hacemos solo por diversión, porque ¿a quién no le divierte un tipo con nariz roja? Estamos jugando, estamos llevando este drama más allá de la ocurrencia a varias ocurrencias o a una gran ocurrencia. ¿Tendrá sentido todo esto? Eso solo lo sabremos al final.
La nariz roja parecía distante. Llevaba colgada sobre la imagen de la virgen ya más de un año. Para él no significaba ya la entrega de su pasión, de su vida, a los espíritus agobiados de Lima, una vía de escape para las mentes que se perdían entre la lejana voz del presidente valiente que se enlodaba las botas y se lavaba las manos para atender la crisis nacional, y las diminutas prendas de las voluminosas mujeres que acompañaban injurias e improperios en las portadas de los diarios más comprados. Había perdido todo brillo propio y era ahora un ritual permanente de purificación. ¡Y cuánta necesitaba! ¿Cuánta? No era suficiente un año, aún la sentía manchada por las palabras del productor de la serie. «Apología», pensaba todo el tiempo, «apología», la palabra le encogía el pecho por las noches, dificultando su respiración.
¿Que por qué no se deshizo de ese objeto, de esa trágica historia? No habría sido más fácil. No, no podría estar tranquilo si no pagaba él también su propia culpa. El ritual, por tanto, también era suyo, también pretendía alcanzar el perdón de un país que desconocía tanto sobre su traición como él mismo antes de aquel día. Por eso no cambió del todo, por eso no se ocultó y tan solo cambió la M de su nombre por una C, para seguir sonriendo. Odiaba tanto esa falsa sonrisa... pero era demasiado creíble, su rostro se había acostumbrado a esa expresión, la tenía estudiada a detalle y le salía tan natural fingirla que a veces él mismo se creía esa felicidad, esa «falacidad», pero todo se terminaba al volver a casa y reencontrarse con el rojo intenso de la nariz roja.
Escuchó una explosión. Eran los últimos minutos del 31 de diciembre. Pensó que con suerte llegaría a Barranco, con sus nuevos amigos, para olvidarse de todo. Sabía que no podía huir para siempre, que algún día se descubriría la verdad sobre aquella serie de televisión, y si no era la justicia quien lo juzgara poniendo en duda su patriotismo, algún remanente de la saliente corrupción fujimorista o de la subversión se haría cargo. Ingresarían al cuarto cuando estuviera dormido, sigilosos como un avión de papel, y estrellarían contra su cráneo la primera bala de un arma silenciada. La única y la última para él. Así mueren los soplones, los traidores, los terrucos de mierda. Y a nadie le importará nada tras su muerte excepto el único pasado suyo que valió la pena, colgado sobre el cuadro de la virgen, vigilante. «Ha muerto el intérprete, el instrumento, mas no el personaje». Realmente era un chiste.
Ahora que lo piensa bien, quizá su amigo, el abogado, no sea de confianza, lo tiene al frente y le sonríe, como es costumbre entre la gente «de sociedad». Tiene cara de cojudo, de traidor, lo vendería por algo de plata, vendería su secreto si lo supiera, igual la modelito, ella se iría de frente con su galán el tombo. Christian, Susan, María Isabel, Rodrigo, Carlitos, Romina... todos podían venderlo, dejarlo de lado si supieran la verdad detrás del personaje de nariz roja que al que les gusta llamar para cagarse de la risa. Muy complacido, él interpretaba una versión edulcorada de su personaje, con una nariz invisible, pero que para él tenía un color rojísimo que no podía ignorar. Pero ponte una pues. No, no, es que no tengo. ¿No te digo que es un huevón? Otra vez el abogado. Hoy también le pidieron el favor de hacerse el payaso, pero no aceptó. Estoy cansado. Ay, qué aguafiestas que eres, amiguito. Justo te había traído una nariz, para que recuerdes viejos tiempos. El abogado no le tiene compasión. Es un hijo de puta, apuesto a que también es un marica. Lo golpearía solo por eso, pero es influyente, conoce gente importante... Tal vez no fue buena la decisión de hundirme entre la gente de bien, tal vez... Siente palpitar su rostro, todo es azul, rosado, rojo intenso, pone la mano en su cuello y confirma que su presión ha caído. Las risas se hacen insoportables. ¿De qué se ríen? Se ríen de mí, de mi debilidad, especialmente el abogado, su mirada lo condena como si lo supiera todo. Debe escapar. Volverá a la soledad de su habitación una vez que su respiración se normalice. Romina se acerca, le toca un hombro. ¡Suéltame! ¿Qué te pasa? Nada, déjame, estoy bien. En su mirada hay miedo y rencor, no les perdonará nada, son todos ellos unos traidores. Cuando llegue a casa... Cuando llegue... tomaré la nariz roja de encima del cuadro y volveré a verlos, pronto, muy pronto, antes de que ustedes me acorralen a mí.
.+.+.+.+.+. Una historia negra (de nariz roja) II.+.+.+.+.+.+.
La nariz roja parecía distante. Llevaba colgada sobre la imagen de la virgen ya más de un año. Para él no significaba ya la entrega de su pasión, de su vida, a los espíritus agobiados de Lima, una vía de escape para las mentes que se perdían entre la lejana voz del presidente valiente que se enlodaba las botas y se lavaba las manos para atender la crisis nacional, y las diminutas prendas de las voluminosas mujeres que acompañaban injurias e improperios en las portadas de los diarios más comprados. Había perdido todo brillo propio y era ahora un ritual permanente de purificación. ¡Y cuánta necesitaba! ¿Cuánta? No era suficiente un año, aún la sentía manchada por las palabras del productor de la serie. «Apología», pensaba todo el tiempo, «apología», la palabra le encogía el pecho por las noches, dificultando su respiración.
¿Que por qué no se deshizo de ese objeto, de esa trágica historia? No habría sido más fácil. No, no podría estar tranquilo si no pagaba él también su propia culpa. El ritual, por tanto, también era suyo, también pretendía alcanzar el perdón de un país que desconocía tanto sobre su traición como él mismo antes de aquel día. Por eso no cambió del todo, por eso no se ocultó y tan solo cambió la M de su nombre por una C, para seguir sonriendo. Odiaba tanto esa falsa sonrisa... pero era demasiado creíble, su rostro se había acostumbrado a esa expresión, la tenía estudiada a detalle y le salía tan natural fingirla que a veces él mismo se creía esa felicidad, esa «falacidad», pero todo se terminaba al volver a casa y reencontrarse con el rojo intenso de la nariz roja.
Escuchó una explosión. Eran los últimos minutos del 31 de diciembre. Pensó que con suerte llegaría a Barranco, con sus nuevos amigos, para olvidarse de todo. Sabía que no podía huir para siempre, que algún día se descubriría la verdad sobre aquella serie de televisión, y si no era la justicia quien lo juzgara poniendo en duda su patriotismo, algún remanente de la saliente corrupción fujimorista o de la subversión se haría cargo. Ingresarían al cuarto cuando estuviera dormido, sigilosos como un avión de papel, y estrellarían contra su cráneo la primera bala de un arma silenciada. La única y la última para él. Así mueren los soplones, los traidores, los terrucos de mierda. Y a nadie le importará nada tras su muerte excepto el único pasado suyo que valió la pena, colgado sobre el cuadro de la virgen, vigilante. «Ha muerto el intérprete, el instrumento, mas no el personaje». Realmente era un chiste.
Ahora que lo piensa bien, quizá su amigo, el abogado, no sea de confianza, lo tiene al frente y le sonríe, como es costumbre entre la gente «de sociedad». Tiene cara de cojudo, de traidor, lo vendería por algo de plata, vendería su secreto si lo supiera, igual la modelito, ella se iría de frente con su galán el tombo. Christian, Susan, María Isabel, Rodrigo, Carlitos, Romina... todos podían venderlo, dejarlo de lado si supieran la verdad detrás del personaje de nariz roja que al que les gusta llamar para cagarse de la risa. Muy complacido, él interpretaba una versión edulcorada de su personaje, con una nariz invisible, pero que para él tenía un color rojísimo que no podía ignorar. Pero ponte una pues. No, no, es que no tengo. ¿No te digo que es un huevón? Otra vez el abogado. Hoy también le pidieron el favor de hacerse el payaso, pero no aceptó. Estoy cansado. Ay, qué aguafiestas que eres, amiguito. Justo te había traído una nariz, para que recuerdes viejos tiempos. El abogado no le tiene compasión. Es un hijo de puta, apuesto a que también es un marica. Lo golpearía solo por eso, pero es influyente, conoce gente importante... Tal vez no fue buena la decisión de hundirme entre la gente de bien, tal vez... Siente palpitar su rostro, todo es azul, rosado, rojo intenso, pone la mano en su cuello y confirma que su presión ha caído. Las risas se hacen insoportables. ¿De qué se ríen? Se ríen de mí, de mi debilidad, especialmente el abogado, su mirada lo condena como si lo supiera todo. Debe escapar. Volverá a la soledad de su habitación una vez que su respiración se normalice. Romina se acerca, le toca un hombro. ¡Suéltame! ¿Qué te pasa? Nada, déjame, estoy bien. En su mirada hay miedo y rencor, no les perdonará nada, son todos ellos unos traidores. Cuando llegue a casa... Cuando llegue... tomaré la nariz roja de encima del cuadro y volveré a verlos, pronto, muy pronto, antes de que ustedes me acorralen a mí.
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Y ahí... ¿termina ahí la historia de este claun? Quizá sí, quizá no... pero de que hay tercera parte, parece que habrá.