.+.+.+.+.+.+. CAÍN: La máscara de auqi - Cap. 4.2.+.+.+.+.+.+.
A los dieciséis años, Julián probó por primera vez el San Pedro. En ese momento, la sombra cubría su torso hasta la clavícula. Diógenes no le quitaba la atención de encima, era una preocupación continua. Había accedido por fin a iniciarlo como chamán y tras un año entero de rigurosa dieta y el mal creciéndole alrededor del cuerpo, era el momento de comenzar con la parte difícil, enfrentarlo a sus propias sombras y, si acaso podía verlas, terminar con ellas.
La amargura le recorrió la laringe. Siendo las seis de la tarde, Julián acababa de tomar su primer vaso y se recostaba en su catre. «Hay que ser pacientes», le decía Diógenes; los efectos tardarían en aparecer por lo menos una hora. «¿Qué crees que vea?», preguntaba. «No lo sé, nadie sabe. Lo que hay dentro de tu corazón y lo que tus ojos estén preparados para ver cuando llegue el momento».
Lo primero que vio fue un triángulo de luz azul que se plegó en dos, cuatro, ocho… empezaron a llenar la habitación y a ser intermitentes, cambiando de color y luego de forma, de tres a seis, a doce, a veinticuatro, a un círculo que palpita y genera otros más, que genera flores y música, un sabor dulce en el paladar, un verde ligeramente salado, un intenso estremecimiento en la médula. Julián reía y Diógenes supo que era momento del segundo vaso. «Tienes que ver más allá», le decía. Él también había empezado a tomar el San Pedro; la sombra seguía allí.
Entonces vio la máscara de auqui sobre la pared, le sonreía como cuando era un niño, parecía complacerle verlo así. Julián reía y la máscara empezaba a reír también, a carcajadas, las figuras luminosas se erizaron, se hicieron muy finas y lo llenaron todo. Ahora le llegaban a los pies y a los brazos y a la nuca, como espinas. La música se hizo cada vez más lenta, grave y difusa. «¿Qué es eso?», gritó. «No hagas caso, Julián, concéntrate», le respondía su padrino. «¿Quieres saber?», no era la voz de Diógenes, sino la suya propia, «¿Pin kanki? Sutiyqa Julian Mallqui. ¿Qampari imataj?», «Sutiyqa… Julian…». Había alguien en la habitación con su rostro. Se le entumeció el cuerpo por completo, no podía hablar, miraba fijo a esa copia de sí mismo, ¿o era él la copia? Sus ojos eran exactamente iguales y tenía en la mejilla una pequeña cicatriz de cuando se tropezó hace cinco años. También eran cinco las horas que llevaba desde que tomó el primer vaso de San Pedro, ahora pensaba los números con mayor claridad. También veía con claridad cómo el otro Julián adquiría una expresión de lástima. Pobrecillo, tirado sobre un catre, sin poder moverse, él también empezó a sentir lástima, a desear que todo eso terminara para Julián. ¿Julián? ¿No era él Julián Mallqui? Se observaba desde el otro lado de la habitación, donde inicialmente había visto a su otro yo, pero no estaba allí, sino en una esquina, en un rincón del techo, sin rostro, sin manos, sin sonrisa. ¿Y quién era Julián, al fin y al cabo, sino una sombra? Una sombra que cubre un cuerpo.
Diógenes vio cómo el cuerpo de Julián temblaba y se extendía la sombra hacia su rostro. Quizá no era buena idea convertirlo en chamán, ¿moriría súbitamente si llegaba a fallar? Comenzó a orar.
«El chamán se cura y de ahí que puede curar», pensaba para calmarse. Él se había convertido en uno para salvar a su esposa, pero la muerte era inminente; «una vez que pisa una tierra, ya no hay nada que hacer», su maestro se lo había enseñado y temía que Julián corriera la misma suerte.
Mientras tanto, el tiempo estaba disuelto para Julián. Podía ver tan solo en esta habitación todas las personas que había sido y sería Diógenes, así como las que pudo ser alguna vez, su presente sin él, sin «Julián». Y también veía en sí mismo todos estos seres —uno con máscara de auqui— y escuchaba muchos nombres ser pronunciados como si se tratara de uno solo. «Veo una marca en mi frente», murmuró. «Veo», «yo», ¿«Julián», acaso? «…en mi frente», «la única que tengo, las muchas que veo», la frente de cuero de la máscara en la pared, la luz dorada en los ojos del espíritu, la sombra de un hombre milenario con la misma marca en la frente y también él mismo o uno de sus descendientes.
Sutiyqa Julian Mallqui
Despertó antes del amanecer, olía a vómito. Sentía acidez en la boca y dolor en el vientre. Se llevó las manos a la frente, y corrió al pequeño espejo que tenía Diógenes sobre la cómoda, pero no vio nada extraño. Su padrino dormía, exhausto.
Ese día, más tarde, Diógenes le contó sobre la sombra y el zorro negro. «Solo nos falta una cosa», dijo con seriedad. Sacó un cuchillo y le hizo un pequeño corte en el dedo índice. Mezcló su sangre con carbón y vinagre. «Esto es un sello mágico», recitaba trazando una extraña figura sobre un pañuelo, «un pacto con los ancestros. Así protegerás y te protegerán de los males».
»Cap. 4.1 »Cap. 5
0 comentarios:
Publicar un comentario